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Lo grotesco necesario

‘Luces de varietés’ muestra cómo Valle-Inclán influyó en el cine

'Luces de Varietés', de Manuela Partearroyo LP/DLP

Manuela Partearroyo viaja en su ya imprescindible Luces de varietés al fascinante escenario de “lo grotesco en la España de Fellini y la Italia de Valle Inclán (o al revés)". Una obra que la condujo a un camino -“como todo cuento grotesco- “largo, intrincado y sí, también bastante divertido”. Se ha criado “rodeada de pintores, arquitectos, digamos cómicos de toda estirpe, y claro, pues las sobremesas en mi casa han sido un festín. Mi cinefilia comenzó, pues, de muy pequeña, a los seis un amigo de mis padres me puso en su casa un VHS de Cadenas rotas, de David Lean. Supongo que lo hizo para que no diera la brasa mientras charlaban, pero el caso es que me fascinó, recuerdo todavía la sensación increíble de ver a Mrs. Havisham rodeada de tartas de boda comidas por las ratas. Tal vez ahí comenzó mi interés por lo grotesco”.

Decidió pronto “que quería escribir, así que me decanté por estudiar literatura. Uno entra en filología y pasan dos cosas: lees mucho, e inmediatamente a la vez, le coges pavor a escribir cosas propias. Te pone bastante en tu sitio, para bien y para mal. Andaba yo, pues, algo desmotivada hasta que tuve la suerte de poder irme de Erasmus. Entonces ya había encontrado a la que sería mi maestra, Aurora Conde, la mejor profesora de literatura italiana (y parte del extranjero), así que un poco influida por sus clases, caí en Roma. Me las apañé para que me convalidasen algunas asignaturas de cine y fue una suerte, porque de no ser por ello nada de esto hubiera ocurrido. Al hablar de un corto de Rossellini escrito por un jovencísimo Fellini, un par de mis manuales mencionaban el nombre de Valle-Inclán y el rumor de un supuesto plagio. Yo que ya había leído a Valle con fascinación y tenía muy fresca La strada pensé inmediatamente que tenían mucho que ver: los circos, los carnavales, lo grotesco… podría ser una investigación divertida”.

Así que de repente se vio “escribiendo una tesis donde los hilos entre España e Italia no dejaban de enlazar a directores, guionistas y actores de una y otra orilla que, un poco como siempre, habían entablado su amistad y su punto de vista en una buena sobremesa. Me di cuenta de que no era una tesis sobre cine, o no solo: era una tesis sobre la risa que se hiela en la boca, sobre la desesperación que, en el último momento, solo sabe echarse una carcajada. Como Goya. Tal vez eso mismo sea lo grotesco”.

“He pasado cinco años en barbecho investigador ejerciendo de librera en la recientemente desaparecida Los editores y allí he aprendido de libros todo lo que no se aprende en la biblioteca, que es muchísimo. Luego, con la distancia y la ayuda de mi editorial, me propuse hacer de la tesis un libro. Pero de verdad. Era esencial transformarlo, quitarle el tufillo académico para que pudiera interesar a cualquiera. Por lo menos ese era el propósito”. Por eso, Luces de varietés es ahora “una enorme alegría, porque creo que sí consigue fusionar un poco todas estas vivencias, todos esos maestros y todas esas sobremesas”. Nada menos.

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