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William Blake y Mary Wollstonecraft: la estética del feminismo

264 años del nacimiento del autor de ‘Cantos de inocencia’

Mary Wollstonecraft LP/DLP

Se cumple en estos días el doscientos sesenta y cuatro aniversario del nacimiento de William Blake en la ciudad de Londres de la segunda mitad del siglo XVIII. Aunque su vida pasó ciertamente inadvertida para la Ilustración del momento, el interés que continúa despertando el autor de Cantos de inocencia va más allá de sus creaciones en el ámbito de la poesía y de las artes visuales ya que, gracias a la última exposición realizada por la Tate Britain en febrero de 2020, hemos podido acercarnos de una manera distinta a la grandeza de un genio y contextualizar al mismo tiempo la labor realizada por dicho poeta en aquel entorno de revolución, guerras y otras duras realidades que promovieron su rebeldía y su espiritualidad.

En 1788, cuando William Blake era ya un reconocido impresor y poeta, sobre todo por la publicación de Poetical Sketches en 1777, el autor de Cantos de experiencia (1794) comenzó a trabajar la técnica del aguafuerte. Su idea era editar libros iluminados en los que las ilustraciones pudieran no solo aparecer junto a los textos sino establecer un diálogo entre las letras y las figuras con el fin de proyectar una cierta correspondencia entre ambas y explorar, así, nuevas estrategias de lectura. En 1791 completa por encargo de Mary Wollstonecraft, una de las primeras feministas de la historia reciente, una serie de grabados para la segunda y definitiva edición ilustrada de Historias originales de la vida real. Los bocetos a lápiz así como las planchas finalmente escogidas por la propia Wollstonecraft, fallecida prematuramente a la edad de 38 años, reflejan un ajustado y vivo recelo por la educación de las niñas y el comportamiento de la mujer en la segunda mitad del siglo XVIII. Tal y como ocurrirá en este mismo período con Cantos de inocencia (1789) y, más adelante, con los dibujos que William Blake realizará para La Divina Comedia (1825), la obra maestra de Dante, las láminas en las que el poeta británico evoca la figura humana son de una gran perfección. El joven Blake creía verdaderamente en la igualdad de géneros y razas. Por este motivo, todas y cada una de las láminas que completan la colección previamente encomendada por Wollstonecraft al poeta, ayudan, sin lugar a dudas, a interpretar mejor su relato y, lo que es más importante, adecuar el punto de vista de ambos a la visión realista que, sobre el acceso a la igualdad en el ámbito de la educación y ecuanimidad de sexos, prolongará la escritora de Spitafields en Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y María o los agravios de la mujer (1798). De este modo, tanto la composición femenina que ilustra la portada de Historias originales… como las otras planchas que completan el libro, seis en total, no solo permiten que el lector ilustrado se detenga en los detalles de la técnica empleada sino en aquellos ademanes, costumbres colectivas y situaciones que hacen referencia al contexto histórico y biográfico de ambos talentos, a las fallas morales de la Inglaterra de Jorge III, a la revisión de los supuestos sociales que fomentaban la debilidad femenina y a la persecución de todo aquello que fuera contra la naturaleza y capacidad de la mujer de alcanzar la felicidad a pesar de los desprecios de Rousseau y la publicación de sus ideas sobre la dependencia y límites a establecer en casi todo lo relativo a la educación de la mujer.

William Blake LP

En prácticamente la totalidad de los grabados que William Blake y Mary Wollstonecraft escogen para la segunda edición de Historias originales…, las niñas miran con nostalgia a los adultos, no quieren perderse y la alegría es la que se anhela por una infancia que se recuerda maravillosa: la del vigor y el optimismo de la juventud, la de una forma de vivir que ya no volverá. Esto es lo que de igual modo encontramos en Cantos de inocencia (1789). En el poema titulado “El niño perdido”, por ejemplo, el joven protagonista no solo no quiere perderse en la mitad del bosque, sino regular, como las niñas de los grabados, sus propias emociones: “Padre, padre, ¿a dónde vas? / Oh, no marches tan aprisa. / Habla, padre, habla a tu hijito, / Que si no me perderé”. En “Prado sonoro” ocurre algo parecido aunque la inmediatez de los recuerdos de la infancia y la juventud dan paso a la realidad natural del descanso necesario para ambos sexos: “Así eran las dichas / Que igual se veían, / Cuando éramos niños, / En prado sonoro. / Hasta que, cansados, / Están los pequeños; / El sol ya desciende, / Nuestro juego acaba: / Y en torno a sus madres, / Hermanas y hermanos, / Como el ave al nido / El descanso buscan. / Ya no hay diversión / En el prado oscuro.”

La educación de las damas, como se observa en los grabados que William Blake compone para iluminar el citado libro de Wollstonecraft, está emparentada con el preciosismo de naturaleza barroca que el propio Blake, por aquel entonces obligado a disimular sus principios de humanidad universal e idealismo social, incorpora en sus dibujos. En las referidas composiciones, el incipiente escritor se posiciona claramente del lado de la élite ilustrada a cuya modernidad se debe la puesta en marcha de la primera ola feminista. De poco le sirve, no obstante, a nuestro poeta, dotar de cierta elevación y refinamiento a las figuras femeninas ya que, aun fuertemente vinculado durante dicha época a este deseo, todavía resuenan los ataques de Francisco de Quevedo a un grupo de mujeres cultas durante el Siglo de Oro español en La culta latiniparla (1628) y los problemas de la mujer en Las preciosas ridículas (1659) de Molière en la mentalidad erudita de la segunda mitad del siglo XVIII. En el texto del escritor madrileño, el mal cometido por las mujeres a las que hace referencia Quevedo era tener formación y competir con los hombres en oratoria latina. En la representación de la farsa del poeta parisino, las damas afectadas, Magdelon y Cathos, no van más allá de ser dos simples parleras de provincia cuya clave de toque se formaliza bajo una amplia y generalizada noción intuitiva: ser simplemente honestas y agradables. “Realmente, eres muy bonita, Carolina”, escribe Mary Wollstonecraft en el capítulo VII de Historias originales…, “Tienes unos rasgos preciosos, eso es lo que quiero decir. No obstante, has de mejorar en conocimientos con el fin de ofrecer a los demás otro tipo de expresiones.”

Las preciosas mujeres, tal y como se fundamenta lo femenino en una sociedad en la que lo masculino relega, según el orden patriarcal ilustrado, al sexo débil a un segundo plano, tienen como destino natural y moral el matrimonio. La institutriz que guía a las niñas en la sinfonía pictórica que Blake y Wollstonecraft escogen para adornar el frontispicio de la segunda edición de Historias originales… representa la utilidad y el uso de la educación femenina, el derecho de las mujeres a adquirir una educación reglada, con sujeción a pautas curriculares progresivas, y la facultad de enseñar sin que en ningún momento desempeñaran, por extraño que parezca, un papel central en la transmisión de los ideales ilustrados. Este era, precisamente, el derecho más frecuentemente exigido por las primeras y los primeros feministas de la edad contemporánea al reconocer que el salto de las mujeres de ingenio a la sabiduría continuaba siendo incluso en los últimos años de la edad de la razón un sueño imposible.

En los años de alrededor de la publicación de Cantos de experiencia, 1794, la emancipación estética que caracteriza la obra poética de William Blake es aquella que une, por una parte, las muestras de excelencia femenina ante el aparato de control masculino con el verdadero rol social de la mujer durante la Ilustración y, por otra, la disolución de aquella perfección femenina que veíamos en los grabados dispuestos para la segunda edición ilustrada de Historias originales… con la absorción de la representación de su belleza según la verdad y los excesos de la superioridad viril durante el mismo periodo. Precisamente uno de los objetivos de la estética kantiana absolutamente en boga por aquel entonces era sintonizar los sentimientos del sujeto representado con el conocimiento, la utilidad o el saber práctico que se atesoraba de cada uno de ellos. La finalidad formal, según el aspecto visual que resultara al combinar el purismo de la perfección con el funcionalismo de los objetos representados, no perseguía un fin exclusivamente estético. De acuerdo con el formalismo kantiano, la plástica de los objetos representados no era tan solo una cuestión de placer o complacencia artística, sino de prioridades funcionales establecidas de acuerdo con los parámetros de la época y los juicios puros o impuros sobre el gusto como capacidad universal.

En “Viajero mental”, uno de los poemas que forman parte de las canciones de experiencia de William Blake, el hombre es víctima de una mujer anciana que torna, durante el sueño varonil, en una espléndida virgen. El sueño acaba y, como broche de lucidez crepuscular, la representación de la perfección femenina a la que aludíamos más arriba se transforma en una envejecida sombra: “y él envejece, y ella se hace joven. / Hasta que convertido en un joven sangriento, / y ella mudada en espléndida virgen, destroza sus cadenas… / y ella se convierte en su morada / y en jardín que le rinde setenta veces frutos. / Pronto se torna envejecida sombra / vagando alrededor de una cabaña terrestre, / llena de pedrerías y de oro...”

En “La tierra de los sueños”, otro de los tantos poemas que William Blake integra en Cantos de experiencia, la mujer es un ser virtuoso que vive en los ideales y/o espacios de divinidad de un niño dormido. En el referido poema, el crío es el Alma: una entidad inmaterial que, por momentos, escapa de los principios físicos que rigen el sentido originario de su existencia. Más adelante, el regreso a la realidad desde la tierra de los sueños deriva al joven protagonista hacia la incredulidad, el temor, la fobia y la cobardía: “Oh, ¿que tierra es la Tierra de los Sueños? / ¿Cuáles son sus montañas, y cuáles sus ríos? / ¡Oh padre! Allí vi a mi madre, / entre los lirios junto a las bellas aguas. / Entre los corderos, vestida de blanco, / caminaba con su Thomas en dulce deleite. / Lloré de alegría, como una paloma me lamento: / ¡Oh! ¿Cuándo volveré allí?”.

En ambos poemarios, el tratamiento de la mujer demuestra lo mucho o lo poco que se ha ido avanzando a lo largo de estos dos últimos siglos en relación con la traducción masculina de la media naranja. En la Ilíada, las mujeres descritas por Homero son valientes, taxativas y precisas como, de igual modo, las señala Plutarco siete siglos después en Las virtudes de las mujeres. En la exposición de 2020 organizada por la Tate Britain en torno a la obra pictórico artística de William Blake, algunos grabados, posteriormente, pintados a todo color por el poeta como “Fuego de un colérico deseo”, “Los”, “La lechuza”, “Satán es Urizen” y “El ángel bueno y el ángel malo”, la mujer mantiene una actitud poderosa, dinámica, moderna, en ocasiones ambigua pero en absoluto plegada al discurso de la razón varonil. Sin querer profundizar en la igualdad de géneros ya que ello podría ahondar más en la diferencia existente entre hombres y mujeres como de hecho venía ocurriendo desde siglos atrás, Blake aprovechó la publicación de la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana de la conocida Olympe de Gouges en 1791 para hacerla germinar, en el contexto de su variedad diafásica, con sus eternas capacidades de utilidad y progreso.

Precisamente, Mary Wollstonecraft, en sus diálogos con William Blake, afirmaba no tener poder sobre los hombres sino desear tenerlo sobre ella misma. De hecho, la cohorte de impresiones de William Blake que apuntamos con el fin de ilustrar una cierta evolución de la mujer que va de la postura de las damas en el teatro in aeternum de Molière a la defensa activa de la igualdad, es claramente similar, aunque en planos de realidad artísticos distintos, a la evolución del poeta que, en el siglo de la razón y la experiencia, va del cordero de Cantos de inocencia al tigre de Cantos de experiencia, es decir, del amor a la pasión o, dicho en términos que conectan mejor con la normativa ilustrada, de la virginidad en el candor de la inocencia a la estética de la rapacidad viril en un proceso de emancipación creado solo para el varón: “Tyger Tyger, burning bright, / In the forests of the night; / What immortal hand or eye, / Could frame thy fearful symmetry?”

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