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Cuando España se dibujaba en blanco y negro

Paco Roca, la gran referencia española de la novela gráfica, presenta ‘Regreso al Edén’, un repaso a los años de la posguerra desde la óptica de la vivencia de su familia

Cuando España se dibujaba en blanco y negro

El inicio de esta historia se resume en un instante, justo lo que dura el click de una cámara fotográfica, un momento congelado en el tiempo, rescatado a última hora de esa cascada de recuerdos que todos los días, a cada segundo que pasa, nos abandonan para no volver. Una playa en Valencia, el verano de 1946 y una familia que madruga para poder disfrutar bajo el sol del Mediterráneo de un momento de tregua de esa tragedia que es la España devastada por la Guerra Civil, por las penurias, por el hambre. Ese es el instante.

Así arranca Regreso al Edén, la última novela del dibujante valenciano Paco Roca, editada por la editorial bilbaína Astiberri y que ya va por su segunda edición después de poco más de una semana a la venta en las librerías. El último trabajo de este Premio Nacional de Cómic, el historietista español más destacado de su generación, tiene su punto de partida en la ya desaparecida playa valenciana de Nazaret pero que podía haberse situado en cualquier punto de aquella España rota, una estampa y una historia que a todos nos resulta demasiado familiar.

Pero aunque la música nos suene, la letra la ha puesto Paco Roca; con su familia como protagonista, ese desnudarse ante el mundo que, antes de hacerlo, puede plantear serias dudas; lo que uno tiene que valorar es si son más fuertes los pros o si necesita hacerlo perentoriamente pese a que venzan los contras: “Es una mezcla de ambas cosas”, dice Paco Roca. “También me sentía en deuda con mi madre tras publicar La casa en la que cuento la historia, no de mi padre, sino de su ausencia. Mi madre tenía muchas cosas que contar también, aunque para mí era muy difícil enfocarlo porque es la historia de una persona de su época: trabajadora, sacrificada, con una vida muy dura, como tantas otras en aquellos años de miseria. Era la historia de la (a)normalidad. Esos justamente eran los contras. Afortunadamente me di cuenta que en esos contras es donde se encuentra la historia y de que la gente como mi madre también tiene derecho a ser protagonista”.

Y la épica de lo cotidiano se transformó en historia, esa historia que identifica a muchas más familias de las que aparecen en la foto inicial. Se convirtió, igual sin pretenderlo, en miles de fotos de miles de familias en miles de localizaciones distintas: “Nunca pensé que pudiera suceder algo semejante. En principio, cuando te planteas hacer una historia piensas que contar un hecho excepcional, un hecho histórico o heroico va a enganchar a mucha gente que va a sentirse identificada con el suceso o con el personaje por afinidad, por simpatía: por lo que sea. Pero al final, de una historia personal pero común al mismo tiempo, se ha generado algo más grande, muchas historias individuales que reconocen la que yo cuento como algo propio, con sus matices”. Uno de los retos más importantes a los que una persona que quiera contar lo que sucedió en aquellos años de boca de sus protagonistas es lograr que hablen, que transmitan sus vivencias, que logren romper ese silencio con el que se acostumbraron a vivir, ese oír ver y callar que marca a esas generaciones: “No fue nada fácil. Esa generación tiene aprendidas unas frases que usan casi para todo, pero que no desarrollan. Todos hemos oído esas frases como: ‘¡Ay!, hambre tenías que haber pasado como pasé yo’. Pero más allá de eso, no te cuentan lo que fue pasar hambre. Tuve que sentarme con mi madre y empezar a tirar del hilo, a preguntarle por su infancia, por lo que comía, cómo era una Navidad... y empezar a tirar del hilo. Al principio me contaba recuerdos ya hechos, esos que cuentas tantas veces que te salen casi sin querer pero, poco a poco, los recuerdos empiezan a fluir y salen cosas que nunca antes habías contado, como que por ejemplo a mi abuela la maltrataba mi abuelo y de que ella tuvo que cuidarlo pese a que no se lo mereciera. Muchas veces tenemos que sentarnos a escuchar, tener interés por lo que nuestros mayores nos pueden contar. Ese muro en la memoria se puede derribar con interés por saber y con mucho cariño”.

La trama de Regreso al Edén nos acompaña por la historia de una España miserable en la que el pueblo, gran parte de él, tenía que sobrevivir con un sistema que no funcionaba de racionamiento instaurado por el gobierno. Los alimentos básicos apenas llegaban a las casas, lo que obligaba a las familias a tener que recurrir al mercado negro, una organización corrupta en la que todos ganaban menos las familias, que tenían que endeudarse para conseguir en el estraperlo lo que no podían comprar con el racionamiento.

Las mujeres eran el pilar fundamental de esas familias. Personas llenas de fuerza, de determinación que pese a tener un destino prácticamente escrito entre hijos y pucheros, entre frustración por las oportunidades vetadas y la violencia de muchos maridos que se creían con derecho a cruzarles la cara cuando creían oportuno, lograron sacar a sus familias adelante: “Tenían un coraje increíble, era pura supervivencia porque no les daban opción a otra cosa. Las familias se convirtieron en un núcleo esencial para salir adelante en una España tan miserable en la que cada uno miraba para sí mismo, con un gobierno que ni podía ni quería crear un colchón para toda esta gente, con lo que sólo se tenían a ellos mismos para sobrevivir. Y en ese escenario es cuando emerge la figura de la mujer, de la madre, de la abuela, como sostén y pegamento de la familia”.

A pesar de todo lo vivido, y transcurridos tantos años, parece que poco hemos aprendido de ello y la situación política en España nos ha vuelto a traer a la memoria paisajes a los que pensamos que nunca tendríamos que volver: “Sigue estando muy presente ese discurso de las dos Españas, una politización del pasado que conviene tanto a la izquierda como a la derecha, una muestra de que las cosas no se hicieron del todo bien durante la Transición. Un sector de la derecha no renunció a su herencia franquista, un gran error que nos ha llevado hasta donde estamos”.

Llegar al Edén es más fácil de lo que parece, tiene caminos más directos de los que nos empeñamos en coger, sin curvas. Para una madre el final de ese camino puede ser que alguien congele ese instante en el que la vida le dio una tregua y pudo disfrutar de un momento de tranquilidad rodeada de su familia, de un rayo de sol. Nada más. Y nada menos.

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