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Introspección y observación, por Anita Brookner

‘Vidas breves’ es una de las mejores novelas

de la sagaz escritora londinense

Introspección y observación, por Anita Brookner

Me he acostumbrado a leer todo lo que cae en mis manos y ha escrito Anita Brookner (Londres, 1928-2016). Es una autora inteligente, observadora sagaz de la condición humana y mantiene un tono melancólico que no llega a cansar. Pertenece a la misma hermandad de escritoras británicas en la que militan Barbara Pym, Muriel Spark y Elizabeth Taylor. Es probable que también la angloirlandesa Elizabeth Bowen. Brookner, de la que Libros del Asteroide publica ahora Vidas breves, acertó a dividir su tiempo literario entre la observación y la introspección. Esos íntimos perfiles de sus personajes femeninos retumban en la cabeza del lector una vez que concluye la lectura.

Los hombres aparecen y desaparecen en las páginas de sus libros, pero el único recuerdo que queda de ellas es el de las mujeres, a veces con vidas solitarias, que enmascaran bajo un autocontrol fingido cualquier tipo de poderoso anhelo romántico. No se trata de solteronas tristes que sorben el té en viviendas mal iluminadas con moquetas carcomidas por polillas e infestadas de ácaros, sino de mujeres que podrían haber desempeñado cualquier otro papel y se han visto obligadas, por las circunstancias que sea, a conformarse con existencias grises.

Aparentemente no pasan muchas cosas en Vidas Breves, como tampoco en Hotel du Lac (1984), con que obtuvo el Premio Booker, o Un debut en la vida (1981), que vio la luz hace dos años traducida al español por la misma editorial de ahora, ni probablemente en las más de dos decenas de novelas restantes que escribió. El drama, magnífico drama, existe en la mente de esa estupenda narradora que es Brookner. En ella tenemos a una observadora privilegiada de sí misma, que se mira y se escucha conscientemente para traspasar sus reflexiones y sentimientos a los personajes que, además de perfilar con gran oficio, encarna. Al escribir sobre las mujeres, les pone su propia piel. Por esa motivo, no se puede decir que no haya latido autobiográfico en las novelas de Brookner.

Fay Langdon, narradora y personaje principal de Vidas breves, fue una vez una cantante de éxito discreto con una prometedora carrera en la radio, que concluyó con su matrimonio con un abogado muy ambicioso, Owen Langdon. La pareja no tiene hijos, pero Fay se va acostumbrando a llenar sus horas con los deberes de esposa, aceptando sin quejarse su nuevo rol, pero sin dejar de añorar jamás la vida que una vez vivió. Así todo, busca colmar sus días con un tipo de ocupación algo más significativa, y a la vez teme convertirse en una de esas mujeres emocionalmente necesitadas que otros temen y pretenden evitar. De hecho, se mueve entre personas que el matrimonio ha convertido en compañeros. La novela arranca con el anuncio en The Times de la muerte de su amiga, Julia.

En realidad, nunca le cayó bien. Durante un tiempo se vio sometida a su odiosa condescendencia, sus caprichos egoístas y a la especie de superioridad que ejercía en el círculo de amistades. Pero la desaparición abre la compuerta de los recuerdos que empiezan a agitarse y se van traduciendo en monólogos. A veces cuando ciertas vidas se agolpan la soledad aumenta y con ella hasta cierto punto la intriga. Eso es lo que sucede en el relato de Anita Brookner.

Puede que sea una de esas novelas, ya digo, en las que no pasan nada para el común de los mortales, pero Vidas Breves está lo suficientemente bien escrita y pensada para atraer literariamente a los buenos lectores ávidos de emociones íntimas. El caso es que uno no puede apartar la mirada de ella hasta que no la acaba.

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