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‘Silva Rerum’: un artefacto imprevisible

Federico J. Silva utiliza en su poesía el humor para hacer saltar por los aires la tranquilidad mortecina del lector, para sobresaltarlo sorprendiéndolo con un discurso donde nada de lo humano le resulta ajeno

Federico J. Silva. | | LP/DLP

La poesía de Federico J. Silva admite muchos posibles adjetivos. El que no entra en el recuento es el de “previsible”. O, permítaseme el juego paradójico, quizás lo único previsible en su obra es precisamente que es imprevisible. Y lo es por su riesgo conceptual, por su radicalismo textual, por la originalidad de sus propuestas, por todo eso que configura lo que alguna vez he definido como “voz y mundo propios”. Federico J. Silva los tiene. Y los esgrime como defensa y repudio de eso que es tan frecuente en la literatura y que no es otra cosa que la repetición de lo sabido. Así, adentrarse en la última entrega poética de nuestro escritor, Silva rerum (Mercurio Editorial, Madrid, 2020), es penetrar en un artefacto verbal de efectos imprevisibles.

Ya el propio título es una declaración de intenciones en donde confluyen diferentes posibles interpretaciones de su significado. Bautizar el libro en latín es un atrevimiento disfrazado de arcaísmo y cultismo. También de ironía. Ya dijo Cortázar que la risa es la más peligrosa de las armas. Federico lo sabe y el humor es uno de los elementos que utiliza para hacer saltar por los aires la tranquilidad mortecina del lector, para sobresaltarlo sorprendiéndolo. Porque rerum significa cosas y silva es bosque al igual que es una “colección de varias materias o especies escritas sin método ni orden”. Es decir, estamos ante un “bosque de cosas”, pero también ante un “antiguo género latino caracterizado por la heterogeneidad de los elementos textuales”. Y, jugando con el apellido del autor, igualmente podría decirse que nos situamos ante las “cosas de Silva”. El mismo autor se ocupa de esclarecer este significado múltiple que, en ninguna de sus acepciones, falta a la verdad.

La obra es una pugna en lo hondo para trascender la mera apariencia de lo que dicen las palabras

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Frente a la narratividad descriptiva tan frecuente en la poesía de nuestros tiempos, ocupada y preocupada y dominada por la claridad de significado y la emotividad sentimental, Silva opta por proponer que las palabras tengan –como afirma en su riguroso e intenso prólogo Felipe García Landín- “tal poder que constituyen una fuerza arrolladora sin que el poema oculte el combate que el poeta sostiene con ellas”. Y, en efecto, el de nuestro autor es un combate sin tregua en el que le va en ello lo vivido. O lo que es lo mismo: la palabra o la vida. Escrivivir: vivir en lo escrito. Así pues, como en la vida la palabra que la refleja y la sustenta se multiplica en múltiples planos, resonancias, reverberaciones, repercusiones… para crear un ámbito íntimo semejante a la sala de los espejos. Uno es el personaje, pero el espejo de los espejos en que se mira y desde donde nos mira el poeta revela imágenes plurales. Este hecho, desde una aproximación meramente formal, se manifiesta en la escritura de los poemas en elementos de intertextualidad, metapoesía, mestizaje, ironía, parodia, pastiche, eclecticismo, neologismos… Y del mismo modo, podría afirmarse que nada de lo humano le es ajeno. Arte, cine, música, política, literatura… confluyen como motivos totalizadores o fragmentarios en el discurso poético. Podría decirse que en Federico J. Silva se cumple aquello que decía Lezama de que solo lo difícil es estimulante. La presencia de un humor sutilmente inteligente y socarrón acentúa la visión crítica que en múltiples ocasiones destilan los poemas.

Este artefacto imprevisible que es Silva rerum ciertamente es una pugna en lo hondo para trascender la mera apariencia de lo que dicen las palabras y llevarnos a otro espacio donde los ecos del verbo se propagan como el resplandor de las hogueras, como lenguas de lava avanzando hacia el corazón. Y con el corazón o el amor hemos topado.

García Ladín: “El amor, de ser un asunto privado, pasa a ser una religión. El poeta es a la vez el escriba y el profeta”

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Porque el amor es la única salvación posible, el verdadero rostro en que el poeta se reconoce. Y de nuevo cito a García Landín cuando afirma: “El amor, de ser un asunto privado, pasa a ser una religión. El poeta es a la vez el escriba, el notario y el profeta de este nuevo evangelio”. Un amor que es fuerza y razón, que es pasión y deseo, sensualidad y erotismo, que fecunda y es fértil. Un amor que muestra rostros diferentes, desde el amor cortesano al amor utópico e idealizante. Amor que busca la entrega en el otro para acceder a la plenitud. Un amor que es verdad poética y sustento del silencio. El amor como redención y destino, pues. El propio poeta lo ratifica en ese hermoso poema titulado “Je sois toi” cuando afirma: “Amo ergo sum. Soy lo que amo”.

No hay mejor final para que lo imprevisible deje de serlo y se convierta en verdad cierta, rotunda, tangible en la que abismarse.

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