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Las cosas del mundo, los hombres y los dioses

Roberto Calasso continúa su libro único en ‘El cazador celeste’, una nueva vuelta de tuerca a la historia de todos nosotros

Las cosas del mundo, los hombres y los dioses

En Roberto Calasso, escritor y director literario de Adelphi, resulta complicado elegir un título. Existe, sin embargo, un libro único que parece no agotarse y nos conduce implacablemente a la piel metamórfica, esa interminable noche de descubrimiento y resplandor. El Cazador Celeste, la última pieza de ese trabajo en progreso, que acaba de publicar Anagrama, es la octava parte de una obra que empieza en 1983 con La ruina de Kasch y que persigue el ambicioso objetivo de indicarnos dónde y qué observar. Esto podría parecer absurdamente pretencioso si Calasso, en su reencarnación como Ovidio, no poseyese clarividencia, una inmensa cultura y no contase las historias enmarcadas en un género apto para casi todos los públicos. Se siente cómodo en cualquier época, lugar y libro, en cada uno de los mitos.

El lector penetra en las páginas de esta última entrega del autor florentino igual que el hombre, protagonista de su historia, persigue al animal que quiere imitar y como cazador se adentra en lo desconocido. Calasso ofrece la oportunidad de detenerse por un momento para reflexionar, hacer pausa; y luego cabalgar hacia el corazón de la noche sobre párrafos sincopados y el ritmo palpitante de un pensamiento que enfoca y sugiere un bosque de árboles milenarios, de abismos de conocimiento que se abren ante los ojos. La expedición está dirigida prácticamente en su totalidad a los tiempos profundos, la prehistoria, los primeros pueblos de cazadores, el chamanismo siberiano, Egipto, Grecia, en los que por las huellas es posible distinguir extrañas formas de animales extintos, reales o fabulosos, con cuya fisonomía original sólo se puede especular, dibujando mitos e historias a su alrededor. Ahí es donde Calasso, guiado por su portentosa erudición, brilla y observa. La primera de estas huellas es la constelación de Orión. El autor de El Cazador Celeste rara vez se vuelve hacia adelante, incluso si estas miradas ocasionales son a menudo fulminantes. Cazando, los hombres se convirtieron en animales metafísicos; y la caza es la matriz de todas las divisiones: hombre y animal, depredador y presa, observador y observado en el teatro de la mente. “Cuando empezó la caza no había un hombre que perseguía a un animal. Había un ser que perseguía a otro ser”. El hombre se separa de esa comunidad irracional a través de la máscara y de los disfraces; el hecho metamórfico es el que nos permite cruzar desde los orígenes y alcanzar la civilización.

Y está el cazador celestial. Para Calasso los grandes dioses griegos, Zeus, Dionisio, fueron cazadores. Cazaban almas para encantar, carne para sacrificar, y sangre para depurar sus culpas. Apolo fue un lobo antes de ser un dios. Artemisa, la soberana de los animales y protagonista del relato más bello del libro, un oso. La caza empezó siendo un largo cortejo, una invitación a la pelea, el sexo y el incesto. Pero la presa, en ocasiones, se escapa, y con ella la facultad del conocimiento. Como no hay que perderse en los bosques prehistóricos, Calasso hace un guiño a Ovidio, quien tomó literalmente la metáfora de la caza del amor y la entregó a la Edad Media. Es la época en la que el eros metafísico vuelve a cargar el carcaj al hombro, suelta perros, halcones y otras aves rapaces, siendo casi imperceptible de la caza. Todo parece recapitular en el gran ciclo mitológico del Unicornio capturado por la Dama. Pero en el siglo XVI aguarda la segunda gran temporada; es cuando el tiempo coincide con la fortuna de los completos tratados erótico-cinegéticos y el mito de Diana y Acteón, tomado de La Metamorfosis, del poeta romano. Acteón, el cazador, ve la desnudez de Diana y provoca la venganza de la diosa.

El Cazador Celeste es un libro sobre las transformaciones de los dioses y los hombres a lo largo de las generaciones. La metamorfosis, viene a contarnos Calasso, es el rasgo más claro que une la parte terrestre con la celestial. Del mismo modo que Zeus, para seducir a sus amantes terrestres, se convierte en toro, lluvia de oro y, incluso, en hombre, el Homo de la Prehistoria, para pasar del papel de presa al de cazador, debe disfrazarse de esas mismas bestias que tanto le aterrorizan. Es por algo que en las pinturas rupestres abundan los colosales mamuts, los temibles tigres con dientes de sable y las fieras en general. Sin la metamorfosis, el Homo habría seguido siendo lo que era: un ser como muchos otros, más débil y menos equipado que los demás para sobrevivir. Sin embargo inventa el mito: esa cueva de los orígenes pasa de ser una simple guarida a convertirse en la quintaesencia del mundo conocido. En las paredes de roca, los hombres se vuelven otros, para acercarse al cielo, levantar la cabeza y reconocer las estrellas entre Sirio y Orión, observando a esos mismos animales mientras el último persigue constantemente a las Pléyades.

Esta octava entrega del libro infinito de Roberto Calasso empieza donde termina la primera. Si en Kasch, un silogismo perentorio y soñador lleva a la deducción de que la sociedad misma es la ruina, “El Cazador Celeste” concluye evocando el camino para ir más allá de la sociedad, después de pasar por Platón y su seguidor, Plotino, y acabar en los misterios eleusinos. En las páginas de esta entusiástica nueva aventura de Roberto Calasso conviven muchas historias dispersas y variadas que se pueden abarcar sin un orden lógico preciso. Los catorce capítulos en los que se divide también es posible leerlos no en un orden consecuente sino que, al igual que un cuento, una fábula o, con fundada razón, un mito, se asimilan por separado placenteramente. El estilo es rico pero jamás retorcido, porque Calasso siempre ha procurado escribir de las cosas más complejas de la manera más clara y brillante posible. Así que incluso cuando entra en el terreno filosófico del autor de las “Enéadas”, en el capítulo diez, trata de llevar los pensamientos del fundador del neoplatonismo a los tiempos contemporáneos. En El Cazador Celeste, al igual que en otros títulos del mismo autor, está la historia de todos nosotros.

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