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Amalgama

El barco de Teseo

El barco de Teseo

En los tiempos que corren hay tres procesos en marcha que afectan a la construcción de la antroposfera. El primero es la entrada de la antroposfera en la Era Ovejuna, la que se denomina globalismo, pero que recoge una creencia cerril en la ética de lo colectivo, la construcción de una sociedad humana en la que el individuo queda lastrado y se le substituye por el denominado Bien Común, se le cercena su libertad y lo agradece, ya sea como consigna del partido comunista chino, ya sea como propuesta de su contrario natural, el Foro Económico Mundial y adláteres. No solo se trata de que hayamos caído en manos de singuangos, zurriagos y jalamecates, sino de que la evolución sociobiológica lleva ese camino de compactar voluntades generando seres grupales despachados con pensamiento único. Se trata de una tendencia evolutiva filogenética y las naciones tienen sus días contados, tal vez tras algunos estertores históricos. Después de ello tendremos una población de miles de millones de humanos sumisos sobre la tierra para hacer con ellos lo inimaginable.

Para conseguir esto la tecnología ha avanzado de forma que las disciplinas comunicativas y de redes pueden tener información de cada humano a través de terminales, así como de las cosas de los humanos (Internet de las Cosas), conformándose un Gran Robot, cuya inteligencia será una Suprainteligencia y una Superinteligencia, en orden a generar una singularidad, de lo cual se ha escrito hace ya más de una década en textos que hay que revisar porque ahora ya se dispone de computación de redes neuronales y ordenadores cuánticos, que han multiplicado la velocidad y el volumen de forma inconmensurable para los humanos. Finalmente tenemos el avance del transhumanismo. Así como las creencias religiosas son sustituidas por la creencia en la ciencia, instituciones como la familia, que son de orden natural, están siendo barridas, el género desaparece como algo nítido, pasa a ser una elección voluntariosa de los individuos amparados por un listado de propuestas que protege el Estado, y lo que en principio se cubría con un par de letras acrónimas, Lesbianas y Gays, ahora necesita bastantes más y van en crecimiento: L-g-t-b-i-q-etcétera.

Junto a esto sobreviene la fluidez en el tiempo entre esos estados genéricos, de forma que se puede cabalgar sobre ellos con el objetivo de encontrar placer de cualquier forma, o más bien, ser gestionado ese placer por un Estado que lo que busca es el dominio de la reproductividad, que sólo cuenta, por lo pronto, con órganos masculinos y femeninos, pues la reproducción por esporas todavía no se ha establecido entre humanos, aunque todo es cuestión de tiempo, de ingeniería inversa o de transtecnología. El objetivo es desviar el placer de la función reproductiva, arrancar dichos arquetipos de la religión y trasladarlos a la tecnología, algo así como un Parque Humano, como escandalizó Peter Sloterdijk, en 1999, cuando diagnosticando que la domesticación del humano con educación y arte había fracasado señaló que correspondía pasar a un nuevo nivel, una “política de cría”, una antropotecnología, el uso eficiente de la eugenesia y la manipulación genética para producir humanos más perfectos, o sea, transhumanos. Los hijos no serán de los padres, sino del Estado. Y esto lo compran todas las políticas socialistas del ancho mundo.

Ahora bien, en filosofía el tema no ha quedado en menor posición. El ser humano está diseñado (por la naturaleza o por otro origen por conocer) con obsolescencia programada. Hans Moravec y Ray Kurzweil trabajan para arrancar más duración al ser humano, considerándolo como un conjunto de materia biológica y comunidad de microbiotas que sobreviven en un conglomerado autónomo al que llaman individuo. Pero como lo biológico se mezcla con lo tecnológico hoy día, las prótesis se integran en los cuerpos y los cuerpos son tratados y transformados por máquinas, láseres y nanotecnologías diversas, el alargamiento de la duración vital, la tendencia hacia una cierta inmortalidad, se convierte en un tema de conservación de la información. En este sentido David Chalmers, australiano, y uno de los filósofos que más ha ahondado en las posibilidades que se presentan, considera si se podrá hacer un “mind uploading”, una transferencia de conciencia del cuerpo biológico a otro sustrato material. El concepto de conciencia de Chalmers no considera en absoluto ni la ontología heideggeriana, ni los inmensos avances advaitas de la tradición de autoindagación vedanta. Solo explora la posibilidad de que la mente sea como un software que cambia de hardware, como en la computación informática, ya sea cambiando los componentes materiales del cerebro, ya sea transfiriendo la información cerebral a otro medio re plicable. Y aquí llegamos al mito ancestral que previó esta posibilidad, por no decir que esta posibilidad nació con la esencia evolutiva del humano, y que solo había que esperar, y que ya está aquí. Se trata del mito del barco de Teseo, quien, según Plutarco, cuando volvió de Creta lo hizo en un barco que fue durante años continuamente reformado con nuevas piezas que sustituían a las anteriores a medida en que se iba estropeando, de forma que se convirtió en un debate filosófico el entender si se trataba del mismo barco o de un barco nuevo y distinto. Locke, más inglés, definió el mismo problema parcheando continuamente un calcetín, hasta que ya hubiera desparecido el original y solo quedaran los parches y la forma del calcetín original. Esto mismo ocurre en el cuerpo humano que, cada siete años, ha renovado la totalidad de sus substancias biológicas. El transhumanismo sólo quiere conseguir eso, conservar la plantilla, fabricar varias plantillas para ordenar bien el Parque Humano, y para ello ya está logrando hacer que todos los humanos berreen igual y a la vez, que cuando berreen lo hagan siguiendo las órdenes del Gran Robot, y que cuando disfruten del gozo protegido por el Estado, lo hagan usando el catálogo fluido de Lgtbiq-etcétera, pues la forma común familiar debe ser abolida para que no se generen distorsiones en el principio básico de que todos los humanos, todos los hijos, pertenecen al Estado, y el estado pertenecerá al Gran Robot.

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