Hay poetas raros, hondos como pozos, de voz limpia como el aire, escasos y valiosos, que no salen en las antologías. Joan Margarit, el último y certero premio Cervantes de Literatura, no salió en las antologías de los años 60 ni 70 ni 80, pero hoy es inconcebible la poesía contemporánea en catalán y castellano sin contar con su obra. Cuánta obsolescencia no programada en aquellos muestrarios pretenciosos. En su trayectoria solitaria, en su concepción radical de una poesía arraigada a la existencia y embridada por la inteligencia, en su discreción y hasta desgana ante las vanidades del oficio, en la originalidad de su pensamiento poético e incluso en la sensata antisolemnidad con que lo formula, Margarit es un poeta no alineable, un fuera de serie.

Su primer libro, de 1963, ya avisaba en su título de su singularidad: 'Cantos para la coral de un hombre solo'. No era poeta gregario ni de grupúsculo, su coral la constituía él mismo y así seguiría siendo hasta ahora. Entonces aún estudiaba Arquitectura. Había vuelto a la carrera tras abandonarla para trabajar en Plaza & Janés, quizá porque consideró que en la editorial sería más fácil convertirse en poeta, que fue una vocación madrugadora y compenetrada con su existencia. Había conocido ya a su esposa, Mariona Ribalta, la Raquel de sus poemas, en "el invierno del sesenta y dos", como escribiría en 'Madre Rusia', mientras una nevada inverosímil cubría Barcelona y «al llegar el buen tiempo, tú, Raquel, / ya estabas a mi lado con aquel / claro rostro de una Ana Karenina».

Margarit siguió escribiendo casi en secreto tras acabar Arquitectura en 1964, y después de obtener en 1968 la cátedra de Cálculo de Estructuras en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Escribía en castellano, porque era la lengua en la que le habían educado, aunque restallaba en su memoria de vez en cuando el latigazo que recibió a los cinco años cuando le dijeron, al oírle hablar en catalán, que lo hiciera «en cristiano». El cretino que ladró así no pudo impedir que el castellano fuera también la lengua del muchacho, la de muchas lecturas, la de los amigos y las gentes de Santa Cruz de Tenerife, donde pasó largas temporadas en su adolescencia y donde escribió su primer poema.

Por eso en 1975 fue en castellano también su libro 'Crónica', que le publicó en la colección Ocnos otro amigo, Joaquim Marco, a quien hemos perdido hace pocos días (y muchos estamos tristes, Joan). Y aún vendría otro libro, 'Predicación para un bárbaro' (1979), antes de que Miquel Martí i Pol le exhortara a escribir en su lengua afectiva, sin reservas ni remilgos.

Palabras de la infancia

Desde 1981 con 'L’ombra de l’altre mar', Margarit adoptó el catalán como lengua poética, la más entrañadamente suya. Con las palabras de la infancia y los sentimientos, a sus casi cuarenta años, el poeta encontró un río de expresividad inexplorado. Se sucedieron entonces los poemarios que aún siente suyos: 'Llum de pluja' (1986), 'Edat roja'(1989), 'Els motius del llop' (1993) i el magnífico 'Aiguaforts' (1995), donde se encuentra uno de los poemas que más veces ha recitado: «'La llibertat és la raó de viure, (dèiem, somniadors, d’estudiants, […] La llibertat és una llibreria. / Anar indocumentat. Són les cançons / de la guerra civil. / Una forma d’amor, la llibertat'».

Como experto en cálculo de estructuras, Margarit experimentó con el límite entre la forma y el sentido del poema cuando se le somete a una supresión de sus elementos, cuando se le impone el principio arquitectónico de lograr la máxima resistencia con el mínimo material.

Aleación de memoria e historia

Esta concepción del poema como una construcción minuciosa en la que las palabras operan como el hormigón o el acero para armar con la máxima exactitud un dispositivo verbal que encierra un chispazo de experiencia será la de Margarit. La experiencia de la que surge el poema es la suya, una aleación de memoria individual e historia colectiva, pero está dicha para que el acto de conocimiento se produzca dentro del lector como un resplandor de verdad, como una revelación sobre sí mismo y el mundo. El poema es un artefacto y un misterio a la vez que establece una conexión moral entre poeta y lector y propone un orden en la confusión, por lo que enriquece y puede cambiar la vida de los lectores.

Aunque la voz poética era ya fuerte y rotunda, fue a partir de 'Estació de França' (1999), que salió en edición bilingüe, ambas del autor, cuando Margarit empezó a cobrar notoriedad. La enfermedad y muerte de su hija Joana, entre el 2000 y el 2001, quedó registrada en la desoladora crónica poética 'Joana' (2002), en la que Margarit desacató uno de sus principios sagrados: no escribir jamás al calor de lo vivido. Escribió al lacerante dolor de lo sufrido, fingiendo mitigarlo con toda la disciplina de su inteligencia. No es posible leer esos poemas sin estremecerse.

El optimismo de la razón contra la tristeza

En los últimos 15 años, Margarit ha dado media docena de libros soberbios, cada uno de ellos en torno a una dimensión moral o existencial distinta, pero todos concebidos como testimonios tanto de la precariedad y el desamparo de los seres humanos como de esas tablas de salvación que son la razón lúcida o la dignidad. 'Càlcul d’estructures' (2005) es aún una ronda nocturna por el dolor y por el pasado (en 'Autorretrato con mar' el niño callado que fue Joan asoma tras los ojos de viejo del Joan vivido, que lo acoge con ternura), mientras que 'Casa de misericordia' (2007), que fue Premio Nacional, penetra en estratos de la melancolía donde parece haber un invierno perpetuo.

Quizá por eso su siguiente libro se llamó 'Misteriosament feliç' (2008) i es un pulso ganador del optimismo de la razón contra la tristeza de lo vivido. Después, desde 'No era lluny ni difícil' (2010) hasta 'Un hivern fascinant' (2017), el proyecto de escritura de Margarit ha ido creciendo como una fastuosa sagrada familia poética, tan sólido y hermoso como el templo de Gaudí en el que él mismo trabajó durante algún tiempo.

Dos novedades en librerías

Con dos novedades bajo el brazo llegaba Joan Margarit al Sant Jordi del 23 de abril, día en que debía recibir el Premio Cervantes en acto oficial. Ahí siguen ambos títulos, así como sus numerosos poemarios, camino del Día del Libro y la Rosa del 23 de julio: ‘Sense el dolor no hauríem estimat’ (Proa) se trata de una selección de sus poemas realizada por sí mismo. Es “la antología más difícil, la de mi propia obra, ahora que, a mis 82 años, ya no le deben quedar demasiadas incorporaciones futuras”, escribe.