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Coeditora y directora del Espacio Manuel Padorno

Patricia Padorno Betancor: “La obra de Manuel Padorno es una ventana luminosa”

Patricia Padorno posa ante una obra de su padre en la muestra ‘Un oficio indecible, en la Fundación CajaCanarias .

Ha estado detrás de las ‘Obras completas’ de su padre, atando el último detalle. Patricia Padorno Betancor (Madrid 1965) recapitula sobre lo hecho y que lo está por venir.

En su trabajo se combina la condición de hija del poeta y editora de su obra, dos buenas razones para ayudar a entender la literatura padorniana. ¿Cuál es el motor de su ingente escritura, desvelado de manera definitiva, si cabe, con la publicación de este 'Inéditos'?

Una pasión incansable por encontrar la palabra justa. Para explicarnos la realidad exterior, para zarandear nuestras rutinas diarias y para acercarse cada vez más a la precisión de sus amados Domingo Rivero, Góngora, San Juan de la Cruz o Per Abbat.

Alejandro González Segura se refiere en su texto crítico de la edición a “el otro lado”, a una búsqueda incesante de una percepción diferente. Sin embargo, Manuel Padorno, para llegar a dicho objetivo nunca se aisló, todo lo contrario, fue un ser social y socializante. Sorprende, por tanto, la orfebrería febril con la que prepara sus textos, con versiones y correcciones infinitas, un quehacer obsesivo que se permite compatibilizar con su compromiso de estar en la calle. ¿Cómo lo hace?

Mi padre era un nómada solitario y, como dices, socializante: necesitaba tanto la solitud como la compañía, movido por una curiosidad vital y un entusiasmo que volcaba en incansable estudio y trabajo.

Tras obtener el accésit del Premio Adonáis por 'A la sombra del mar' escribe 'Código de cetrería', un libro que sorprendentemente deja inédito para entrar, en paralelo, en un silencio creativo que dura más de veinte años y que sería contraproducente para su posicionamiento entre la generación del medio siglo. ¿Qué determinó esa crisis y qué supuso para su obra en el futuro?

Más que de un silencio creativo, como dice Alejandro González Segura, se trató de un silencio poético, es decir, de una época de silencio en que escribió varios libros pero no los dio a conocer posiblemente por autoexigencia. De hecho, estaba contemplada la publicación de Código de cetrería como el último volumen en la colección Poesía para todos, con cubierta del propio autor, que seguramente le hubiese posicionado entre los otros poetas de la colección, como Valente, Barral, Caballero Bonald, Gil de Biedma o Brines, a los que le unía una amistad poética y personal.

“A partir de ahora será la Fundación Jorge Guillén la que continuará con su legado literario”

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Muchos de los poemas previos a la muerte de Franco los escribió para ser leídos en la plaza pública, en la efervescencia de la oposición a la dictadura y con las limitaciones que imponía la represión. ¿Cree que no ha sido valorada de manera suficiente la aportación que desde la cultura se hizo para el cambio democrático, y en particular con iniciativas como Taller Ediciones JB, puesta en marcha por su padre y su madre?

En general, la obra de Manuel Padorno todavía tiene que ser descubierta. Tanto la poética como la pictórica. Y en eso estamos. En darle toda la visibilidad posible, para que sean otros los que nos hablen de su importancia y de su aportación. Por ejemplo, se está poniendo en marcha un trabajo de investigación sobre esa aventura editorial, su función de agitadora política o de vía de acceso a lo que se cocía en la punta de flecha del pensamiento y el arte en Europa, según las palabras del investigador que la va a realizar.

¿Fue Manuel Padorno un hombre feliz o atormentado?

Fue una persona enormemente entusiasta. Cosa que se trasluce en su pintura y en la mayoría de sus poemas. Como él mismo le contaba a Juan Cruz -quien por cierto ha escrito unas palabras entrañables para el tercer tomo-, “Vivir es la gran droga”. Manuel Padorno era un gran adicto a la vida.

¿Qué queda por publicar?

En los tres tomos de las Obras completas hemos publicado todo lo que consideramos que por su revisión, calidad y contexto, tenía que aparecer, cerrando por nuestra parte el capítulo literario. A partir de ahora, será la Fundación Jorge Guillén la que continuará con la gestión del legado literario, poniendo el material -poético, ensayístico, epistolar, artículos de prensa, etc.- a disposición de los investigadores de la obra padorniana y del público en general.

Han puesto a la venta la casa de Punta Brava, la referencia del retorno de Manuel Padorno a Canarias, el lugar donde construyó su “mitología atlántica”, parte esencial de su obra. ¿Parece como si su ansiedad por excavar una y otra vez en la realidad fuese correspondida, de manera providencial, por el espacio idóneo para ello?

Más que ansiedad yo diría que todo su nomadeo fue enraizado en su casa de Punta Brava. Allí continuó con los temas que ya había empezado en los años 60 del pasado siglo desde A la sombra del mar, centrados en el mar y en la luz. Allí cerró el círculo, expandiéndolo.

“Se ha puesto en marcha una investigación sobre Taller Ediciones JB y su papel como agitador político”

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La publicación de las ‘Obras completas’ no se puede desligar del Espacio Manuel Padorno, una nave en Madrid donde se conserva su legado. ¿Cuáles son los proyectos más inmediatos?

Ciertamente, el Espacio Manuel Padorno nos ha permitido agrupar, ordenar, revisar y visibilizar todo este inmenso legado. Con las Obras completas hemos cumplido el sueño de reunir su obra poética, con el trabajo fundamental de mi madre, Josefina Betancor, y de Alejandro González Segura, así como el apoyo de mi hermana Ana, Álvaro Marcos Arvelo (Fundación CajaCanarias), Pre-Textos y del Gobierno de Canarias, sin los cuales este proyecto no se habría podido realizar. A corto plazo, presentaremos el Tomo III en Las Palmas y Madrid. Y ya estamos centrados en mostrar con continuidad la obra pictórica y en la realización del catálogo razonado, para lo que contamos con el entusiasmo y el apoyo de la Galería Leandro Navarro y de Juan Manuel Bonet, entre otros.

Hace unas semanas murió el pintor Luis Feito, uno de los fundadores del grupo El Paso, que tuvo como antecedente -en su hijuela canaria- la marcha de Manuel Padorno, Martín Chirino y Manolo Millares, con la integración de los dos últimos en El Paso, ya establecidos en Madrid. Por motivos familiares, Manuel Padorno retorna a Canarias y se desliga en cierta manera de ese movimiento artístico del tardofranquismo. ¿Le pesó de cara a su proyección?

Por supuesto que le pesó. Imagínese con veinte años, recién llegado a Madrid, a un nuevo mundo que se abría con tanta efervescencia, y la frustración de tener que abandonarlo… Por otro lado, Manuel Padorno era un solitario que no creía en capillas… que creaba su propio camino. Pudiera ser que esa marcha haya propiciado hoy que toda su obra, y en particular sus bellísimos cuadros, sean una ventana luminosa y nueva a nuestra realidad, o, como dice mi buen amigo Antonio Piedra “un consuelo, en medio de tanta desolación”.

Y enlazando con lo anterior: siempre se ha visto a Manuel Padorno desde una independencia audaz, poco dado a las ataduras. De hecho, una vez casado con Josefina Betancor, su primer destino no va a ser Madrid, sino una Lanzarote virgen, a la que se dirigen en una especie de búsqueda personal, una isla cuya naturaleza y personajes enraízan en su poesía, como queda patente en el tomo 'Inéditos'.

Lanzarote fue muy importante para Manuel Padorno, para su búsqueda y afianzamiento personal. Le permitió centrarse en lo que más disfrutaba, en la escritura, pero no de cualquier manera sino con precisión, acercándose a aquellos autores que él admiraba. Allí relacionó por primera vez el paisaje que le rodeaba con su poesía, en el libro A la sombra del mar, y en sus acuarelas de constructivista planimetría. Después, en Madrid, hablaría del paisaje que se encontró en sus poemas de Código de cetrería o de Ética, y en su pintura, creando las ciudades ideales e interiores de su serie Nómada urbano. Por último, de vuelta a Canarias, el mar y la luz, la mejor luz del mundo como él decía, se reflejarían en su teleología atlántica, desde Una bebida desconocida hasta Canción atlántica en paralelo a la serie de enormes lienzos horizontales Nómada marítimo.

¿Cómo era como padre?

Era un padre peculiar, diferente, creativo siempre, entusiasta y también familiar, cercano y enormemente generoso. Un hombre del renacimiento, que pintaba, escribía, diseñaba, maquetaba, corregía, inventaba artilugios, cortaba el pelo, arreglaba los zapatos y las luces, vivía al revés y escuchaba a Nina Hagen a todo volumen.

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