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Kiko Amat: “Es muy fácil no ser malo si no te han hecho cosas malas”

"Cualquiera que haya escrito sabe que hay un placer en meterte en la piel del malo, porque es una vía de salida para la parte menos benigna o más rabiosa que todos tenemos, aunque algunos la disimulen"

Kiko Amat, en Barcelona.

A Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) se le quedó una espina clavada con ‘Rompepistas’ (2009), su tercera novela, donde, dice, “los malos están pintados en dos dimensiones”. Los malos son en esa obra los neonazis de Barcelona, el “mito del mal” para su generación o cuanto menos su pandilla. En ese momento solo le interesaban como oposición a los antihéroes protagonistas, pero con ‘Revancha’ (Anagrama), sexta novela del autor, ha llegado la hora de darles la tercera dimensión, a través de los personas de César, el vengador, y Amador, el matón.

¿Sabe qué es una ‘iron maiden’?

¿El sarcófago punzante hacia dentro? Me gustan bastante las torturas medievales, pero ¿hemos quedado para hablar de esto?

Meterse en la piel de los dos protagonistas de ‘Revancha’ tiene algo de meterse en una ‘iron maiden’. Personajes confortables no son.

¿Por qué? César sería un vengador, un justiciero.

Por encargo. O sea, un sicario.

Es como Punisher. Ni siquiera le interesa el dinero.

Y el otro, Amador, es un ‘hooligan’ neonazi pasado con su banda al crimen.

No tiene nada de tortura. Cualquiera que haya escrito sabe que hay un placer en meterte en la piel del malo, porque es una vía de salida para la parte menos benigna o más rabiosa que todos tenemos, aunque algunos la disimulen. Y, como han demostrado películas y series de mafiosos, lo que sucede con los relatos que inciden en la vida diaria de los chungos es que cuanto más los explican, más entiendes tú su circunstancia. Quizá no les quieras ni tampoco les perdones, pero sí que sufres por ellos. Cuando conoces al monstruo, ves más allá de su pelaje y ves lo que le ha pasado para estar allí. Hablo en términos generales. Desde luego hay el margen psicopático, que no tiene explicación. Cuanto más conoces a un psicópata, más claro ves que es un cascarón vacío

Vale, César es ‘solo’ un terrible instrumento contra el mal impune. ¿Qué ‘salva’ a Amador de ser un chungo inapelable?

Él no ha podido evitar ser así. Es muy fácil no ser malo si no te han hecho cosas malas. Pero si te las han hecho es casi inevitable ser malo. Según qué cartas te dieron, es muy difícil hacer el bien. El mal es un abanico amplio en el que Amador está en un punto todavía redimible. Tiene un lado blando aún, no está hueco. Pinto por qué es como es.

¿Para justificarlo?

No hago novela social y las novelas ejemplarizantes me parecen abominables. Pero sí quiero contar que la revuelta irracional de esta peña tiene una razón de ser. Esta gente está golpeando contra su mala suerte, contra su mierda de familia, contra su mierda de vida, contra los abusos que sufrieron, de una forma no política sino irracional. Que para mí, que la he visto, es una forma perfectamente comprensible de devolver los golpes. Desde luego no es celebrable, pero es comprensible.

Los Lokos del Cid y Amador tienen su jerga, como los drugos de ‘La naranja mecánica’.

Tanto el libro como la película me gustan, aunque la razón es otra: una mafia de ultraderecha debía tener una jerga, pero no quería darle la de mi panda juvenil porque esto no va de mí y mi vida. Así que me inventé una.

Anthony Burgess se sirvió para el nadsat de los drugos de lenguas eslavas. ¿Y usted para la jerga de los Lokos?

Hice una barrena en picado sobre varios idiomas superminoritarios indoeuropeos. Y cuando encontraba una palabra guay, la removía y la adaptaba para que sonara natural. Y hay un par de catalanismos metidos ahí.

La fascinación de Amador ante el descubrimiento de que existe una cosa llamada calefacción central tiene un eco personal.

Ningún escritor incorpora detalles tan precisos sin sacarlos de la experiencia personal. Es una reacción de clase pura sacada de la mía cuando entré en una casa burguesa del Eixample. No sabía ni que existía el concepto de calefacción central. La clase obrera tiene muchos pequeños escalones que desde la clasemediez y más arriba no se ven, pero que desde dentro sí se ven. Yo no vengo exactamente del mundo del que viene Amador, pero amigos míos sí y siento que conozco a alguien como Amador y su forma de morder contra el hecho de ser chusma. Nadie quiere ser chusma. Yo escribo con odio, no tengo otro motor. Lo que sí tengo es la capacidad de transformar esa materia prima en otras cosas.

¿Hay gente tan violenta como la que sale en ‘Revancha’?

Cualquiera que haya visto violencia en primera persona, ya sea sobre su faz o a su alrededor, sabe que sí. Empleada tanto de modo inmoral y horrible como de modo justiciero y útil, hay mucha violencia. Porque también he visto violencia aplicada de forma útil y funciona. Contra un matón no funcionan las palabras, sino una violencia que no pueda ser contestada.

Aparquemos ‘Rompepistas’, que fastidia la teoría: sus dos últimas novelas, frente a las anteriores, tienen algo de huida de Barcelona y vuelta a su Sant Boi natal.

Tiene que ver con ser un escritor autodidacta. De un modo muy sencillo: yo al principio no creía que se pudiera hablar del folclore y el rollo de clase obrera periféricos en una novela. Tuve que dar un rodeo. Pero también en mis novelas barcelonesas hay al menos pequeños acercamientos a la fuente primordial, al volcán.

¿Qué le atrae literariamente del Baix Llobregat, más allá de ser el ‘volcán’ en el que se forjó?

La vida urbana clasemediera está sobrerrepresentada en la novela y siempre con resultados muy parecidos, sea la novela francesa, estadounidense o española. Pero entonces vas a una novela sureña [del sur de EEUU] y hay unos referentes y unos valores y una jerga que son únicos y que los americanos, como buenos fabricantes de mitos, han convertido en género [la grit lit o el hilbilly noir]. Es un mundo igual de rico y de novelable, pero raro. Mis novelas hablan de un mundo que a efectos literarios casi no existe, de una periferia que además tiene un paisaje clarísimo.

Con la autovía de Castelldefels como eje.

La autovía, los cámpings, el delta del Llobregat... Es una zona llena de fantasmas, algo que fue razonablemente guay y ya no. Tendrías que irte al gótico victoriano para encontrar un lugar tan desalentador y a la vez inquietante como los cámpings cerrados del Baix. En algunos han edificado encima pero en otros no, con lo cual están exactamente igual que el día que salió la última caravana. Tapiaron cuatro cosas para que no fueran crack houses, pero si alguien se colara dentro de uno tendría la sensación de haber entrado en El planeta de los simios.

A usted le gusta hablar de la literatura como de un oficio. ¿Cómo se domina ese oficio?

Dominar un oficio está muy bien y cuesta mucho. Una parte enorme de la escritura es un combate contra unas tendencias naturales. En primer lugar, contra el impulso de explicar las cosas rápido, sin dar círculos. Pero a ti te gusta la narrativa y tienes que dar un rodeo, del mismo modo que alguien que cuenta chistes de puta madre no irá nunca directo al final. Otra lucha es contra la sobrexplicación. Si empiezas a ver que escribes de un modo atractivo, tiendes a excederte con las imágenes, las explicaciones, las metáforas, la opinión... ¿Verdad que si mimas a un niño será un imbécil? Pues si mimas un libro y cada frasecita te parece esencial y le permites todo, se convertirá en un libro de mierda. Contra el autoenamoramiento solo hay un remedio: un esfuerzo constante de autoedición. Y un entorno lisonjero es la muerte.

¿Un símil de esa austeridad en la música popular moderna?

En la música pop es mucho más difícil hacer dos minutos y medio de perfección que hacer quince minutos de pajeo. La tendencia natural es el pajeo. Lo antinatural es comprimir y quitar todo el pajeo. Entonces te sale un libro prieto como Revancha.

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