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Fernando Fernán Gómez: el hombre que perseguía su sombra

Una mirada a Fernando Fernán Gómez en su centenario: actor, cineasta y escritor que protagonizó y dirigió algunos de los títulos más populares del cine español

Fernando Fernán Gómez en su interpretación en la película ‘El abuelo’ (1998), de José Luis Garci, basada en la obra homónima de Pérez Galdós.

¿Cómo explicar a espectadores foráneos el extraño y rocambolesco recorrido histórico experimentado por el cine español durante los años de la posguerra? Naturalmente, casi todos los españoles que hoy peinamos canas lo podríamos hacer, aunque con cierta dificultad, pues se trata, sin duda, de todo un fenómeno sociopolítico, cargado de inexplicables paradojas, donde la calidad artística brillaba por su ausencia pero donde también florecían talentos individuales de primera línea en medio de tanta penuria intelectual y de tantos desafueros. Así se edificó nuestra industria, a golpe de impulsos y de improvisaciones, muy lejos del ordenamiento que hoy preside la estructura de nuestra industria.

Por eso, y hasta bien entrada la década de los años sesenta, el árido panorama que ofrecía nuestro cine no impedía la aparición ocasional de figuras que, con el paso del tiempo, se convertirían en verdaderos iconos de nuestro imaginario cultural, como, pongamos por caso, Manolo Morán, Elvira Quintillá, Aurora Bautista, Agustín González, Pepe Isbert, Manuel Luna, Rafael Durán, José Luis López Vázquez, Antonio Riquelme, José Sacristán, Antonio Ferrándiz, Florinda Chico, José Maria Caffarel, Rafael Bardem, Julieta Serrano, Antonio Casal, Susana Canales, Lali Soldevilla, Verónica Forqué, José Franco, Eduardo Fajardo, Rafael Rivelles, Cassen, Alfredo Landa, Fernando Delgado, Manuel Alexandre, Manuel Luna, Jesús Tordecillas, Antonio Vico, José Vivó, Germán Cobos, Roberto Camardiel, Maruja Asquerino, Félix Dafauce, Perla Cristal, Alberto Closas, Conrado Sanmartín, Manuel Luna, Jorge Mistral, Rafaela Aparicio, Armando Calvo, Matilde Muñoz Sampedro, Jorge Rigaud, Pastor Serrador, Amelia de la Torre, José Suárez, Lola Gaos, Antoñita Colomé, Enrique Diosdado, Margot Cottens… y un larguísimo etcétera de actrices y actores que, pese a su incuestionable valía profesional quedaron difuminados entre las luces y sombras de millares de películas artística y técnicamente inoperantes.

Durante décadas la profesión de actor o actriz en nuestro país, como la de otras muchas actividades artísticas, estuvo sometida a un duro y esforzado ejercicio de funambulismo que obligaba a casi todos los profesionales de la actuación a multiplicar hasta la extenuación sus intervenciones laborales como única alternativa para poder sobrevivir en un contexto social embarrado por la miseria, la simplicidad y el abandono general de una Administración, la franquista, ajena por completo a cualquier sensibilidad cultural que no empatizara con su mirada oblicua y simplista de la realidad. Semejante situación obligaba, inexcusablemente, a vivir a un ritmo enloquecido de colaboraciones en el campo del teatro, del cine, de la radio, de la televisión, de la aún incipiente publicidad, etcétera, con la consiguiente opacidad de los talentos potenciales que, milagrosamente, emergían en medio de tanta mediocridad.

Fernando Fernán Gómez en ‘Belle Époque’ (1992), dirigida por Fernando Trueba. con Ariadna Gil, Penélope Cruz y Miriam Díaz-Aroca,.

De hecho existen decenas de ejemplos, como el del gran Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921/Madrid, 2007), el centenario de cuyo nacimiento se conmemora este mismo año, que revelan el estado real de la industria nacional durante los años cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta que con su visión alicorta del arte cinematográfico condenaban a semejantes talentos a llevar una carrera profesional dominada en gran medida por actuaciones que rebasaban en muchos casos la frontera del esperpento. Pero, tarde o temprano, terminarían prevaleciendo sus méritos, componiendo personajes que han quedado fijados en nuestra retina como interpretaciones virtualmente ejemplares. “Todo era una pura esquizofrenia, una locura que nos llevaba a trabajar simultáneamente en tres o en cuatro rodajes en una misma semana”, asegura el mítico actor y director en sus excelentes memorias.

En 1942, y tras algunos años interpretando personajes de perfiles muy dispares en los escenarios españoles a las órdenes, entre otros, de Enrique Jardiel Poncela o de Miguel Mihura, Fernán Gómez debuta en el cine con Gonzalo Delgras en Cristina Guzman, profesora de idiomas, un melodrama intrigante, inspirado en la novela de Carmen de Icaza Margarita Robles, donde su aparición queda virtualmente opacada por el protagonismo de Marta Santa Olalla, Luis García Ortega e Ismael Merlo. Un año después, Ladislao Vajda lo incluye en el reparto de Se vende un palacio, una comedia de enredo que no figura precisamente entre los mejores trabajos del reputado director de El Cebo (1958) y Carne de horca (1953), en la que Fernán Gómez tampoco descuella especialmente, como en Noche fantástica (1943), de Luis Marquina; Viviendo al revés (1943), de Ignacio F. Iquino o El camino de Babel (1944), de Jerónimo Mihura, películas sujetas a los arquetipos más rancios del cine de la época.

Fernando Fernán Gómez en en ‘La lengua de las mariposas’ (1990), de José Luis Cuerda.

Su primer papel protagonista se lo ofreció el director falangista José Luis Sáenz de Heredia en El destino se disculpa (1944), una ingeniosa comedia de ribetes fantásticos con argumento de Wenceslao Fernández Flores donde el actor adquiere una presencia inusitada, como en Domingo de Carnaval (1945), de Edgar Neville, junto a Conchita Montes y Guillermo Marín. Con Embrujo (1947), el insólito musical de Carlos Serrano de Osma, Fernán Gómez comparte reparto con Maria Dolores Pradera, con quien se casaría meses más tarde, Lola Flores y Joaquín Soler Serrano. Insólita pieza del gran director madrileño que figura entre las rarezas más interesantes de la historia de nuestro cine.

En 1947 protagoniza Vida en sombras, del director catalán Lorenzo Llobet Gracia, película que le introducirá en los círculos del cine experimental español y que contrastaría con su siguiente filme, La mies es mucha (1948) de nuevo a las órdenes de Sáenz de Heredia, paradigma por antonomasia del cine nacional católico que tanto proliferó en las pantallas nacionales durante los años cuarenta y cincuenta pero que le aportó, tanto a su director como al actor, una enorme popularidad. Lo mismo que El capitán veneno (1950), de Luis Marquina; Balarrasa (1950), de José Antonio Nieves Conde; Tiempos felices (1951), de Enrique Gómez, sobre la novela homónima de Armando Palacio Valdés; la excelente El último caballo (1950), de Edgar Neville; la mítica Esa pareja feliz (1951), de J.A. Bardem y Luis G. Berlanga; el oscuro melodrama Los ojos dejan huella (1952), de Sáenz de Heredia; Manicomio (1952), su primer trabajo como director, inspirada en varios cuentos de Edgar Alan Poe; la tragicomedia Nadie lo sabrá (1953), de Ramón Torrado; la inolvidable La ironía del dinero (1955), del gran Edgar Neville; El malvado Carabel, su cuarto filme como director; El inquilino (1958), del prestigioso director segoviano José Antonio Nieves Conde; Bombas para la paz (1958), de Antonio Román o la hipertaquillera La venganza de don Mendo (1961), versión escrita, protagonizada y dirigida por el propio actor a partir de la famosa comedia homónima de Pedro Muñoz Seca, que integra, por propio derecho, el cuadro de honor de las grandes comedias nacionales de todos los tiempos.

El actor y director en ‘Esa pareja feliz’ (1951).

A finales de la década de los cincuenta, Fernán Gómez, que ya había dirigido previamente La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), dos filmes insólitos e inclasificables que abundaban en el sofocante clima social reinante en aquellos años en España, firma como director otra rareza histórica: El extraño viaje (1964), comedia negra protagonizada por Carlos Larrañaga, Lina Canalejas, Rafael Aparicio y Jesus Franco donde da rienda suelta a su conocido espíritu libertario. El mundo sigue (1963), un áspero y lóbrego drama donde muestra, sin ambages, el retrato inquietante de un país ahogado en sus propias miserias morales. Incluso con un liberal reconocido como José María García Escudero al frente de la Dirección General de Cinematografía, y un ministro como Fraga Iribarne dispuesto a iniciar un tímido deshielo en la rígida normativa política por la que se regía la censura, la película no se libró del largo y fatigoso calvario al que fue sometida desde la presentación de su guion, en tiempos de Arias Salgado, hasta su tardío y restringido estreno dos años después de su realización. Arias lo dejó bien claro: “Mientras permanezca a cargo de este Ministerio y las juntas sigan a mi mando nunca autorizaré este guion, por su malsana intención de desacreditar impunemente a la sociedad española”, amenaza que por fortuna para Fernán Gómez y para el patrimonio artístico de nuestro cine no se pudo cumplir tras la llegada “providencial” del controvertido político gallego con sus ideas de corte reformista. El filme terminó estrenándose mal y a destiempo en escasas ciudades del país.

Tanto en calidad de actor como de realizador, la de los setenta fue, sin embargo, su década más boyante. En 1972 protagoniza junto a Geraldine Chaplin y al malogrado José Maria Prada Ana y los lobos, uno de los grandes filmes metafóricos de Carlos Saura, encarnando a un extraño anacoreta que decide apartarse radicalmente del mundo civilizado para vivir su propia experiencia en soledad, lejos de los permanentes conflictos de una familia desarticulada; Con Mario Camus en la dirección también protagoniza al Don Lope de La leyenda del Alcalde de Zalamea (1972) junto a Paco Rabal y Antonio Iranzo; El director mexicano Roberto Gavaldón lo eleva a cotas de popularidad internacionales gracias a su papel de Alonso Quijano de Don Quijote cabalga de nuevo (1973), con Mario Moreno, Cantinflas, como Sancho Panza. Otra de sus cumbres como actor la alcanzó interpretando al personaje central de la obra maestra de Victor Erice El espíritu de la colmena, en compañía de Teresa Gimpera y Ana Torrent; con Jaime de Armiñán interpretaría a un exiliado de la Guerra Civil en El amor del capitán Brando (1974); con Pedro Olea participa en Pim, Pam, Pum… fuego¡ (1975) al lado de Concha Velasco y José Maria Flotats, un relato de Rafael Azcona situado en la España del estraperlo; inspirado en un guion de Pedro Beltrán dirige y protagoniza ¡¡Bruja, más que bruja!! (1977), otra comedia esperpéntica que enlaza con la mejor tradición de ese subgénero tan propio del cine hispano. Saura vuelve a incluirlo en otro de sus repartos, el de Mamá cumple cien años (1979), de nuevo junto a Geraldine Chaplin y Rafaela Aparicio, uno de los trabajos más inspirados del autor de La caza (1965) y uno de los principales estandartes del nuevo cine español de los sesenta.

El intérprete en ‘Balarrasa’ (1951).

Entre sus muchos grandes logros artísticos como actor durante la década de los ochenta Fernán Gómez cuenta con el memorable personaje de ese cuento mágico que escribió y dirigió con su inimitable estilo Manuel Gutiérrez Aragón titulado Maravillas (1980) y años después vuelve a repetir la experiencia con Feroz (1984), La noche más hermosa (1984) y La mitad del cielo (1986), también bajo la batuta del gran Gutiérrez Aragón.

El Viaje a ninguna parte (1986), El mar y el tiempo (1989) y Mambrú se fue a la guerra (1986), tres de sus grandes títulos como realizador, integran, sin duda, su trilogía más representativa y la prueba más elocuente de su gran magisterio tras la cámaras. En los noventa, no obstante, llegarían sus éxitos más rotundos como intérprete con Belle Époque (1992), de Fernando Trueba, Oscar a la mejor película de habla no inglesa; Así en el cielo como en la tierra (1995) y La lengua de las mariposas (1998), de José Luis Cuerda; El abuelo (1998), de José Luis Garci, Goya al Mejor Actor; Tranvía a la Malvarrosa (1996), de José Luis García Sánchez. Y ya en el 2000, Visionarios, de Gutiérrez Aragón y En la ciudad sin límites (2001), de Antonio Hernández y El embrujo de Shanghai (2001), de Fernando Trueba. Trabajos en los Fernando Fernán Gómez muestra un dominio absoluto de su técnica actoral muy lejos de los tics gestuales que exhibía repetidamente en su primera etapa profesional.

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