Una nueva vuelta alrededor del sol inaugura este año una segunda primavera con una esquina rota, como rezaba el tratado poético de Mario Benedetti, ya que el Día Mundial de la Poesía que se conmemora en este cambio de estación aflora en la misma raíz de ese invierno interminable que fracturó la tierra en 2020. Pero ante esta realidad, “la poesía es alguien corriendo en llamas a través de ella”, como expresó la poeta Anne Carson, reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras. Y es que ninguna medida de confinamiento ha podido poner en cuarentena la palabra poética.

La poesía sigue la contracorriente de su erupción subterránea a través de la corteza terrestre con su lava abrasadora, rompedora e inconformista. Ese magma poético ha cristalizado en numerosas obras publicadas a lo largo del último año en el territorio canario, desde El pez limpiafondos de Acerina Cruz, que devora la piel muerta de los días, a los senderos de las metáforas que horada Federico J. Silva en Silva Rerum, pasando por la Revolución adentro que inaugura el vuelo de Tayri Muñiz, así como una mención inevitable al debut narrativo de Andrea Abreu con Panza de burro, un revulsivo novelístico que puede releerse como un poema largo, como un corazón de mirlo debajo de la tierra.

La búsqueda poética no es solo una carrera de fondo, sino también de relevos, como pone de manifiesto una generación de jóvenes poetas emergentes en Canarias, que cincelan un lenguaje propio en las antípodas del verbo fácil, el estímulo inmediato, el dietario sentimentaloide. Se trata de una generación que cuestiona y dinamita las mismas convenciones del lenguaje para deconstruirlo, desencorsetarlo, hibridarlo con otras formas y fundar nuevas lecturas desde y hacia lo poético. Su militancia literaria no solo es metapoética desde su cimientos sino que, además, preferiría ser horizontal, como la poeta Sylvia Plath, en el sentido de que su mirada interrogante y anticanónica impregna todos sus discursos desde el compromiso social y el pensamiento crítico.

Así, si Canarias atesora una destacada tradición lírica en el relato de su identidad literaria, este parnaso ultraperiférico integra en sus filas a una nómina de poetas que, nacidos a partir de la década de los 90 del pasado siglo XX, se mira en esa trayectoria insular, pero también en otras latitudes y posibilidades.

“Cuando empecé a leer literatura canaria, sentí que algo encajaba”, apunta González

Su formación transocéanica se nutre de navegaciones tempranas como nativos digitales, que amplifican los versos de sus coetáneas y coetáneos en stories fugaces para ensanchar los márgenes de la inmensa minoría, y luchar por que su vuelo llegue lejos y por que convivan, sobre todo, muchos vuelos.

Y es que, en un contexto constreñido entre dos crisis, la poesía joven en Canarias conforma un terreno múltiple y diverso, colmado de individualidades con más fuerza, ganas y riesgo que miedo.

Pluralidad

“Creo que justamente lo más interesante de las nuevas generaciones que se embarcan en la poesía en Canarias es la pluralidad, la diversidad de voces, estilos, temáticas; quizás aún es muy pronto para analizarlo (precisamente por ser poesía joven, aspira a transformarse, a encontrar su sitio), pero sí creo que en el joven panorama literario actual de Canarias podemos palpar una diversidad muy interesante en todos los sentidos”, apunta la poeta y periodista María Valerón (Fuerteventura, 1990).

En esta misma línea, el poeta Yeray Barroso (Tenerife, 1992) suscribe que “si en algo destaca la poesía canaria más joven es en la heterogeneidad en cuanto a estilos y temáticas”. “También existen cuestiones que se abordan en la mayoría de las poéticas, como la identidad o la memoria, pero si algo hace rico el momento de la poesía de las islas es esa atomización de las búsquedas: estamos hartos de escuchar a cuadrillas de poetas que hacen lo mismo que sus compañeros y compañeras de generación”, apunta.

Precisamente, Barroso acaba de publicar el pasado mes su nuevo poemario, Nunca seré mi madre y no pariré a mi hermana (Liberoamérica Editorial, 2021), que reúne su trabajo poético perpetrado en los últimos años y que gravita sobre cuestiones como el cuerpo, su comprensión y su relación con la identidad o el paisaje. “El libro surgió de una pregunta, ¿es posible pensar en alguien sin tener presente su cuerpo? Todo el tiempo se pretende dar respuesta de algún modo a esta pregunta, a la vez que se materializa una conclusión. Es posible empatizar con los otros cuerpos, pero jamás se llega a vivir en el cuerpo de otros, por lo que la comprensión total se vuelve una imposibilidad”, avanzó el autor en una entrevista en estas páginas.

Poesía joven en Canarias, más fuerza que miedo

Barroso presentó este nuevo poemario el pasado jueves en el Centro Bibliotecario Insular de Fuerteventura, acompañado por María Valerón; y a la tarde siguiente firmaba ejemplares de su libro junto con la poeta Aida González Rossi (Tenerife, 1995) en la Librería El Paso, en La Laguna, quien también firmó a su vez ejemplares de su última obra, Pueblo, yo (Liberoamérica Editorial, 2020).

El estallido poético de González Rossi se inscribe en esa mirada horizontal de Plath, a quien la propia autora homenajea en una de sus páginas, y se configura como un diálogo íntimo, volcánico y multiforme en torno a distintos vértices de su identidad. Si Barroso plantea preguntas en torno al cuerpo, González apremia a reclamarlo. “El sexo es la hierba partiéndose a sí misma manchando los vaqueros leyendo para no morirse... Yo leo para no morirme... Y hago el amor para morirme... Y después me miro y digo aida y digo tía y camino el pueblo corto un dibujo me castigo... me castigo... me depredo”, recoge el poema Hierba, en Pueblo, yo.

Identidad

Para la poeta tinerfeña, la búsqueda en torno a la identidad también constituye uno de los ejes principales de la poesía emergente en Canarias, tanto en el plano del lenguaje como en sus prismas temáticos. “Yo creo que estamos teniendo una especie de retorno hacia lo palpable, hacia la tierra, hacia el cuerpo. Esto provoca, me parece, que volvamos también sobre el habla y desacralicemos, de algún modo, el lenguaje, es decir, que exprimamos sus posibilidades de una forma que a mí, por ejemplo, no se me pasaba por la cabeza antes de plantearme mi identidad como canaria”, reflexiona González.

“A veces siento que hemos crecido mirando hacia fuera, intentando encajar en un imaginario y en una tradición que no eran nuestras, y ahora estamos aprendiendo a ver lo que tenemos tan cerca. Ocurre con la canariedad y con otras muchas cuestiones. Encuentro bastante arraigo de las escrituras sobre la identidad, o desde la identidad, en las poetas y los poetas de Canarias de mi generación”, añade.

Barroso: “Estamos hartos de escuchar a cuadrillas de poetas que hacen lo mismo”

Al respecto de las barreras de la ultraperiferia y fragmentación archipielágica de Canarias, uno de los escollos principales para la proyección literaria de las islas, Barroso invita a repensar en su lugar algunas cuestiones, como los conceptos del centro y de los márgenes, para abandonar ese complejo de tener que dirigirse hacia un lugar central. “¿Por qué nos empeñamos en mirar a Madrid como centro? ¿Acaso no es nuestra patria la de la lengua española? En ese caso, ¿Dónde queda México, Argentina, Chile...?”, plantea el poeta.

En cuanto a su relación con la poética isleña, señala que “la poesía de autores como Alonso Quesada, Pedro García Cabrera o Félix Francisco Casanova está en mi formación como lector y escritor de poesía, pero en los últimos tiempos me interesan otras propuestas también, como la que lleva a cabo la portuguesa Matilde Campilho”. “Aunar esa especie de antilirismo con el lirismo es lo que más me llama la atención”, revela.

Por su parte, González Rossi se refiere a un cisma dentro la poesía canaria con respecto a su propia tradición poética. “Me parece que siempre nos cuesta un poco llegar a las referencias que tenemos cerca, y esto en Canarias ocurre de una forma muy particular y muy dura”, advierte la autora.

Poesía joven en Canarias, más fuerza que miedo

“A mí me costó bastante y es algo que he intentado analizar muchas veces: ¿por qué esa desconexión? Es bastante posible que tenga que ver con un vacío en el currículo educativo, así que me alegra la visibilidad que se les está dando a las escritoras y los escritores canarios”, reflexiona. “Cuando empecé a leer literatura canaria, sentí que algo encajaba; que la tradición a la que debía acogerme, la que me era natural, propia, no era aquella en la que yo había intentado encajar sino la que, porque mi identidad es esta y no otra, encajaba conmigo. Creo que por esto, además de por otras muchas cosas, es importantísimo acercarse a la literatura que parte de nuestro contexto”.

Trascendencia

Junto con esta interpelación a mirarnos de versos adentro, Valerón distingue entre la poesía y la parapoesía, que viraliza un espejismo poético erigido en producto de masas y lejos del potencial de la experimentación poética como arte: “Creo que a la labor, que ya era necesaria, de difundir la poesía, de acercarla desde edades tempranas, y acercarla a través de poemas que puedan ser abordados y entendidos desde los ojos jóvenes, se suma ahora una segunda labor: hacer ver, entre las personas jóvenes y entre el nuevo público de esta pseudo-poesía, que la buena poesía es mucho, pero que mucho más impactante, que su forma de conmover nos transforma, nos permite mirar de forma diferente el mundo”.

En esta línea, la autora majorera invita a internarse en los caminos de la poesía que sacude, que muerde, que transforma, y que a menudo permanece lejos de los focos mediáticos y de las aulas. “No hay que tener miedo a abrir un libro de poemas: existe buena poesía que, sin dejar de ser de calidad, ofrece mayor o menor complejidad a la lectura, como existen buenas novelas más sencillas o más complejas”, apunta, a lo que añade que “creo que si hubiéramos colocado el libro adecuado de (buena) poesía en manos de cada persona joven, nunca faltarían lectores”.

Por su parte, González Rossi manifiesta, acaso sin esperanza pero con convencimiento, que la buena poesía encierra, con todo, un gran poder de trascendencia. “Sí creo que muchas de las cosas que trascienden lo hacen porque son buenas, lo creo de verdad aunque, por supuesto, esto tiene muchos matices”, afirma, y regresa a la cuestión primera sobre la pluralidad y diversidad de voces literarias, con sus ecos desiguales. “Pienso, sin embargo, que una cosa es trascender y otra es ocupar espacio. Porque, para que algo trascienda, para que exista con la fuerza con la que tiene que existir, no solo es necesario que sea bueno, sino también que se le dé voz”, explica.

María Valerón destaca “una diversidad muy interesante en todos los sentidos”

“Y muchas veces, lo que está en el foco termina tapando otras escrituras que son periféricas o incómodas, o que simplemente están fuera de las redes afectivas que en ocasiones configuran qué es lo que se visibiliza. Creo que es importante que los medios hagan el trabajo de buscar y detectar las tendencias que invisibilizan y no quedarse solo con lo que suena más, con lo que ocupa más. Porque es, al final, un círculo vicioso, y sí, creo que casi siempre lo que trasciende es lo que es bueno, pero ¿cuántas escrituras que también lo son han quedado sin trascender porque no han estado cerca del foco mediático?”.

En definitiva, si la primavera se refiere a un renacimiento, un deshielo, una floración o un regreso a un origen renovado, la nueva generación de poetas en Canarias enfila su verano invencible, con más fuerza que miedo, a pesar de las sombras alargadas. “El miedo son las cuerdas vocales cuando cantan”, escribió Andrea Abreu.

Escribo



Escribo sobre lo que no sé decir.


Empleo la lengua y los dientes.


Escribo porque no sé decir(me).


Escribo porque a veces escribiendo hallo.


Hilvano los deshechos que la realidad extiende por el suelo.


Tomo nísperos de las ramas.


Pongo en remojo las simientes de mi cabeza.


Yo palabras a medio hacer.


Miedo de vibrar las cuerdas vocales.


Tiempo del vértigo de la mano y el lápiz.


Andrea Abreu