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Amalgama

Corrupción e indignación

Corrupción e indignación

En 2005 procedí, con un ahora reputado sociólogo canario, a fundar una empresa de sondeos políticos y estudios sociológicos, que ha perdurado hasta la actualidad, y con proyección nacional, donde disponemos de un amplio tesauro histórico, que es el que nos permite afinar el target de nuestras predicciones con eficacia. La cuestión es que los principios fueron extraños, y más algunos de los hallazgos. En aquellos tiempos trabamos diálogo con un experto en ofertas para licitar en concursos públicos, y que disponía de una Agrupación de Interés Económico con unas seis empresas que se encargaban de varios aspectos técnicos para cubrir buena parte de las externalizaciones administrativas que por entonces se convocaban. La Agrupación, que dirigía el familiar de otro reputado, y ya fallecido, profesional de la sociología, quien, con sus prospecciones y encuestas, había aupado al éxito a partidos nacionalistas de Canarias, se nos abrió de par en par.

Estaba situada en Andalucía, y había vivido los tiempos de Filesa y Malesa, las empresas de la corruptela socialista de los años ochenta, y conocimos casi de primera mano los manejos del hermano de Alfonso Guerra, que terminó en prisión, así como los cientos de millones de pesetas producto de coimas de la época, que luego venía a buscar un conocido político socialista, mensualmente, en un avión propiedad del Estado, para nutrir las finanzas del partido. De esos millones de pesetas algunos se quedaron por el camino y motivaron que el capo andaluz de aquel grupo de malandros entrara en la cárcel estrenando uno de los primeros delitos fiscales de esos años. Se nos dijo que mientras más al sur estábamos en España, mayor era la corrupción, y Canarias era lo más al sur de todo.

Así que, asustados, acudimos a nuestra primera licitación, a una Mancomunidad de Gran Canaria, para un estudio estadístico y registral de un colectivo social determinado. Estuvimos trabajando un par de semanas en preparar debidamente todo lo exigido por el pliego de condiciones, con la ilusión y la perseverancia del novato. Llegamos a la mesa del jurado. Éramos cuatro licitantes, creo recordar. Los miembros del tribunal nos miraban desde el estrado con la displicencia propia de la época; nos miraban raro, como manteniendo una sonrisa cómplice que nos hacía acrecer las esperanzas. Pasaron un bloque de papeles correspondiente a uno de los licitantes, leyeron el resumen de todo su contenido, unas 50 páginas aproximadamente, pasaron un segundo bloque correspondiente a otro licitante, unas 30 páginas, pasaron el nuestro ¡Cien páginas, por doquier! Y pasaron un último dossier con… una página. Nos dio la risa a mi socio y a mí de este último pobre que, a saber por qué, se había presentado así, tal vez por falta de tiempo, o por algún otro percance.

En unos minutos salió la secretaria del tribunal y ¡había ganado el de una página! No lo podíamos creer. Ni tosimos. Agachamos la cabeza, nos fuimos, y jamás volvimos a la Administración, siempre seguimos trabajando con la empresa privada, con sus cuitas y problemas, pero al menos sin trampas. Y luego, en nuestro devenir empresarial y sociológico, supimos por qué. Nos tocó vivir los tiempos del destape de diversas corruptelas en varios de los municipios y Administraciones canarias, con la policía y la guardia civil deteniendo a destajo en múltiples ayuntamientos. Y habíamos estimado incluir en nuestros sondeos periódicos para LA PROVINCIA preguntas que pudieran homologarse con las de la organización “Transparency International”, a fin de encontrar el grado relativo de la corrupción en Canarias respecto a la del mundo.

Los resultados de la encuesta, de mayo de 2005, fueron devastadores. La respuesta más preocupante fue la de si el encuestado había tenido conocimiento en su medio cercano de alguna propuesta de cohecho, soborno o prevaricación, resultando las respuestas positivas en una horquilla porcentual que iba del 15% en La Palma al 21,2% en Lanzarote, pasando por el 18,3% en Gran Canaria y el 15% en Tenerife. Parecía indicarnos el dato que la corrupción era y es estructural. Si segregamos en el sondeo la opinión acerca de las instituciones más corruptas, encontramos que la percepción más extendida es la de que son igual de corruptas todas. Así lo pensaba un 60% de la población, aunque el resto de encuestados que indicaban concretamente una institución, hacían que la medalla de la corrupción se la llevaran los Ayuntamientos, donde podemos decir que puede encontrarse la mayor bolsa de fraude a la ciudadanía. Pero lo más sorprendente fue la proyección cuantitativa del dato en la población. Hagamos cuentas. La media de conocimiento directo o indirecto de supuestas corruptelas (a través de la relación personal de quienes se tratan de tú, usando una técnica sociológica en estudios de comunicología) era del 17%. El último censo poblacional en Canarias señalaba, en aquel año, 1.694.477 personas. Rebajamos del universo las personas de más de 65 años y las de menos de 18 años, que se supone que no ejercen tareas ejecutivas en la sociedad, y nos quedaban 1.098.391 personas. El 17% de 1.098.391 personas da 186.726 ciudadanos sospechosos de conocer otras tantas tentativas de soborno o cohecho. Consideramos un coeficiente corrector, oportuno para localizar el número substancial de políticos y funcionarios que se han corrompido en un tiempo equivalente al de la vida ciudadana media de los encuestados, y calculamos un sexto del total de los sospechosos, por motivos matemáticos imposibles de reproducir en este espacio, ya solventados en varios estudios por Duncan Watts, psicólogo social: presunta y estadísticamente había habido 31.121 casos de corruptela en los últimos años en Canarias. Es probable que existieran políticos, asesores y funcionarios politizados, que estafaron algo a la sociedad en número de 31.121 a lo largo de un tiempo por determinar. Teniendo en cuenta que pudiera ser que la corruptela la efectuara varias veces un solo individuo, el número de éstos bajaría, aunque no el de casos, que se concentraría en menos manos. La corrupción es algo tan común como los actos vandálicos o las guerras: consubstancial al comportamiento de las sociedades. Resumiendo: así como hay un ministerio de la guerra o de defensa, hay un pacto para que la vida siga. El pacto de la corrupción. Y por eso los puros indignados del 15M también han caído, y con relativa rapidez, pues son más vulnerables ante el vendaval del “crimen repetundarum”, aunque se venden más baratos, pues no han afilado todavía su instinto, pero han terminado, como era previsible, siendo unos pillastres disfrutones de canonjías y privilegios, y ya andan doblados para no quebrarse.

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