La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La dignidad de los vencidos

Con ‘Nomadland’, Chloé Zhao se sube al podio de los grandes nombres del cine contemporáneo. Seis nominaciones a los Oscar y el León de Oro de Venecia la avalan

Frances McDormand en ‘Nomadland’.

En el cine de nuestros días caben casi todas las excusas salvo una y sin la cual cualquier película se transformaría automáticamente en un simple cúmulo de imágenes sin orden ni concierto: la negación del principio de identidad al que tiene derecho cualquier cineasta con aspiraciones estéticas propias, con mirada personal y con deseos de volar sin otra ayuda que la que le aporta su propio talento. De ahí la inutilidad de muchos de los habituales lugares comunes que maneja cierto sector de la crítica a la hora de afrontar una obra realmente compleja, que además apela abiertamente a la sensibilidad estética del espectador y a su conciencia moral frente a la realidad que queda reflejada en la pantalla.

Si no existe tal disposición por parte del espectador el cine no crecería en intensidad ni extendería la enorme influencia que hoy en día tiene en casi todos los órdenes de nuestra vida. Sirvan pues semejantes palabras para intentar una aproximación mínimamente seria y rigurosa a una obra cinematográfica que, por el momento, ya se ha convertido en la película del año para las legiones de cinéfilos que aman la originalidad, el compromiso, el pundonor y el vuelo poético con contenido que muestra un trabajo tan eminente como el que hace la cineasta de origen chino Chloé Zhao en su retrato social intitulado Nomadland, nominada a seis Oscar de la Academia, incluido el de Mejor Director y Mejor Actriz, y ganadora del Leon de Oro a La Mejor Película en la última Mostra de Venecia.

No es nueva, pero sí escandalosamente escueta, la representación que se le ha otorgado a la clase trabajadora a lo largo de la historia del cine estadounidense. Y cuando ha ocurrido no siempre ha sido mostrada con la amplitud, el valor y la objetividad histórica que sin duda merece la exploración de las clases populares en un país, por otra parte, fuertemente marcado por un sistema de rígida matriz capitalista. Son icónicas, por ejemplo, La sal de la tierra (Salt of the Earth, 1954), Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940), del gran John Ford; Esta Tierra es mi Tierra (Bound for Glory, 1976), del injustamente olvidado Hal Ashby; Pan y rosas (Bread and Roses, 2000), del reconocido director izquierdista Ken Loach, Brother, Can You Spare a Dime (Brother, Can You Spare a Dime, 1975), de Philippe Mora; Roger y yo (Roger and Me, 1989), de Michael Moore, Erin Brockovich (Erin Brockovich, 2000), de Steven Soderbergh, Margin Call (Margin Call, 2011), de J.C. Chandor, o Tiempos modernos (Modern Times, 1936), de Charles Chaplin, películas orientadas al examen sin paliativos de los conflictos más comunes en un campo tan sembrado de espinas como el de los derechos laborales. Y a quienes no las hayan visionado en su vida quede, pues, nuestra más calurosa recomendación.

Por eso, nos ha sorprendido sobremanera el estreno hace unas semanas de una película tan radical, tan sutilmente combativa, coherente y extrema como Nomadland en las salas comerciales de medio mundo pues se trata, en resumidas cuentas, de una espesa y compleja trama envuelta de las dramáticas vicisitudes de un puñado de desheredados de la tierra, víctimas de una convulsión socioeconómica que no deja vislumbrar todavía su definitivo final.

En medio de una América moralmente desplomada, gris e inhóspita tras el cuatrienio negro protagonizado por las políticas unilateralistas, xenófobas e insolidarias del expresidente republicano Donald Trump, un puñado de hombres y mujeres sin techo, esclavos de un sistema de libertades anclado en la indiferencia hacia los más desprotegidos, malvive de trabajos ocasionales en caravanas o en maltrechas chozas, aguardando, bajo un severo frío el día en que su miserable mundo experimente un giro copernicano que les devuelva la esperanza en una sociedad mucho más humana y solidaria y que les permita proclamar a voz en grito que Estados Unidos, país de la prosperidad, de las grandes oportunidades y de la esperanza en el futuro, recupere sus principios fundacionales y abandone ese estado permanente de exclusión social y de explotación laboral al que desembocó el país tras la enorme crisis desatada por el estallido de la Covid 19 en las postrimerías del mandato de Trump.

Inspirada en el libro homónimo de la escritora estadounidense Jessica Bruder, una formidable crónica sobre la supervivencia en una América hipotecada por la desigualdad, la violencia estructural y el desempleo, Nomadland es una versión cinematográfica, yo diría que en perfecta armonía con el amargo lirismo que destila cada página el texto original. Sus secuencias están adecuadamente armonizadas con un tempo cuasi mágico que cubre cada capa de su cadencioso y complejo discurso acerca del instinto de supervivencia y de los anhelos de goce y felicidad que, pese a todo, anida en el espíritu de ese ejército de desheredados que pugna por sobrevivir a su soledad, compartiendo sus propias miserias para que estas parezcan, al menos, más llevaderas.

La película, teñida de una belleza tan rotunda como abrumadora (de difícil olvido para cualquier espectador medianamente sensible a la casi imperceptible mutabilidad visual del filme), centra gran parte de su atención en la figura de una exempleada de Amazon, interpretada con su habitual maestría por la actriz norteamericana Frances McDormand, dentro de su tradicional registro interpretativo donde prevalece el ejercicio introspectivo en busca de la consonancia con la naturalidad de un puñado de actores y actrices no profesionales que aportan, sin duda, a la película la suficiente verdad como para conmover al espectador sin necesidad de apelar al lado más lacrimógeno del relato, que lo tenía potencialmente, pero que la directora lo esquiva tamizando inteligentemente la trama y dirigiendo a sus intérpretes como si lo que hicieran en la pantalla formara parte de su normas cotidianas, tal y como hacían los viejos maestros del neorrealismo italiano: buscando la verdad profunda en la mirada perdida de sus personajes, en su tristeza infinita, en su melancólica visión de la paupérrima realidad que les rodea.

En ese día a día en el que ven cómo se les escapa la vida sin que asome el menor resquicio desde el que pudiera avistarse una esperanza de cambio para su futuro. No obstante, y ahí radica la gran dignidad que destilan sus protagonistas mediante lo única herencia que les queda, la solidaridad comunal, el respeto compartido con el otro, con tu vecino con tu compañero para poder escapar de la terrible incertidumbre de no saber si tienes un lecho donde dormir esta noche o una hogaza de pan que llevarte a la boca.

Compartir el artículo

stats