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Juan-Manuel García Ramos. Escritor

Juan-Manuel García Ramos : “El título ‘El delator’ de mi novela no apunta a nadie en particular”

Juan-Manuel García Ramos. | | MARÍA PISACA GÁMEZ

En su nuevo libro, el autor se sumerge en la represión fascista en Tenerife al estallar la Guerra Civil y en las circunstancias que rodean el asesinato del poeta 

Novelista, ensayista y articulista de largo recorrido, Juan-Manuel García Ramos (La Laguna, 1949), catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna, acaba de publicar El delator (Mercurio Editorial, 2021). El argumento de la novela gira en torno al asesinato de Domingo López Torres, perpetrado por falangistas durante la Guerra Civil, y a quienes con su delación pudieron precipitar la desaparición del poeta surrealista, integrante destacado de Gaceta de Arte. El nombre de Domingo Pérez Minik y de otros miembros de la revista tinerfeña de vanguardia desfila entre los posibles delatores, y ello tan solo en orden a lo que relata en el libro un sobrino de López Torres.

“Lo que sucedió en el sacrificio de López Torres tuvo en su tiempo diversas interpretaciones, no opto por ninguna”

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Quisiera comenzar con las palabras iniciales de El cacique, la novela de Luis Rodríguez Figueroa, que es, además, uno de los protagonistas de El delator: “Los que escriben novelas no deben engañar a los demás, ni engañarse a sí mismos, ni dar por acaecidos hechos no sucedidos. Deben tener en cuenta que la naturaleza artística de esta clase de literaturas reclama ciertas invenciones literarias ‘necesarias’ al interés que el autor se propone despertar con la lectura de lo por el escrito”. El cacique se publicó en 1901 y Rodríguez Figueroa fue asesinado por los fascistas en 1936, pero sus palabras parecen una caracterización de la novela de no ficción, ese género que nace en 1957 con Operación Masacre, del argentino Rodolfo Walsh, aunque el imperialismo cultural nos ha vendido que comienza con A sangre fría, de Truman Capote, publicada en 1966. ¿Puede hablarnos sobre las singularidades de la novela de no ficción, o crónica novelada, en la que encuadra a El delator?

Ricardo Piglia estuvo en Tenerife en marzo de 1996 invitado por la Sección de Hispanoamericana de la Universidad de La Laguna y entre las muchas cosas que dijo en sus intervenciones fue que un novelista es alguien que experimenta con vidas posibles. Tanto Walsh como Capote partieron de hechos reales pero los reconstruyeron en sus textos y los proyectaron más allá de sí mismos. Las verdades del lenguaje literario no son las verdades de las cosas y no se puede medir el significado de un texto a partir de las realidades externas que podamos creer ver en él, esto último me lo enseñó Ramón Trujillo hace ya mucho tiempo.

La historia, como la literatura, es un trabajo de representación narrativa, y si los lindes entre una y otra no son todo lo nítidos que quisieran los historiadores, la novela de no ficción vino a complicarlo todo aún más. Cito algo sobre lo que, al parecer, habría pasado por la mente de Nelson durante su ataque a Santa Cruz de Tenerife: “Sin perder la fe en la victoria que nunca le había faltado, el héroe vislumbraba con la certera corazonada de los marinos, que la muerte podría ser su aliada al expugnar aquella roca atlántica”. El autor de este pasaje es el historiador Antonio Rumeu de Armas, referencia fundamental para usted, que le pidió que le prologase su ensayo Por un imaginario atlántico y a quien dedicó su novela El guanche en Venecia. No sé si Rumeu tuvo acceso a documentos que acrediten lo que Nelson pensaba para sí durante aquel episodio histórico, pero, sea como fuere, este pasaje tiene un aroma ficcional. ¿Nos dice algo al respecto?

Antonio Rumeu de Armas es el mejor historiador que hemos tenido en Canarias y ese pasaje que usted cita nos da claves sobre ciertas debilidades científicas de mucha prosa histórica, pero a mí eso me hace grande al historiador, todo lo que lo distingue de un frío notario. El gran historiador siempre arriesga al reconstruir el pasado y al darnos su versión de los héroes y los antihéroes que lo forjaron. Don Antonio poseía una prosa muy depurada y nos ha dejado libros que no me canso de releer. Como gestor público tuve la ocasión de reeditar su magna obra Canarias y el Atlántico, rebautizada así en la edición de 1991. Siempre le agradecí que accediera a prologar mi libro Por un imaginario atlántico.

Vayamos a personajes de la vanguardia artística, principales o secundarios, que desfilan por El delator. Empecemos con la recalada en Tenerife de André Breton. En Facción Española Surrealista de Tenerife Domingo Pérez Minik dice de Breton que “nunca percibió que el canario era un hombre oprimido, él solo veía mujeres hermosas, jacarandas florecidas y arenas negras insospechadas”. ¿Diría usted que el “sumo pontífice del surrealismo” vino a Canarias con mirada de colonizador?

Si le soy sincero creo que Breton viene a Canarias para emular a Gauguin en su busca de islas exóticas, las descripciones de Canarias que le hacía Óscar Domínguez lo animaron a lanzar su movimiento Atlántico abajo, aunque desde 1932 se carteaba ya con Domingo López Torres. Breton gozaba de un sentido de la vida muy hedonista a pesar de estar comprometido con ideologías marxistas que no condecían mucho con esas apetencias mundanas.

“A Domingo Pérez Minik le dediqué la novela ‘El inglés’, siempre me cautivó su anglofilia”

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Le pregunto ahora por Agustín Espinosa: antes de abrazar la “mitología conductora” del falangismo para que le repusieran en la cátedra de la que le despojaron los fascistas durante la Guerra Civil, Espinosa escribe textos de sesgo totalitario como Estética de lo bélico. La fea película Sin novedad en el frente, pero también poemas como Torre y cristal. Salvando las muchísimas distancias, como Limónov, el personaje que da título a la novela de no ficción de Emmanuel Carrère, Espinosa es, igualmente, un personaje muy contradictorio, difícil de asir, ¿no cree?

No he logrado descifrar la personalidad de Espinosa, el autor de Crimen, una obra de culto sin duda alguna, pero también autor de artículos exaltados en los periódicos falangistas del guerracivilismo —como lo enmarca su mejor estudioso, José Miguel Pérez Corrales—, y el compañero de Francisco Aguilar y Paz, que pasó del socialismo a convertirse en los primeros años de la guerra civil española en jefe de Falange en Tenerife. Sé que los tiempos eran difíciles y que mantener la coherencia era delicado, pero a pesar de todo no dejan de asombrarme ciertas conductas. En cualquiera de los casos, hoy leo Crimen con el mismo respeto que leo Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, aunque uno sepa de las andanzas de sus autores. Pero desde luego no puedo estar de acuerdo con Domingo Pérez Minik cuando sostiene en un artículo de El Día, 30 de noviembre de 1980, que la muerte de Agustín Espinosa fue “la más dolorosa, contradictoria y sin sentido” del franquismo. No, la más dolorosa, contradictoria y sin sentido fue la de Domingo López Torres. Vamos a ser serios.

“El título ‘El delator’ de mi novela no apunta a nadie en particular”

En su novela La Prisión de Fyffes, que dedica, entre otros, a su amigo asesinado Domingo López Torres, José Antonio Rial, personaje importante en El delator, es crítico con los dos bandos en guerra, a pesar de que fue recluido por los fascistas en el almacén-prisión de Fyffes. Rial intenta además comprender las contradicciones de individuos de ambos bandos, fuesen víctimas o fuesen asesinos. ¿Qué deuda tiene su novela con la de Rial?

Tuve la suerte de conocer muy bien a Rial y de hablar muchas horas con él. Como tuve la suerte también de conocer y de hablar con Elio Rodríguez Figueroa, el hijo de don Luis Rodríguez Figueroa, al que rindo homenaje en mi novela. Rial era un novelista y un filósofo marcado por amargas experiencias. Y hasta el final de su vida mantuvo una versión muy crítica con algunos viejos compañeros de filas ideológicas que a partir de 1936 cambiaron totalmente sus maneras de pensar y de actuar. Él los cita con nombres y apellidos. Rial era de una valentía admirable, se manejaba muy bien en el dominio de la prosa periodística, memorialista y novelesca. Lo que Rial llegó a contarme de los años de Guerra Civil y de los años posteriores daría para escribir un par de novelas, que no creo que tenga tiempo de escribir, pero las experiencias de Rial eran inmensas y mantenidas en su memoria de una manera fidedigna. Su historia de la Guerra Civil en Canarias es muy distinta de la que hoy se enseña por ahí. De él hay que leer su conocida La prisión de Fyffes y Segundo naufragio. También Venezuela imán, que es la crónica más detallada de lo que supuso la inmigración canaria en ese país hermano a lo largo del siglo XX.

Quisiera poner un reparo al héroe-mártir de esta historia y de esta novela, a Domingo López Torres. En Gaceta de Arte, y sobre todo en Índice, la revista que dirigió, el poeta defiende posiciones marxistas de carácter totalitario. ¿Cuál es su parecer sobre este asunto?

López Torres fue el único de la generación de Gaceta de Arte que se sumergió en el surrealismo puro de los principios, ese aunar revolución estética y revolución moral y política. Vivió todo con tanta intensidad como convicción. Esa convicción lo lleva a liderar sin timideces la firma de la Déclaration planteada por Breton en 1935, mientras que Eduardo Westerdahl y Pérez Minik se resistían a ello y no se sentían tan comprometidos con el surrealismo como el mismo López Torres, García Cabrera o el mismo Agustín Espinosa. Pasados los años, curiosamente, Westerdahl y Pérez Minik fueron los iconos del surrealismo aparentemente más puro.

“Leo ‘Crimen’ con el mismo respeto que leo ‘Viaje al fin de la noche’, aunque sepa de las andanzas de sus autores”

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Quizá, más que El delator, a Domingo Pérez Minik le gustase más que le dedicase una novela titulada El inglés, ¿no le parece?

A Pérez Minik le dediqué una novela así intitulada y siempre me cautivó su anglofilia llevada a extremos muy curiosos. El delator es un título genérico que no apunta a ninguna persona en particular, el título parte de una tesis arriesgada que maneja uno de los personajes de la novela y que discute con los demás. Ese personaje ficticio está inspirado en un personaje real muy vinculado a López Torres y conocedor de viejas teorías familiares sobre las circunstancias del asesinato de López Torres y el posible abandono que pudo sufrir por parte de sus compañeros de generación. Lecturas facilonas que se han hecho de mi novela han intentado simplificar el intenso debate que se da dentro de sus páginas y también han intentado imponer una lectura unilateral llena de malas artes y peores fines, pero habrá que dejar que cada uno haga la lectura que quiera.

Permítame hacerle algunas objeciones de tipo histórico, a la caracterización que hace de Pérez Minik, desde la asunción de que usted, ciertamente, no ha escrito un tratado ni un ensayo históricos sino una novela de no ficción. Para apuntar hacia Minik como el delator de su relato se apoya en una carta robada, una misiva que López Torres habría escrito en Fyffes poco antes de su asesinato, un documento que usted habría leído pero cuyo contenido nos hurta a sus lectores. Si no histórica, ¿qué función literaria desempeña la referencia a esta carta al final de su novela? ¿Nos pide a sus lectores que tengamos fe en usted? ¿Qué le creamos a ciegas?

Le repito que esa lectura unilateral de la obra que usted también parece compartir es una más y basada en los argumentos que maneja un solo personaje del libro, tan solo una lectura más, de las muchas lecturas que a mi parecer ofrece el texto: una crónica novelada, como advierto en el prólogo, que juega a provocar en el lector lo que los surrealistas también buscaron en su tiempo: provocar con sus actitudes y sus escritos. No percibir esto en El delator es empobrecer mucho su alcance. Lo de la carta final es un artificio literario más, como tantos otros que me satisfizo mucho introducir en mi novela. He dicho en mi novela, la novela como un vehículo de reflexión en libertad. Me siento cómodo escribiendo novelas, porque es una oportunidad para interpretar el mundo desde la razón y la sinrazón, desde la memoria y la ensoñación.

“La carta final que aparece en ‘El delator’ es un artificio literario que me satisfizo introducir”

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Una de sus fuentes, si puedo llamarla así, porque como toda novela de no ficción El delator tiene un estatuto híbrido, es J.A., sobrino de López Torres, para quien Pérez Minik, prisionero tres meses en Fyffes, “había sido el chivato a cambio de su salvación” que determinó que los falangistas arrojasen a López Torres en un saco al Atlántico. El caso es que J.A. era un niño cuando mataron a su tío. ¿Qué garantías, pues, está en condiciones de ofrecer este hombre como fuente, si es que procede que me refiera a él como fuente?

Hay microhistorias familiares que pasan de padres a hijos, de tíos o tías a sobrinos y sobrinas, son microhistorias imparables que siguen vivas ochenta años después de sucedidos algunos hechos a pesar del miedo que pudo producir tan solo mantenerlas en la memoria en años donde estaba prohibido pensar. ¿Tenemos derecho a respetar y rescatar esas otras versiones de lo que pudo haber ocurrido realmente por encima de las historias oficiales y oficializadas impuestas o hay que despreciar esas versiones íntimas sin más? Creo haberles hecho un caso relativo en mi libro, un caso que es el que representa el personaje J.A., y haberlas puesto en cuestión, cuando no rebatidas, dentro de las páginas de El delator por parte del narrador, ficticio también. Sin optar por una tesis concreta, solo contando con que lo que sucedió en el sacrificio de López Torres tuvo en su tiempo diversas interpretaciones. No me diga que no es sorprendente que un miembro de la generación surrealista fuera condenado a muerte sin más a sus veinte y nueve años después de siete meses de prisión y de incertidumbre y otro fuera elevado a jefe de Falange en la Isla. Esa generación invita a indagar sobre lo que pudo suceder entre sus miembros ante unas circunstancias tan duras como el vivir una guerra entre hermanos. Pero algunos y algunas han lanzado fatwas sobre El delator por el mero hecho de cuestionar algunos sucesos protagonizados por los miembros de esa generación como si fuera un capítulo de nuestra historia que no se puede tocar, siquiera desde la imaginación literaria. Creo que los mismos surrealistas isleños hubieran desaprobado esas fatwas, esos veredictos lectores que se acercan a lo inquisitorial.

“El título ‘El delator’ de mi novela no apunta a nadie en particular”

“El título ‘El delator’ de mi novela no apunta a nadie en particular”

En su mencionado ensayo Facción surrealista española de Tenerife, Pérez Minik dice lo siguiente sobre el estallido de la Guerra Civil y el fin de la aventura de Gaceta de Arte: “Acaso valdría la pena hacer la crónica de estos increíbles sucesos, la biografía de cada cual, la resistencia o la cobardía ofrecida, los héroes, las víctimas, los conversos, que de todo hubo, están en la memoria de nuestros anales sangrientos. Para completar estos hechos hubo hasta un asesinato, el de Domingo López Torres”. Pérez Minik publicó el libro en 1975, no sé si antes o después del 20 de noviembre, pero con el franquismo, en cualquier caso, bien vivo. ¿Qué opina sobre este pasaje?

De ese pasaje subrayo lo de “la resistencia o la cobardía ofrecida”, eran actitudes hasta cierto punto aceptables y razonables, nadie ha nacido héroe ni cobarde. A mi entender, son los asuntos vividos los que gravitan sobre nuestras personalidades y nos hacen reaccionar de manera que ni uno mismo imaginaría. Ese librito de Pérez Minik es una interpretación muy lúcida de lo que significó su generación ante la Guerra Civil, su generación y el resto de generaciones que se enfrentaron a un levantamiento militar que sorprendió a mucha gente.

“En ninguna de mis novelas hay ‘yoes autoriales’, todos los personajes son conformados idiomáticamente”

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Por cierto, ¿cómo se explica que Pérez Minik subraye lo de española en el título para referirse la corriente surrealista de Gaceta de Arte?

La experiencia surrealista tinerfeña de 1935 fue pionera en el estado español de lo que significaba ese movimiento en toda Europa en aquellos momentos. Los canarios nos adelantamos a homologar una manera de hacer y de ver arte y de vincularlo a las ideologías en alza en aquellas décadas. Esa exposición surrealista de 1935 en Tenerife convirtió a la Isla en el epicentro de las expectativas vanguardistas de entonces. Eso nadie puede negarlo.

En sus últimas novelas, El guanche en Venecia, El zahorí del Valbanera y El delator, revisita la historia de Canarias. ¿Es esta una circunstancia azarosa o es un proyecto que se ha impuesto?

Viéndolas en perspectiva, es verdad que en ellas he partido de acontecimientos históricos para desrealizarlos a mi antojo, gozo con las libertades que nos ofrece la literatura, ese experimentar con vidas posibles de Piglia, con mundos posibles que uno tiene la posibilidad de rediseñar desde nuevas perspectivas.

El yo autorial adopta distintas posiciones en sus novelas. En Bumerán, por ejemplo, la primera de todas, el protagonista dice que “he pensado muchas cosas, muchísimas, por momentos me encerré en los ratos más dispares de esta vida a la que tan poca importancia pongo, me ha parecido ser la lectura de mi propia novela”. Tienta pensar que, de modo travieso, nos indica que el protagonista de la novela es su autor. En Malaquita el autor dice del protagonista que “tuvo en algún momento la sensación de que su vida estaba siendo historiada por algún extraño, por algún lápiz o pluma guiados sabiamente”, lo que cabe leer como un efecto reflectante sobre el propio autor. En El zahorí del Valbanera el protagonista, José Aquilino Ramos, José Ramos en la realidad, le cuenta a su nieto sus aventuras como inmigrante en Cuba. Su nieto, como nos indica al final, no es otro que usted mismo. Y en El delator, en fin, el autor oscila entre el narrador omnisciente de voz impersonal y el investigador que habla en primera persona. ¿Puede hablarnos sobre estas diversas posiciones del yo en sus novelas?

En ninguna de mis novelas siento que haya yoes autoriales, desde que uno decide hacer fábula todos los personajes que se mueven dentro de un texto son conformados idiomáticamente y se convierten en ficticios en un alto tanto por ciento. En eso consisten las infinitas libertades que la literatura concede a sus cultivadores, aunque siempre haya gente dispuesta a ponerle puertas a ese campo inmenso donde prevalecen las otras miradas al mundo que nos permiten seguir nuestras vidas con mayor riqueza, aunque a veces sea una riqueza llena de desasosiegos.

“Siempre he querido escribir algo sobre los últimos años de Napoleón en la isla de Santa Elena”

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Para terminar, no viene al caso de lo que motiva esta entrevista, pero no me resisto a preguntárselo: en El inglés dice que, cuando lo llevaban a Santa Elena, Napoleón, solicitó a los ingleses que acercasen el barco a Tenerife para poder admirar el Teide. ¿Es este un hecho real o pertenece al dominio de la ficción?

Siempre he querido escribir algo sobre los últimos años de Napoleón en Santa Elena, tenía un viaje previsto a esa isla acompañado de mi buen amigo, ya desaparecido, Patricio Olivera Crocker, y he leído el Memorial de Santa Elena, del conde de Las Cases, varias biografías de Napoleón y un último libro muy recomendable que es Los cien días, del ya olvidado político francés Dominique de Villepin. En algún lugar leí esa apetencia de Napoleón por conocer el tercer volcán más alto del mundo, pero lamento no darle la pista cierta.

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