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Charulata vuelve a los cines

Basada en El nido roto, novela de Rabindranath Tagore de 1901, Charulata. La esposa solitaria (1964) se cuenta entre las obras cumbre de Satyajit Ray. En una filmografía que, empleando la propia Trilogía de Apu como faro, cabe dividir entre el naturalismo del primer film, el realismo alegórico del segundo, y el estudio de personajes del último, Charulata ocupa un sitio destacado entre sus mayores logros del este tercer tipo.

Historia de un triángulo amoroso, el que forman Bhupati, editor de un periódico liberal, Charulata, su joven esposa, y Amal, el hermano bohemio de Bhupati, se desarrolla en la Bengala de finales del siglo XIX, y tiene como escenario principal y casi único la casa. Los tres personajes pertenecen a la élite ilustrada y modernizante, cuyo nacionalismo anti-imperial se mezcla con la veneración hacia la metrópoli británica, que a fin de cuentas representa el progreso. Imbuido en los asuntos de la política, Bhupati es un hombre de prosa y pragmatismo, al que su cuñado y su esposa oponen un espíritu lírico: abierto y vitalista el de Amal, introspectivo y enigmático el de Charulata.

Ella, al principio, solo borda. Más tarde escribirá, y con éxito; ella, por suerte, no es Madame Bovary. Pasea por los pasillos, en una secuencia inicial deslumbrante que hace del movimiento de cámara tras sus pasos una observación del alma de la mujer. Toda la película consistirá en eso precisamente: modular con la puesta en escena los movimientos del espíritu, las reacciones sorprendidas por la cámara e inadvertidas por los demás. Entre esos momentos, un leit motif se repite discretamente: con sus anteojos, Charulata observa el exterior –o convierte en exterior lo que observa– y, quizás, protege así su interior.

La película recuerda por momentos al cine del primer Bergman, y sin duda al de Jean Renoir: la escena del jardín con el columpio recicla e intensifica aquella tan celebrada de Una partida de campo, con el enigmático añadido de ese roce de los pies de la joven con la tierra; gesto fugaz y sensual, terrenal en más de un sentido, que precede a un momento de exaltación lírica. La escena incluye también dos visiones desde los anteojos: de un lado, el perfil del amado y del otro, un niño; quizás el hijo que nunca llegó. Campo y contra-campo de Charulata, autora de su propio “montaje” creador de sentido con los vistazos de unos binoculares a los que por algo se llama impertinentes; como los poderes del cine.

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