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Retrato de la escritora Anne Brontë.

Agnes Grey, la institutriz que se retó a sí misma

Revisitar a los 172 años de su muerte a Anne Brontë, una inflexión en la sociedad victoriana

En Agnes Grey, la conocida novela deAnne Brontë publicada en la Inglaterra del victorianismo temprano de 1847, la protagonista que da título a la historia decide, al cumplir los diecinueve años, viajar a Wellwood después de haber conseguido la aceptación de la familia Bloomfield y acordado el hospedaje con dicho matrimonio y sus tres hijos -Tom, de siete años, Mari Ann, de seis, y Fanny, de cuatro-, en una de las dependencias habilitadas para tal fin como tutora. La familia Grey formada tan solo por sus padres y su hermana Mary trata a toda costa de impedirlo a pesar de que Agnes revela en varias ocasiones su determinación, más bien, su vocación por la enseñanza con el ánimo de luchar, según expresa, por su independencia económica, el derecho a trabajar, enamorarse y valerse por sí misma.

Pese a las reticencias de la sociedad victoriana a la irrupción de un modelo femenino diferente al del siglo XIX, en la novela de la escritora de Yorkshire del Oeste la historia discurre con un matiz especial. En el papel de educadora de los tres hijos del señor y la señora Bloomfield, la joven Grey intenta inexorablemente corregir el comportamiento abusivo y selvático que presentan los niños al interactuar con los animales. En su afán educativo, la instrucción y el razonamiento llevado a cabo con total rectitud por la señorita Grey no son suficientes. En el domicilio de los Bloomfield, no se da la posibilidad de que la joven Grey pueda conseguir el sueño de convertirse algún día en una magnífica docente a través de la perseverancia; mucho menos transformar sus anhelos de juventud en espontaneidad, sinceridad, excarcelación, confianza, sencillez… haciendo uso de su positiva e innata obstinación personal. En el ámbito de la pedagogía y del saber cultural, nuestra institutriz demuestra sobradamente su preparación. Al discurrir, unas veces, su actividad formativa en el interior del hogar y, otras, en la pequeña huerta y en el jardín privado de la familia, su didáctica se pone una y otra vez en entredicho al exigirle, el señor y la señora Bloomfield, que imponga otra disciplina a los niños cuando son precisamente ellos los que de manera reiterada fomentan la insubordinación, la rebelión y la anarquía fuera del gobierno educativo reglado. «¡Cuánto desearía convertirme en una institutriz», confiesa, «conectarme enteramente con el mundo, descubrir una nueva vida, actuar por mí misma, poner en práctica aquellas facultades que aquí no puedo ejercitar y ganarme, al fin, mi propio sustento!»

Siendo aún tan joven, la señorita Grey desconoce, inmediatamente después de su primera experiencia educativa, cómo será su futuro profesional y si su yo individual estará a la altura de su constancia y tenacidad, sobre todo, cuando decide abandonar el condado de Derbyshire, despedirse con dolor de la familia Bloomfield y trasladarse a Ashby Park donde conocerá a los Murray, una familia con cuatro hijos en la que también existe cierta perversidad en la recepción de lo femenino, la celebración de la Mujer Nueva y los derechos que bajo dicho signo comienzan a ser defendidos en el terreno laboral y social. En esta ocasión, John y Charles, los hijos varones de los Murray, asisten, como cada día, al colegio, mientras que las niñas, Rosalie y Matilda, con un comportamiento muy similar a lo peor de los Bloomfield, quedan definitivamente a su cargo.

Por este motivo, Agnes Grey no es del todo ficción. La novela está impregnada de características ligadas a la recreación de la realidad aun recogiendo un cúmulo de experiencias autobiográficas de la autora de La inquilina de Wildfell Hall íntimamente relacionadas con el momento histórico en el que se desarrolla la acción de la novela. La ausencia de la mujer en la esfera pública y su presencia de manera aplastante en las fábricas y el servicio doméstico de otros hogares representan el concepto victoriano de feminismo. De una manera, quizá, prematura, Agnes Grey necesita dar rienda suelta a su naturaleza liberal intentando romper con la falta de iniciativa de la mujer cuando expone, en dicha obra, sus ideas y principios. El reconocimiento de su soledad, la imposibilidad de controlar a sus alumnos y, más tarde, su enamoramiento, la hacen muy semejante a los ideales feministas de Catherine, Jane Eyre y Tess, la de los d’Urberville, en la literatura de Emily Brontë, Charlotte Brontë y Thomas Hardy respectivamente. Más allá de lo que implica su labor docente en ambas familias, Agnes Grey refleja el vivo retrato de una mujer afectada por la realidad de la primera mitad del siglo XIX, un testimonio social, una novela con grandes aportaciones documentales e históricas de una época en la que no resulta difícil encontrar, además, expresiones y sentimientos que, en un estado tan conservador como clasista, tienen que ver con las dificultades que soporta la institutriz en el desempeño de sus funciones tal y como insistirá, años después, su hermana Charlotte Brontë en Shirley y Villete.

En Agnes Grey, como decimos, la enseñanza se desarrolla en el hogar familiar del alumnado. Entre la joven docente y los niños que figuran a su cargo se establece un modelo educativo cuya importancia no reside únicamente en la transmisión del conocimiento sino en ganarse el cariño de los pequeños protagonistas que han de convertirse rápidamente en hombres y mujeres de provecho. Agnes Grey, el personaje central de la obra, no es, en este sentido, un hada maravillosa; tampoco una docente excepcional que, después de buscar anuncios en la prensa, triunfa, primero, en la localización de sus oportunidades para fracasar, poco tiempo después, en la desenvoltura de una serie de circunstancias inesperadas que irrumpen en su vida para desbordarla: «Aunque la riqueza tiene su lado bueno”», explica, «la pobreza no hace que una chica joven e inexperta como yo tenga miedo… Creo que me hace feliz el hecho de vivir con estrecheces y depender tan solo de mis recursos ¡Cuánto desearía que mis padres y mi hermana Mary pensaran como yo…! Hemos de aceptar siempre nuestros fracasos con buen talante. Dicho esto, hemos de luchar denodadamente para superar, así, cualquier dificultad».

Aunque estos detalles son claramente importantes para entender el significado de la obra, ninguno de ellos forma parte del matiz que queríamos subrayar desde un principio. Si, para Agnes Grey, la docencia supone en sí un sacrificio en cuanto a preparación y traslados, digerir el fracaso en su relación con los niños no es algo menor. En el contacto cotidiano que nuestra protagonista mantiene con ambas familias, la joven Grey descubre que el dinero y el poder social limitan la exposición de un comportamiento moralmente adecuado dando a entender que la verdadera felicidad está en cultivar la vida espiritual y en seguir los pasos de Dios a través de la religión: «la mejor forma de pasarlo bien», continúa, «es hacer lo que es correcto, y no odiar a nadie. La finalidad de la religión no es enseñarnos cómo morir, sino cómo vivir; y cuanto más pronto uno se hace sabio y bueno, más felicidad consigue».

El punto de vista individual que se introduce en dicha obra sobre la salvación a través de la religión resulta extremadamente útil frente a la incertidumbre que marcan los designios de su vida cotidiana. La existencia de un orden supremo y la posibilidad de influir en él a través de la corrección, la equidad y el saber estar ayudan a reducir la gravedad de sus experiencias y sobrellevar las dudas que, para una mujer de la primera mitad del XIX, generan su oficio. Es por ello que, en Agnes Grey, la religiosidad está exenta de efectos negativos. Al igual que ocurre en An Apology for Poetry o The Defense of Poesy del poeta isabelino Philip Sydney en relación con la poesía, el arte no consiste simplemente en transmitir, desde el ángulo de la maestría técnica, lo que es bueno y beneficioso para el hombre, sino en mostrar cómo hacer que dichos conocimientos contribuyan al desarrollo de la pericia, la habilidad comunicativa y la apertura de nuevas vías de diálogo e intercomunicación. En la estética medieval, recordemos, el hombre es un ser dual. El cuerpo material le permite reconocer las cosas de la tierra mientras que el alma, por el contrario, se exhibe como una vía que le conduce, no sin esfuerzo, a conocer a Dios. La poesía inglesa del Renacimiento ofrece, en este sentido, una mayor armonía entre lo real y lo espiritual, introduciendo, como ocurre en el caso que nos ocupa, una mayor intensidad dramática al acudir, nuestra protagonista, a la experiencia religiosa y apreciar en lo que es bello la manifestación de lo espiritual. En pleno Neoclasicismo, Kant considera lo estético como un juicio de los sentidos argumentando que los juicios de valor suscitan una finalidad subjetiva que en absoluto sintoniza con el conocimiento ya sea este verdadero, útil o ambas cosas a la vez.

En An Apology for Poetry, como acontece en el mundo interior y espiritual del personaje central de Agnes Grey, la fuente de toda riqueza procede del amor a Dios. Este hecho no solo ayuda a entender el por qué de la historia, sino a descifrar las razones que llevaron a la más pequeña de la familia Brontë construir un personaje cuyas preocupaciones se alivian al transitar, su alma, por el reino de la luz y expresar sus sentimientos con la seguridad de que Jesús está con ella. La proyección de la fe, el ejercicio de la bondad y la práctica de la gentileza, entre otras virtudes, contribuyen de manera notoria a superar el mal a pesar de los contratiempos y el desequilibrio que provocan en nuestra institutriz el asedio de los padres y la ausencia de virtudes en los niños.

En la religión cristiana, tal y como Agnes Grey representa en la novela de Brontë, la paciencia es una de las virtudes más valiosas de la vida. En la Biblia y en el Libro de los Proverbios, dicha capacidad está muy por encima del orgullo. En la Magna Moralia, Aristóteles la define como “el equilibro entre las emociones extremas”, siendo, para Santo Tomás de Aquino en Suma Teológica, «una conducta que se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de la recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y tristezas». En Agnes Grey, nuestra creyente protagonista se obliga a la contención y al entendimiento como parte indisoluble de su labor docente. En dicha obra, la resignación o aceptación de la adversidad es la mayor y más importante apuesta estética llevada a cabo por nuestra protagonista debido a lo que aporta en cuanto a juicios de valor y sentimiento. Aunque los niños intentan una y otra vez llevarla al límite de sus posibilidades, su apostura, integridad y gallardía subrayan el vigor de su espiritualidad amable, atenta y cortés. El silencio y esa especie de intimismo autobiográfico que se le atribuyen suponen una de las mayores fortalezas de la joven Grey incluso al final cuando, una vez superado el juicio de lo que ha estado bien y lo que ha estado mal, decide motu proprio construir una escuela para señoritas, seguir los pasos de Ovidio en Ars amatoria y planificar con Edward Weston un futuro junto a él.

Cuando estamos a punto de celebrar el ciento setenta y dos aniversario del fallecimiento de Anne Brontë en la localidad de Scarborough, Norte de Yorkshire, Agnes Grey, ligada como se ha visto a numerosos aspectos de la existencia humana, destaca por la belleza, el equilibrio y esa apacible armonía con la naturaleza que percibimos en su protagonista. En Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime así como en Crítica del juicio, Kant insiste en que la belleza no depende de otra cosa más que de un acertado juicio de valor o, dado el caso, de una respuesta emocional verdadera. En la novela autobiográfica de Brontë, la belleza y la verdad no tienen, siguiendo el juicio estético de Kant, un fin en sí mismo ya que el placer estético y la verdad que persigue la obra están libres de cualquier finalidad crítica. En el poema I Died for Beauty de Emily Dickinson, la poeta estadounidense escribe igualmente sobre la belleza y la sinceridad, dos de los asuntos capitales que hemos querido subrayar en Agnes Grey, aunque su poesía, de estilo inimitable, corresponde a otro país y a otro contexto: «Morí por la belleza», escribe, «y me acababan de ajustar a la tumba / cuando alguien que murió por la verdad / fue recluido en la habitación de al lado. / Luego preguntó suavemente ¿por qué has muerto?/ “Por la belleza”, respondí. / «Y yo por la verdad». Las dos son una. / «Hermanos somos», me contestó. / Y así, como parientes que una noche se encuentran / hablamos entre las dos habitaciones / hasta que el musgo nos alcanzó los labios / y nos cubrió los nombres».

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