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Canarismos

El que no quiere pargana, que no se arrime a la era

El que no quiere pargana, que no se arrime a la era

Hubo un tiempo en el que, en los campos isleños, la trilla fue una imagen habitual. Esta práctica campesina, propia de la agricultura de medianías y cumbres, hoy sobrevive en algunas islas de manera casi marginal o como recreación folclórica. La trilla tradicional se efectúa en la era con una yunta de varias yeguas, bueyes o vacas que, guiadas por un boyero, arrastran el trillo, una tabla de madera con incrustaciones de piedras para pisar el trigo y así separar el grano de la paja. La era es –como se sabe– el lugar donde se trillan las mieses, y viene delimitada por un círculo marcado sobre el terreno o un recinto circular de piedras, generalmente con el suelo empedrado y llano. Es esta escena del mundo rural de antaño la que inspira precisamente esta paremia.

La voz «pargana» se emplea en el español de Canarias para denominar la «raspa o filamentos de la espiga de trigo o cebada». Se registran también las formas «apargana», «alpargana» o «pragana». En cuanto a su origen, nos encontramos ante uno de esos vocablos a los que, instintivamente, el hablante suele identificar como «guanchismo». A ello contribuye, quizá, su particular sonoridad que evoca un étimo vernáculo, su presencia en algunos topónimos (v.gr., Los Llanos de la Pez y Pargana) y la similitud con otros lugares de nombre aparentemente aborigen (como Argana); incluso hay quien apunta abiertamente a una etimología bereber. Sin embargo, parece más verosímil que nos encontremos en presencia de un portuguesismo: «pragana», que es como se le llama a la «barba de la espiga de cereales». No obstante, el vocablo «pargana» guarda también idéntico significado y cierta similitud fonética con el término castellano «argaña» o el arcaísmo «argaya» y que nombran también los filamentos de las espigas de trigo. Así pues, la «pargana» es la raspa de la espiga, es decir, el conjunto de filamentos o «pelillos» del cascabillo del grano de trigo (el cascabillo es la cascarilla que contiene el grano). A esta operación de quitar la cascarilla y la pargana al trigo o a la cebada se le llama en las islas «derrabar». Cuando se efectúa esta labor de separar el grano de la paja en la era, primero trillando y después «aventando», se suele levantar mucho polvo («polvajera»), resultando una tarea molesta y, en cierto modo, poco agradable [y hasta hay quien dice que hay que tener cuidado «porque se te puede meter una pargana en el ojo»]. Pero, como se suele decir, cuando toca trabajar «hay que arremangarse y poner manos a la obra, y dejarse de bobería, y el que no quiera, que se quede en su casa». De aquí el sentido de varias expresiones sinónimas que de manera similar señalan: «El que no quiera tamo, que no se acerque a la era». El «tamo» es el polvo o paja muy menuda que desprenden las semillas cuando se trilla. La expresión comentada observa idéntico sentido al viejo refrán castellano: «El que no quiera polvo, que no vaya a la era», por lo que la versión isleña (referida a la pargana) bien podría considerarse una adaptación local de aquel.

«El que no quiere pargana, que no se arrime a la era» se emplea como reproche frente a quien se muestra remiso, quejica o impertinente ante una situación, un compromiso o una tarea que hay que acometer. Amén de la versatilidad que el dicho ofrece para acomodarse a otras situaciones y usos, creemos que con este se despide, sin demasiados miramientos, a quien no hace sino refunfuñar y ver inconvenientes por cualquier cosa. En definitiva, es una frase que puede ir dirigida contra el «pejiguera» que con su «ñanguería» no plantea sino problemas a la hora de afrontar las cosas. En este sentido puede definirse en contraposición al antónimo que se identifica en aquel otro dicho que dice: «El que quiera lapas, que se moje el culo», que por el contrario insta a emprender y acometer con decisión y esfuerzo las tareas necesarias, si se quiere alcanzar el objetivo deseado.

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