El común de los mortales ha tratado de tomarse los confinamientos pandémicos con civilizada resignación, pero tal estado de ánimo no cuenta para ese frontman alfa llamado Van Morrison, que el año pasado bramó contra los encierros y los replicó con canciones de títulos tan meridianos como Born to be free y No more lockdown. Morrison enfurecido, león enjaulado, quizá provisto de tiempo extra para cultivar sus pulsiones conspiranoicas, que redobla ahora en su nueva obra la apuesta respecto a su generalmente fértil ritmo editorial (casi a disco por año): 28 canciones (dos rodajas en el formato CD; tres en el vinilo), que dan todavía señal en la escala del oficio y el genio, si bien hacen el trayecto un poco largo.
Latest record project, anunciado encima como volume I (¿es ironía?), desliza algunos textos de viejo cascarrabias que pueden dar vergüenza ajena: «¿Adónde han ido todos los rebeldes? / Escondidos detrás de sus pantallas de ordenador», vocea, clamando contra la tecnología, en Where have all the rebels gone?, mientras que en Jealousy se pone más chulo de lo habitual y suelta un airado «no soy un esclavo del sistema como tú». Estrofas gruñonas que le han valido tremendos garrotazos de salida en una parte de la prensa anglo. ¿Pero desde cuándo hemos juzgado un disco de Van Morrison por sus letras, o movidos por una coincidencia ideológica?
Del norirlandés se ha loado siempre su don por hacer de las tradiciones musicales trasatlánticas (del folk céltico al rhythm’n’blues, etcétera) un flujo único y caudaloso, con inflexiones cambiantes y portador de un carácter impepinable. Todo eso está en Latest record project, aunque la iluminación compositiva no siempre acompañe. Pero, aunque este cancionero no sea más elevado que el de sus últimos discos (pesos medios que tampoco figurarán nunca en su Top 10), no podemos negarle el pan y la sal al diálogo con las coristas del tema de apertura, ni al aroma de jazz noir de Diabolic preassure, ni al banjo que puntea la simpática Up county down. En la sección de baladas, esa Duper’s delight acariciada por el Hammond, y el flanco opuesto, Stop bitching, do something, con guitarra garajera, vestigio de Them.
Salpican el track list moldes familiares y recurrentes ruedas de blues, pero incluso ahí hay todavía un halo de distinción, un sello expresivo que es la madre de muchas batallas.
Y aunque sospechemos que algunos textos rechinan cosa mala no vamos a defenestrar a tío Morrison por eso a estas alturas.