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Relaciones turbadoras

Hoy se estrena ‘Solo una vez’, ‘opera prima’ del director tinerfeño Guillermo Ríos, autor de diversos cortometrajes canarios de referencia

Álex García y Silvia Alonso, en una escena de ‘Solo una vez’. | | LP/DLP

Algunos cineastas canarios llevan años apuntando maneras a través de una ingente producción de cortometrajes que han ido girando por el amplio panorama festivalero internacional dejando, en muchos casos, un recuerdo indeleble en numerosos certámenes de esta especialidad, al tiempo que han cosechado un buen puñado de galardones que hoy adornan orgullosamente las estanterías de sus jóvenes propietarios. Y aunque no todo el monte es orégano, el número de realizadores autóctonos que han caído en gracia suman ya una cantidad más que estimable en relación con otras comunidades del Estado. Y este artículo, de algún modo, también lo intenta subrayar.

Esta larga y exitosa tradición, de la que han sido copartícipes muchas de las figuras consagradas de la última oleada del cine isleño, ha terminado removiendo proyectos mucho más ambiciosos, dotados, en su mayoría, de una sólida proyección social y de un potente fundamento psicológico como el que representa, por ejemplo, Solo una vez, el debut en el campo del largometraje del cineasta tinerfeño Guillermo Ríos, hijo y sobrino de los veteranos cineastas Teodoro y Santiago Ríos, que hoy se estrena en 60 cines españoles, tras su elogiada presentación en el Festival Internacional de Cine de Barcelona Sant Jordi el pasado mes de abril donde le tocó representar al pabellón español.

Al igual que las precedentes producciones de este joven realizador, Solo una vez concentra toda su atención en una temática de hondas raíces sociales, como lo hiciera, pongamos por caso, en las multilaureadas El Chola (2011) o Nasija (2006), dos de sus cortos más emblemáticos, poniendo esta vez el foco en la temática de la violencia de género a través de las turbulentas relaciones que sostienen una psicoterapeuta (Ariadna Gil) con una pareja formada por Pablo (Álex García), un escritor de éxito, y por Eva (Silvia Alonso), una joven editora, que asegura haber sido víctima de maltrato por parte de Pablo, contrastando sus afirmaciones con los continuos argumentos autodefensivos que airea su compañero ante tan graves acusaciones.

Inspirada en la pieza teatral homónima de Marta Buchaca, así como en un guion escrito al alimón por el propio Ríos y la dramaturga catalana, Solo una vez es, en primer lugar, una obra deudora de sus propios orígenes teatrales, tal como se desvela plano a plano a lo largo de toda la película, narrada prácticamente en un solo escenario. Pero esta circunstancia, que en otros muchos casos, ha podido contribuir a restar credibilidad fílmica a muchos trabajos, en este caso, y por mor de la habilidad de Ríos para moverse en lugares cerrados como pez en el agua, adquiere, por el contrario, un potencial expresivo de primera magnitud, apoyándose continuamente en una formidable dirección de actores y en un dominio absolutamente eficaz de la cámara como elemento escrutador del íntimo drama que presenciamos atentamente en la pantalla, aunque, eso sí, evitando la presencia de imágenes que hubieran resultado excesivamente obvias en la descripción del conflicto. Al mismo tiempo, constituye la demostración palmaria de que el manejo inteligente de los primeros planos y los planos medios en un filme de tono tan particularmente intimista, suple perfectamente el uso de tomas más explícitas o grandilocuentes, que muy poco hubieran aportado al vigor narrativo del relato y sí mucho a la vertiente más morbosa de la historia.

Y hasta tal punto que Ríos prefiere que imaginemos los diversos espacios dramáticos donde se escenifica la tensión y la violencia de la pareja protagonista solo a través de los propios parlamentos con los que ambos intentan mostrar su personal versión de los hechos pues, de habérnoslos mostrado en toda su real crudeza el drama, insisto, hubiera ganado en visibilidad pero hubiera perdido, sin duda, en sutileza e intensidad psicológica, por cierto dos de sus principales logros estilísticos, convirtiéndose por tanto en el típico filme fácilmente previsible donde las imágenes se volverían tan incómodas como igualmente inútiles para el enfoque personal elegido en cada momento por los guionistas.

Además, la película, que fue rodada íntegramente en la sede del Colegio Oficial de Ingenieros de Santa Cruz de Tenerife, tiene la virtud poco común de ilustrar la lacra de la violencia de género desde una mirada que invita constantemente a examinar, sobre todo, las sutiles trampas dialécticas que suelen justificarla en no pocos casos, tal y como argumenta insistentemente Pablo ante la psicoterapeuta y ante su propia compañera Eva en su propósito de no admitir que lo suyo haya sido una agresión machista de libro sino un ocasional cruce de cables que puede sufrir cualquier hombre en un momento de descontrol. En este sentido, Solo una vez se alinea con ese cine hoy tan presente entre los buenos realizadores independientes en el que las imágenes y sobre todo los diálogos entre los personajes sugieren más que muestran las profundas fisuras psicológicas que arruinan sus respectivas vidas.

Pero nada de esto hubiera sido posible en esta película sin la perfecta armonía que preside la labor de sus actores y la de su director a la hora de infundirle verdad y drama a la historia a través de una primorosa puesta en escena. Empezando por la labor de pura introspección que despliega Ariadna Gil en su papel de observadora neutral del conflicto, magníficamente secundada por el actor lagunero Alex García, encarnando uno de los papeles más complejos e ingratos en su ya larga trayectoria ante las cámaras y en los escenarios, intentando creerse a sí mismo una verdad que solo está latente en su subconsciente y una Silvia Alonso sembrada de ductilidad y de sutiles recursos dramáticos que hace todo lo contrario: intentar esclarecer la patética verdad que encierra la errática relación sentimental que mantiene con Pablo, pese a todo.

Una aportación importante, pues, a un asunto tan vidrioso, sombrío y reiterativo, que sigue mostrando cada día su lado más siniestro en ese largo rosario de víctimas mortales que arrojan las siniestras estadísticas de las sociedades patriarcales como el vestigio de un mal endémico que sigue envenenando la igualdad y el respeto mutuo entre los sexos.

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