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Amalgama

La distancia social

Fragmento de la portada ‘Psicología de las masas’ de Alianza Editorial. | | LP

Sigmund Freud publicó, en 1921, su preclara Psicología de las masas y análisis del Yo (Massenpsychologie und Ich-Analyse), en cuyo borrador trabajó dos años, desde primavera de 1919. En esos años, previos al surgimiento del fascismo y en medio del totalitarismo comunista, dos expresiones brutales del ser superior o humanero, el medioambiente daba a Freud bastantes ejemplos sobre los que sacar conclusiones, con independencia de que en Tótem y tabú y en Introducción del narcisismo, ya había recabado datos sobre el psicoanálisis acerca del tema, sin dejar de contar con los fenómenos del hipnotismo en los que había entrado de la mano de Charcot.

La distancia social

Freud intentó construir una psicología de las masas partiendo de la psicología de los individuos que la conforman, y ese trayecto investigador de una estructura de lo psíquico adelantó sus más elaboradas teorías expresadas en Más allá del principio de placer y El yo y el ello. Centrémonos en Psicología de las masas. Freud encamina sorprendentemente la explicación psicoanalítica del espíritu de las masas a la libido, proponiendo como oposición al instinto gregario o instinto social, justamente al narcisismo, una forma particular del egoísmo. Hace un recorrido Freud por los psicólogos sociales que, en su época, empezaron a darse cuenta de que la masa es algo más que el individuo, tal y como ontológica y epistemológicamente defiendo en la teoría del Humanero o Ser Superior.

Freud expone, pues, a Gustavo Le Bon (autor de Psicología de las multitudes), quien explica: “El más singular de los fenómenos presentados por una masa psicológica, es el siguiente: cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su género de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una especie de alma colectiva. Esta alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de como sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente… La masa psicológica es un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante, exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión un nuevo ser, que muestra caracteres muy diferentes de los que cada una de tales células posee”. La tesis de Le Bon, pues, es que en la multitud desaparece la personalidad individual, se funde lo heterogéneo en homogéneo, y el individuo “adquiere, por el simple hecho del número, un sentimiento de potencia invencible, merced al cual puede permitirse ceder a instintos que, antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente”.

Le Bon añade dos causas más al comportamiento de las masas: el contagio mental, por imitación, y la sugestibilidad, que Freud ve como dos en uno. En suma, en la masa, para Le Bon, el individuo se hace como un niño o un humano primitivo: “Por el solo hecho de formar parte de una multitud, desciende, pues, el hombre varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un instintivo y, por consiguiente, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos”. La multitud es impulsiva, irritable y se deja arrastrar por lo inconsciente, es influenciable en extremo, crédula, una sospecha se convierte velozmente en evidencia, y un pequeño grado de antipatía en odio feroz. Freud sentencia: “Las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad. Demandan ilusiones”, lo cual se advera actualmente con los fenómenos informativos denominados con simplicidad “fake news”. La masa quiere ilusiones, no verdades. Otro estudioso de las masas que cita Freud, Wilfred L. Trotter, autor de “Instincs of the Herd in Peace and War” (1919), fue casualmente investigador de las colmenas de abejas, los rebaños de ovejas y las manadas de lobos, y veía en la tendencia a la formación de masas, una expresión biológica de la estructura policelular de los organismos superiores.

Resulta sorprendente cómo la investigación sociológica ha olvidado estas observaciones que llevan, inevitablemente, a la localización de una conciencia superior a la de los individuos, en la que también encontramos cómo no solo une a los individuos a su imagen y semejanza, sino que los separa por propio interés, y les pone una distancia social. Es el caso de, recuerda Freud, la célebre parábola de los puercoespines ateridos que suscribe Arthur Schopenhauer en “Parerga und Paralipomena”, parte segunda, XXXI, “Gleichnisse und Parabeln”: “En un crudo día invernal, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para prestarse mutuo calor. Pero al hacerlo así, se hirieron recíprocamente con sus púas, y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a juntarse, por el frío, volvieron a pincharse y a distanciarse. Estas alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue dado hallar una distancia media en la que ambos males resultaban mitigados”. Pues eso, la distancia social, como en el fenómeno de la pandemia, está inventada, es un mandamiento más del ser superior.

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