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Domingo Pérez Minik, lo que hay en un nombre

¿Crónica novelada, novela, ficción...? Un repaso por los argumentos del pensamiento novelístico de ‘El delator’

Pérez Minik retratado por Pedro González. | | LA PROVINCIA/DLP

Es lógico que dude si es pertinente intervenir en la ya larga discusión sobre la naturaleza, si es ficción o si es realidad, de la novela o crónica novelada El delator de Juan-Manuel García Ramos, compañero mío en el legendario instituto Cabrera Pinto y luego, además de escritor, distinguido con elecciones y nombramientos en una ya larga y diversa carrera política, que ahora lo mantiene, además, como diputado adscrito a Coalición Canaria, aunque es presidente del Partido Nacionalista Canario (PNC), de antiguas siglas.

Y es lógico que haya duda porque he observado, a lo largo de la singladura crítica que ya lleva favoreciendo, en un sentido u otro, la trayectoria de este libro, que el autor ha mantenido una conducta curiosa en la historia de la correspondencia autor-crítico. No es muy frecuente, en efecto, que quien escribe la obra criticada salga a la palestra para significar su disgusto, y en algún caso su agrado ante los juicios emitidos. Pero a García Ramos esta conducta le ha parecido tan adecuada que la ha expresado por lo menudo y en lo general, a veces en la prensa, a veces en su red social más frecuentada, Facebook.

Lejos de reprocharle tal derroche, yo le agradezco que lo haya hecho porque me ha permitido, personalmente, leer su pensamiento propio acerca de un libro que comenzó siendo saludado como una crónica (aun resuena, en escritos recientes de algún reseñista puramente periodístico, el carácter realista que tiene la obra) y ahora, más abundantemente por parte del propio autor, como una ficción pura aunque contenga nombre propio.

No soy crítico literario, es una tarea que excede a mis frustrados conocimientos académicos, pero soy un reseñista periodístico entusiasta desde mis tiempos de redactor del diario El Día. Y soy un lector igualmente entusiasta, que fue llevado por este camino por el hombre que da figura y nombre propio a la ficción, digamos ficción, que protagoniza toda la novela o crónica o como él quiera llamarla de Juan-Manuel García Ramos. Le tengo tanta gratitud, por tanto, a su nombre propio, como para sentir una punzada lógica al ver ese nombre, Domingo Pérez Minik, asociado, de la manera que sea, realidad o ficción, a un delito moral muy difícil de lavar, el de la delación. En este libro, por cierto, figura otro protagonista, que le cuenta al autor sus agravios con respecto al crítico literario. Me he preguntado por qué, si el autor siente que su confidente sufre por las circunstancias graves evocadas en el libro, incluida la lectura de un libro de este firmante, por qué no le habrá concedido el favor del nombre propio, ya que su identidad está muy bien marcada, e imagino que al señor de carne y hueso que permanece en el libro y, felizmente, en la vida, ese gesto de reconocimiento le resultaría elemento natural de desagravio.

En fin. Domingo Pérez Minik es un nombre propio. No he hecho la cuenta (sólo soy un reseñista) de la cantidad de Domingos que hay en el mundo, y ni se hable de los Pérez que debe haber. ¿Pero cuántos Domingos Pérez Minik habrá ahora mismo en la superficie de la tierra, e incluso bajo tierra? Era un hombre singular, desde luego, que no presumía de serlo, no iba por ahí interesándose por sí mismo, sino alentando a muchos a ser ellos mismos, a que leyeran, a que respetaran al género humano, a estimularlos, a sentir que eran parte de un porvenir del que luego él se despediría, como un viajero que vino y que se va dejando una determinada estela.

No hay en ninguna nomenclatura formulación igual a la que adoptó Domingo Pérez como seudónimo. Desde antiguo es su nombre propio, con él lo conocimos y a él lo queremos llamándose así y lo hemos respetado con toda la composición de sus palabras y sus letras. De modo que si vemos su nombre sonreímos, evocándolo, pero si lo vemos junto a suposiciones, aunque éstas sean en el marco de una ficción, se nos nubla hasta la lectura, con consecuencias que le serían fáciles de entender al autor de la obra que nos ocupa, si quisiera ponerse en pieles o almas que no tienen por qué ser como la suya.

Como ese hombre, literalmente, no ha habido otro que Domingo Pérez Minik. Su amigo Guillermo Cabrera Infante (que fue amigo suyo en Tenerife) tiene un ingenioso artículo sobre la famosa frase de su tocayo William Shakespeare. El artículo se titula como el principio de Romeo y Julieta: “¿Qué hay en un nombre?”, en el que se añade: “Lo que llamamos rosa por cualquier otro nombre olería igual”. Para los que admiramos y quisimos a don Domingo esa era una rosa muy especial, por su historia, por su esfuerzo moral para superar contrariedades muy graves arrojadas a su biografía, y a las de sus compañeros, por el fascismo que, para nuestra desgracia general, sigue mordiendo hasta ahora los talones de la historia y de la democracia.

«Le tengo tanta gratitud, que siento una punzada lógica al verlo asociado a un delito moral muy difícil de lavar»

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¿Qué hay en su nombre, pues? Un trabajo por el que siempre hemos expresado gratitud. Cuando murió escribí sobre él algunos artículos; una caterva de personas de Tenerife estimó oportuno burlarse de mí personalmente porque ellos estimaban, en su libertad de juzgar, que yo tenía la pretensión de hacerme cargo de cualquiera de sus simbólicas herencias. Prosperó aquella campaña como burla, y no fue por eso, naturalmente, por lo que durante años aquel hombre que según algunos merecía tantos honores, y algunos tuvo en vida, fue impermeable, por ejemplo, al callejero hasta de la calle de la que partían sus paseos civiles que tanto le distinguieron.

En su nombre había mucho más, dentro y fuera de la isla. Su literatura vibrante, libre cuando no se podía decir casi nada con libertad, está ahí para ser consultada como un ejemplo de que, desde la tierra, se puede hacer una literatura que no requiera otro refrendo que la sensación de que has dicho lo que te ha dado la real gana aunque no hayas estudiado tanto como otros.

Había mucho en su nombre. Verlo asociado ahora a un crimen moral, aunque sea ficción, aunque sea materia de supuesto narrativo, según declara también en su último artículo el autor del libro referido, es muy doloroso para muchos, como se ha expuesto en los artículos que ha liquidado García Ramos como materia de “moralina” o, en el más abundante de los casos, como ejemplos de simplonería… Sin embargo, manifiesta gratitud a un número bastante largo de otros críticos que él considera, obviamente, como acertados.

En esa lista de gratitudes a artículos que, en efecto, le han resultado gratificantes, y no es raro, he advertido una ausencia que quizá él corregirá en lo sucesivo, o acaso no lo considere pertinente. Y es que observo que en su lista de buenos (¿lo contrario de “simplones”, quizá?) no menciona una de las primeras y más entusiastas reseñas o críticas o comentarios. Y es un texto, publicado en una página del Diario de Avisos, escrito por su amigo Andrés Chaves. Ese artículo, muy temprano, fue publicado el 12 de marzo de este año, poco después de aparecido el debatido libro. Ahí explica Chaves que García Ramos ha explicado la historia tal cual fue, y acaba así: “Tengo que celebrar que García Ramos haya abordado el tema con la brillantez de su pluma acerada y que haya volcado su mala leche en el rigor de los hechos, aunque haya fintas para no herir más de la cuenta a la sociedad tan extraña en la que él, ustedes y yo vivimos”. Por lo que sucedió luego en los periódicos de las islas, en los que García Ramos ha publicado ahora su “defensa”, se ve que no fueron entendidas enteramente esas fintas… Al empezar ese artículo Chaves resumió el propósito del novelista y catedrático emérito: “la narración de hechos desconocidos hasta ahora, inmersos como estamos en una conspiración del silencio local y cruel”.

Una vez escribí en El País un atículo, tras la muerte de mi amigo de la infancia Paco Afonso, gobernador civil de Tenerife en 1983, abrasado por el fuego en un monte de La Gomera. No debió gustarle mi texto, y seguramente tendría razón, en alguno de sus extremos a Juan-Manuel García Ramos porque enseguida publicó en El Día una replica que tituló así: “No a Juan Cruz Ruiz”. Era mi nombre. No voy a explicar aquí qué hay en un nombre, aunque, como en mi caso, en el mundo haya, arriba o abajo, un millón que se llaman igual. Soy un periodista, no soy ni economista, ni empresario, no tengo cualidades sobresalientes, pero sí tengo una gloria personal muy querida, haberme encontrado un día en la calle del Castillo de Santa Cruz de Tenerife con aquel hombre que a todos nos trató como si él tuviera ganas de que nos fuera bien en la vida.

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