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Sombra de identidades: ‘El informe Silvana’

Una extensa conversación que tres médicos y un inspector de policía mantienen por una orden cursada por Instituciones Penitenciarias

Sabas Martín. | | LA PROVINCIA/DLP

Escribir acerca de un muy grande de nuestras letras ahorra tiempo y energías, sobre todo si de lo que se trata es de abordar una última contribución editorial tan encomiable como la que dirige la escritura de este artículo. No tengo que presentar a Sabas Martín ni apuntar algo sobre su admirable trayectoria literaria que no se sepa. Tampoco debo justificar El informe Silvana dentro de su producción novelesca. No hace falta. Basta una escueta nota de prensa, algo como «Acaba de publicarse la última novela de Sabas Martín», para que los muchos lectores que lo conocen acudan en masa a las librerías con el propósito de adquirir un ejemplar; y, de paso, los pocos que no saben quién es sepan a qué se deben las colas que se producirán en estos establecimientos para conseguir un libro del autor tinerfeño. Así de simple.

En consecuencia, gracias al apuntado ahorro, me he de limitar a compartir contigo algunas observaciones sobre este Informe con el único propósito de que aceleres tu voluntad adquisitiva. No necesitas esta reseña para decidir si quieres o debes leer la novela, porque eso se presupone tratándose de quien se trata y asumiendo la inmensa calidad que atesora siempre lo que ofrece Martín. Como mucho, este escrito te ha de permitir tomar la decisión de cuándo conviene que tengas una copia de la obra y, en consecuencia, en qué momento has de comenzar su lectura: si en medio de este artículo, que no debería acabarse de leer si llegas al convencimiento de que no hay tiempo que perder; tan pronto como lo termines; mañana, pasado, la semana que viene…

Cuando tengas el libro, tómate unos minutos antes de adentrarte en sus páginas para fijarte en las imágenes de la cubierta. La del frontal muestra un detalle del frontispicio del Hospital Febles Campos, que está en Santa Cruz de Tenerife; la de la contracubierta, que se prolonga hasta la solapa izquierda, una parte del Convento de Santa Catalina de Siena, situado en San Cristóbal de La Laguna, en la que destaca su conocido ajimez. Deja que se ubiquen en tu memoria junto a cuatro palabras significativas: robo, condena, cárcel y psiquiátrico. La última voz encaja de algún modo con lo que representa la fotografía del centro sanitario, pero las otras tres… Sigo.

No abandones aún la cubierta. Hay más: el fragmento de novela reproducido en la solapa izquierda. Pertenece al capítulo 6. Conviene leerlo. ¿Ayuda a saber de qué va la novela? Sí. ¿Ayuda a saber cómo se sitúa el autor frente a su creación? Respondo a la pregunta con dos afirmaciones del extracto: la primera, «El mismo hecho puede interpretarse de formas distintas según el punto de vista del que lo cuenta y, además, a lo mejor hay aspectos de la realidad que no se muestran completamente en el relato y que se presentan de manera parcial»; la segunda, «A fin de cuentas, una novela, como toda manifestación artística en general, es un artificio. Y en los artificios hay mucho de señuelo y de pistas que apuntan a un lado y luego derivan a otro».

Centrémonos ahora, como paso previo al comienzo de la grata lectura que te espera, en la disposición de la materia novelesca, que puede verse en la tabla de contenidos. Está al final, en la página 181. La obra se estructura en tres bloques: el primero se titula “Al principio”, consta de trece capítulos; el segundo, “En el reino de Leviatán”, tiene diez; el tercero, “La vida que espera”, solo tres. Todos carecen de enunciado y de numeración particular (la que aparece en esta parte del libro es un aditamento editorial). Se identifican con las primeras palabras con las que comienzan, como sucede en muchos poemarios, donde sus índices reflejan su contenido a partir del verso con el que empieza cada composición.

Esta disposición no permite saber que los capítulos de la primera parte están engarzados por medio del recurso retórico de la anadiplosis. Descubrirás el efecto de coherencia del discurso tan particular que produce esta técnica. Fíjate también en que algunos empiezan con la raya que se utiliza para introducir las intervenciones en estilo directo de los personajes, lo que consigue producir en el lector la sensación de que comienzan in medias res.

El conjunto abarca unas 170 páginas, poco más de seis por capítulo si todos tuviesen la misma extensión. Los detalles de la estructura interna expuestos permiten el trazado de un mapa por donde ha de transcurrir nuestro periplo lector. Nos predispone y, de algún modo, contribuye a que nos fijemos una suerte de expectativas sobre el viaje que vamos a emprender.

Si tomamos como referencia el sistema de categorización de los géneros literarios, es inevitable ver en El informe Silvana su adscripción al reconocido como dramático y, al mismo tiempo, al narrativo. La obra se articula en torno a una extensa conversación que tres médicos y un inspector de policía mantienen con el fin de dar cumplimiento a una petición cursada por Instituciones Penitenciarias: si la paciente que tienen ahora mismo ingresada en el Instituto de Salud Mental, Clara Fortes Marrero, debe o no ser dada de alta una vez cumplida la sentencia de condena que se le impuso por su participación en un robo. Este es el leitmotiv de la novela. Intuyo que las cuatro palabras significativas antes reproducidas cobran ahora sentido para ti.

Las piezas narrativas se intercalan en el diálogo y se marcan entre paréntesis. Tienen un tamaño desigual porque dispar es la influencia que ejercen en el desarrollo de la trama: en la primera parte, quedan supeditadas de manera muy marcada a la conversación y ello supone que su extensión sea más breve; en las otras dos partes, en cambio, su predominio es absoluto, llegando a ocupar capítulos enteros, como ocurre con el catorce y el decimosexto, por ejemplo.

Estas partes actúan siguiendo el principio de la analepsis, pues representan saltos en el tiempo que sirven para mostrar los hechos que, de un modo u otro, están siendo abordados en ese momento del debate. Son en estas partes donde adquiere entidad propia el alter ego de la paciente, Davinia Silvana.

Lo primero que me deslumbró de la novela de Sabas Martín fue su prosa ágil, precisa, directa, clara, sin preciosismos, sin digresiones, sin aparatosidad, sin retoricismos innecesarios. Esta virtud se percibe tanto en lo dramático como en lo narrativo. El diálogo fluye con naturalidad, no requiere de acotaciones, prescinde de los soliloquios y evita que las intervenciones de cada personaje se alarguen innecesariamente asignándoles la extensión de un párrafo, no más. Los conflictos que surgen entre los cuatro especialistas a la hora de aportar su ciencia y su perspectiva a la situación que se les plantea se asimilan con nitidez; y como el desarrollo del asunto que les reúne es sugestivo, se vuelve inevitable la consecuencia que todo esto acarrea: el que acabemos dentro de esa sala de reuniones donde se decide el futuro de la ingresada, sumándonos como uno más, sin voz ni voto, claro está. Esta sensación fue similar a la que tuve, no recuerdo cuándo, pero hace mucho, con Doce hombres sin piedad, la película dirigida por Sidney Lumet en 1957. No puedo evitar el trazado de cierta analogía entre ambos productos culturales.

La referida virtud, en lo tocante a la narración, se constata en la perfecta selección y reproducción de los momentos puntuales que se quedaron fijados como muescas dolorosas en el camino vital de Clara/Davinia. Aunque estas zonas de la novela ofrezcan una variedad expresiva mucho más amplia, más colorida, diría yo, constatable en determinadas repeticiones de palabras, en formulaciones descriptivas o en el propio desarrollo de escenas como las sexuales, por ejemplo, lo cierto es que el tono de la exposición sigue siendo contenido, conciso, sin lugar para la dispersión, para esa labor exegética que termina haciendo del narrador una suerte de filósofo, un pensador sobre cuestiones morales que saca a colación siempre que ve la oportunidad para ello, como suelen hacer los relatadores de Javier Marías. Todo se ajusta a la pertinencia de su aparición en medio de los diálogos, como ya he señalado. Surge la narración cuando es necesario llenar los desconocimientos de los especialistas que sus palabras no logran cubrir, siempre que es imprescindible dar luz a muchas preguntas que no pueden ser respondidas desde la vía de una experiencia eminentemente administrativa, como es la de los médicos y el inspector de policía.

Los dos géneros determinan para el lector dos informes paralelos: por un lado, el frío, el aséptico y el sujeto a los egos de los participantes, que será el que condicione el futuro de Clara Fortes Marrero y que, desde el punto de vista del tiempo interno del relato, abarca solo un día; por el otro, dando cuenta de todos los años de la protagonista, el que se aferra a los quiebros existenciales de la joven, a esas parcelas de vida fracturada que escapan a la consideración de quienes tomas decisiones y que representan los matices, las particularidades de cada caso clínico. Es en el desarrollo narrativo donde se apunta cómo, desde la infancia, se trazó el desafortunado y autodestructivo trayecto vital de Davinia Silvana. Como lectores, es admisible suponer que el primer dosier se fijará en una serie de impresos oficiales, reservados y limitados en su reproducción, y disponibles para las autoridades; y que su denominación podría ser El informe Fortes; el otro expediente, cuyo nombre es deducible, estaría representado por la novela que nos convoca.

Mala suerte. Este es el resumen de la vida de Clara hasta el instante en eque se produce la reunión de los especialistas. Mala suerte. Nadie escoge tener una hermana como la suya, hipocentro del desastre, por decirlo de algún modo; ni ver cómo de repente cambia tu vida porque la familia de ayer se quedó situada para la posteridad en el interior de un silueteado Megane azul metalizado. Mala suerte. Nadie espera encontrarse con alguien capaz de anular tu voluntad hasta el punto de no poder discernir entre lo que te conviene o no, y mucho menos cuando los demonios del pasado continúan exigiendo su parcela de protagonismo. Mala suerte. Nadie desea dar con una Bárbara y un Álvaro, nadie; y sí con un ángel como Jana, al que se terminará haciendo daño y perdiendo por culpa de la inoperancia emocional de la protagonista. Nadie quiere que desaparezca de su vida alguien tan beneficioso y nadie quiere que sufra, pero… Mala suerte. El yo de la adversidad le tiene inquina al de la felicidad; el de la violencia, las drogas, las metáforas de perros de peluche decapitados… se impone siempre al de la creatividad, al del talento, al que disfruta de la cálida y confortante compañía de quien posee una mirada de profundo aguamarina. Sí, mucha mala suerte.

A mi juicio, la novela gira alrededor de la fatalidad, que cabe asociar sobre todo a los episodios familiares y sentimentales que consolidaron en la joven la necesidad de un cambio de referente identitario. De aquí surge el seudónimo que adoptará, utilizado en principio como firma para los productos audiovisuales que realizaba y, más adelante, como ineficaz señal para intentar marcar las diferencias entre un pasado terrible (Clara) y un presente poco esperanzador (Davinia).

«Silvana Mangano y Anthony Quinn, Rachel y Barrabás, en la película de Richard Fleischer. La primera que ha visto donde sale la actriz romana. Barrabás, según la novela de Pär Lagerkvist, y Silvana Mangano que es Rachel que cambia su vida para seguir las enseñanzas de Cristo, que se aparta de Anthony Quinn-Barrabás y acaba siendo lapidada por los mismos que habían crucificado a Jesús» (cap. 7).

Tras ver la película, toma el apellido de la actriz italiana que hace el papel de alguien que cambia su vida y que sucumbe por culpa de esa transformación. Las razones de su final están asentadas en una consecuencia de la malandanza: la incomunicación. He aquí otra de las palabras clave en el devenir existencial de Clara/Davinia. Es omnipresente como sensación durante la lectura, sobre todo en las partes narrativas y, dentro de estas, en ese llamativo e irreprimible impulso de la joven por utilizar cuadernos escolares de dos rayas para hallar un puente que comunique su sombrío interior con el exterior. En las partes dialogadas, también se detecta la incomunicación como nube que todo lo cubre en el tenso intercambio informativo que mantienen los especialistas entre sí; y en la desconcertante relación que vincula al inspector con la paciente y que justifica de alguna manera su presencia en la reunión.

A la mala suerte y la incomunicación se le sumarán otras etiquetas, como la soledad, las adicciones, las frustraciones, las dudas, el nomadismo… que contribuyen a edificar ese cúmulo de silencios que enturbiaron la infancia, condicionaron la juventud y amargaron la adultez de Clara Fortes Marrero. Todo unido trajo consigo, quizás de un modo más involuntario de lo esperado, la necesidad de ese cambio de identidad sobre el que ya me he pronunciado. En el capítulo quince (“—Lo veo muy pensativo”), el inspector toma la palabra e introduce en el debate que está manteniendo con los especialistas un punto de inflexión que, te adelanto, no ha de causarte indiferencia alguna, pues condiciona la percepción sobre el asunto que están debatiendo:

«¿Puede un amnésico ser culpable de un acto criminal que no recuerda? Todo esto, digo, sin entrar en consideraciones médicas. ¿Estamos ante dos personas diferentes? ¿Y si ese individuo, al enterarse de lo que le dicen que ha hecho, se arrepiente y reniega de su pasado? ¿Hay que condenarlo? […] En definitiva, ¿la identidad son los recuerdos, lo que nos une a los recuerdos? Y, si no hay recuerdos, ¿quién es, en verdad, esa persona?».

La reflexión y sus consecuencias, que no se realiza en la sala de reuniones, sino en la cafetería y dentro de un ambiente más distendido, propio del receso que se han dado para descansar y comer algo, y que emociona por su efectividad a la hora de activar nuestros mecanismos intelectuales para buscar una respuesta al planteamiento, representa el momento más cautivador de la novela, pues es ahí donde, de alguna manera, es posible sentir la confluencia de las esencias que conforman los dos informes ya señalados: el de Forte Cabrera y el de Silvana.

¿Qué futuro le espera a Clara/Davinia? El resultado de la reunión no lo desvela; el narrador, no lo declara. Aun así, la novela no queda abierta; al contrario, yo creo que está perfectamente cerrada gracias al símbolo que encierra una lejana escena doméstica: una ventana abierta por donde entra una paloma cuya presencia da pie al cese de una disputa. Se desconoce el futuro que le espera a la protagonista, mas quizás sí se logre conocer cuál es el único anhelo que tiene en ese momento: la liberación, esté donde esté y sea como sea; en suma, una ventana abierta que permita la llegada de una paloma.

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