La Provincia - Diario de Las Palmas

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Narrativas de lo común

El espacio libre de la ciudad otorga privilegios

a algunas personas y se los arrebata a otras

Vista de Las Palmas de G. C.. | | MARÍA RODRÍGUEZ CADENAS

Entre muchos otros dilemas de urgencia y emergencia, el contexto pandémico ha puesto en evidencia la calidad de nuestro espacio relacional. Los momentos más restrictivos, nos invitaron a tomar conciencia de que el espacio que se puede abrir frente a nuestra ventana -o en el más afortunado de los casos, frente a un balcón o una terraza- nos pertenece, y de manera bastante relevante, como paisaje común de encuentro y disfrute. Desde una posición urbanística, este momento histórico abre múltiples posibilidades para plantear la regeneración de nuestra ciudad, una transformación que, necesariamente, ha de partir desde el espacio libre.

Ante este panorama, el urbanismo feminista pone aún más de manifiesto que nos encontramos con un espacio jerarquizado y jerarquizante, que no contempla la diversidad de sus usuarios. El espacio libre de nuestra ciudad otorga privilegios a algunas personas y se los arrebata a otras, ya que los criterios con los que la ciudad ha sido abordada (diseñada, planeada y gestionada), nos llegan permeados por una sociedad de óptica androcentrista. La forma física de los espacios ha contribuido y contribuye a perpetuar estos valores. No obstante, los soportes urbanos se han utilizado de formas diversas a lo largo de la historia. Es nuestra experiencia sobre una misma estructura espacial -el uso que le damos- la que es capaz de producir nuevas formas de lo local.

La perspectiva de genero como categoría analítica ha de formar parte de esta nueva forma de hacer ciudad, pues subraya la necesidad de que nuestro entorno contemple realidades más complejas e hibridadas y que éstas sean eficientemente plurales. Los espacios libres deben abordarse necesariamente desde estrategias urbanas compartidas. Constituyen lugares de expresión común: han de ser espacios seguros, confortables, accesibles, saludables, permeables, mixtificados y desde donde establecer relaciones con lo natural en la ciudad (donde los procesos ecológicos sigan su curso).

Para tener una sociedad más justa, igualitaria y equitativa, es necesario hacer un cambio de paradigma urbano y comenzar a construir la ciudad cuidadora, en la que la sostenibilidad de la vida esté en el centro de las decisiones urbanas. Las ciudades cuidadoras sitúan las tareas de cuidado en el ámbito público para visibilizarlas, valorizarlas y colectivizar la responsabilidad. Una ciudad cuidadora pasa por el reconocimiento del carácter político de lo doméstico.

Cuando hablamos de la ciudad de los cuidados, la ciudad de los 15 minutos, la red de proximidad o la red de espacios comunes, estamos hablando de temas con matices diferenciadores con un objetivo común: reordenar la actividad y el espacio desde la atención a las necesidades propias de la vida cotidiana y a la proximidad.

Esa cotidianidad orbita en torno a la red de espacios comunes: los espacios de relación; los equipamientos de uso diario; los comercios y servicios cotidianos; las paradas de transporte publico; los viales que los comunican y conectan y los espacios especiales de la red publica.

La red de espacios comunes atiende a la proximidad desde un ámbito cercano -aproximadamente de 10 minutos caminando sin dificultad-, que debe ser definido a partir de procesos de participación ciudadana efectiva, con especial implicación de las mujeres. Dicha participación se ha de entender como actividad continua, más allá de la participación preceptiva de todo instrumento de planeamiento, y a partir de la cual se recojan los datos de forma desagregada y atendiendo con especial interés a la interseccionalidad. Por valernos de las palabras de Jane Jacobs, “las ciudades tienen la capacidad de proporcionar algo para todas y todos, solo porque, y solo cuando, son creadas por todas y todos.”

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