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Todo sobre la guerra

Margaret McMillan, con el pulso narrativo que la caracteriza, ofrece una completa visión de la influencia del conflicto bélico en la humanidad

En 1991, el cuerpo de un hombre prehistórico, conocido como Otzi, fue descubierto en los Alpes italianos. El hombre, una de las principales atracciones de la preciosa ciudad de Bolzano, había permanecido allí durante unos 5.000 años; todavía tenía ropa en la espalda y comida en el estómago. Si bien inicialmente parecía que había muerto por causas naturales, luego se descubrió que tenía una punta de flecha en el hombro y daños en el cráneo. Lo más probable es que fuera asesinado. La sangre que se encontró en su cuchillo sugirió, además, que había intentado defenderse. Este descubrimiento de Otzi sugiere que los primeros humanos, en la época de finales de la Edad de Piedra, fabricaban armas, se unían entre sí e hicieron todo lo posible para acabar unos con otros. Margaret MacMillan muestra en su último libro, La guerra, cómo la necesidad de protegerse a uno mismo, o a la propia tribu o nación, ha influido en casi todos los aspectos de la historia de la humanidad. Para explicarlo, presenta una serie de paradojas históricas: en la antigüedad, la necesidad de protección de las personas las llevó a organizarse, eventualmente, en estados, pero el estado no es más que un aparato altamente eficiente para hacer la guerra.

Si hay una historiadora que sabe descifrar el papel del conflicto bélico y cómo ha marcado el devenir de la humanidad, es MacMillan, autora de 1914, una de las mejores crónicas jamás escritas sobre la primera gran guerra del siglo pasado, y de París, 1919, donde a través de lo sucedido en Versalles extrae la lección de que la paz no se puede imponer en una mesa de negociaciones, sino que es algo que crece en el corazón de la gente. La obra, que ahora publica Turner, es una rica y ecléctica discusión sobre cómo la cultura y la sociedad han sido moldeadas por la guerra a lo largo de la historia. MacMillan argumenta que combatir y matar son prácticas tan íntimamente ligadas con lo que significa el ser humano que verlas como una aberración carece de sentido; están en nuestros huesos. «La guerra la hacen los hombres, no las bestias, ni los dioses», escribe citando a Frederic Manning, poeta y novelista australiano, autor de Los favores de la fortuna, y que combatió en el ejército británico en la Primera Guerra Mundial. Llamar a la guerra crimen contra la humanidad es perder al menos la mitad de su significado.

Entre las grandes virtudes del libro figuran las anécdotas históricas, los momentos y las citas que su autora reúne a lo largo de las páginas para ilustrar sus puntos de vista. Son tan atrevidas, llamativas y variadas, que todo cobra vida con ellas. El hecho, por ejemplo, de que después de que las guerras napoleónicas concluyeran en los campos de Bélgica, en 1815, muchos británicos comenzaron a usar dentaduras postizas que habían sido arrancadas de entre los muertos en el campo de batalla: dientes de Waterloo, las llamaban. O cómo en la Segunda Guerra Mundial los bombardeos masivos sobre las ciudades alemanas y japonesas fueron utilizados estratégica y selectivamente por Estados Unidos y Gran Bretaña para aterrorizar a la población sin proponerse del todo la masacre. Ese era el objetivo; el resultado, en cambio, como llegó a decir el general Curtis Le May, supervisor de la campaña en Japón, fue bastante peor. Los civiles acabaron siendo «chamuscados, hervidos y horneados hasta morir». No se debió a un descuido, escribe MacMillan, que los bombardeos masivos de los alemanes se excluyeran en la acusación aliada contra los dirigentes nazis del juicio de Núremberg.

No estamos ante un libro voluminoso pero sí colorista y trufado de anécdotas e interesantes reflexiones que muestran no solo las muchas maneras en que hombres y mujeres hacen la guerra, sino cómo la guerra hace a mujeres y hombres. Esta ha tenido lugar en todos los siglos de la historia registrada y afectado directa o indirectamente a toda la civilización. Se ha librado en todos los continentes y continúa haciéndolo. En manos de cualquier otro historiador, incluidos los anglosajones, este de La guerra, de la biznieta del que fuera primer ministro del Reino Unido Lloyd George, podría acabar siendo un texto árido, pero quienes hayan leído otros libros de la autora sabrán apreciar que se enfrentan a páginas de gran fuerza narrativa, tan interesantes como entretenidas. MacMillan, además de ofrecer las más valiosas perspectivas acerca del género que maneja, escribe extraordinariamente bien.

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