La Provincia - Diario de Las Palmas

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Paréntesis

‘Dance?’ no adula al visitante, sino que lo desafía

y le obliga a esfuerzos de memoria y percepción

La Ribot, 'Walk the Bastards' (2017). Instalación. LP/DLP

Una de las misiones capitales del museo de arte contemporáneo es la confrontación con las tentativas de control de la memoria. También es uno de los cometidos más traicionados y pervertidos por el propio museo. Programas confeccionados como instrumentos propagandísticos del poder político, generación de monstruosas redes clientelares, banalización al servicio de la estetización generalizada de la experiencia… Cuando he ido al CAAM a visitar Dance? he logrado poner tales calamidades entre paréntesis y fijar mi atención en una muestra que no solo no me adula como visitante, sino que me desafía y me obliga a esfuerzos de memoria y percepción.

Ciertamente abundan en Dance? las piezas aburridas. Por eso he ido del orden de diez veces a ver esta exposición comisariada por el coreógrafo y bailarín Gabriel Hernández. Y es que, como dice Walter Benjamin, «el aburrimiento es el pájaro del sueño que incuba el huevo de la experiencia». Obviamente no hablo de trabajos involuntariamente tediosos, sino de obras que exploran el aburrimiento con determinación. También, en su libro Silencio, incluido en la muestra, John Cage recuerda: «En el Zen, dicen: si algo te aburre después de dos minutos, inténtalo durante cuatro. Si aún te aburre, inténtalo durante ocho, dieciséis, treinta y dos, y así sucesivamente. Finalmente descubrimos que no es aburrido en absoluto, sino muy interesante».

En fin, ver a Bruce Nauman en un vídeo grabado en su estudio, mientras camina sobre el perímetro de un cuadrado con pasos rigurosamente predefinidos, puede resultar tan insufrible como contemplar en un monitor de televisión a una bailarina que desplaza un gran cilindro hueco según las pautas de Robert Morris. Nada de narración. Nada de expresión ni emoción. Independencia de la música. ¿Danza? Desde que Merce Cunningham comenzara a interrogarse sobre la posibilidad de considerar dancístico cualquier movimiento, previa modulación de sus condiciones de producción y recepción, la pregunta quedó marcada a fuego en eso que acaso podemos seguir llamando danza o, si no queremos atormentarnos con dilemas nominales, preferimos referir como arte en vivo. Sea como fuere, el impulso coreográfico de Cunningham, que incluye la autonomización de la música, la incorporación del azar y los movimientos cotidianos, el collage como principio ordenador y la exploración del potencial del vídeo para superar el espacio escénico, fue determinante para Robert Morris, que antes que escultor minimalista fue bailarín, y para otros grandes artistas del Judson Dance Theater incluidos también en esta exposición, como Trisha Brown y su conversación con la teoría arquitectónica, Yvonne Rainer y su negación del virtuosismo y Simone Forti y su atención al movimiento de los animales.

Hay otras vetas de contemplación, interpretación y participación en los recorridos que ha de ensayar el espectador por sí mismo, pues Dance? no impone un itinerario lineal. Yo, por ejemplo, lo he hecho «entre bambalinas». Entrecomillo la expresión porque me refiero a eso que tendría estatuto de apéndice o parte trasera pero que aquí está en primer plano. Así la videoinstalación C, Ü, I, T, H, E, A, K, O, G, N, B, D, F, R, M, P, L de Ursula von Brandenburg, que envuelve al visitante en una puesta en abismo de telones, y la acción Warm Up de Cally Spooner, realizada por bailarines que ejercitan en escena calentamientos previos a la comparecencia en escena. Así también Dubbing, el vídeo de Pierre Huygue que registra a actores de doblaje mientras vierten al francés los diálogos de Poltergeist y que sitúa al espectador en el lugar donde se proyectaría la película de Spielberg que siguen los dobladores. Así el vídeo Performance / Audience / Mirror de Dan Graham, quien, con el concurso de espejos, investiga la interpenetración entre el espacio, el movimiento de los «espectadores» y el suyo propio mientras lo filma todo. Y así, por supuesto, Cuatro colores en blanco, de Raquel Ponce, una instalación-preparativo de obra ulterior, que lleva al paroxismo las invitaciones a interactuar con ella y cuya presencia en Dance? me resulta especialmente feliz. Ello no solo porque creo que Ponce es una de las mejores artistas que operan actualmente en Canarias. También porque, a caballo justamente entre la danza, el teatro, la performance y las artes visuales, su trabajo aparece contextualizado aquí como nunca antes en el Archipiélago.

Otra posible línea de aproximación pasa por observar el uso de la escritura en las obras. Por ejemplo, la redacción de instrucciones para que el espectador ejecute movimientos cotidianos con la atención de un practicante de taichí, dígase las piezas de William Forsythe, Luc Pelletier o Liz Santoro, o, por ejemplo también, la camiseta, «ese místico block de papel para escribir, tan próximo al cuerpo» (James Clifford), que en la videoperformance Shirtologie de Jérôme Bel reemplaza la vía de las máscaras por la vía de las marcas.

Pese al predominio de lo incorpóreo, vehiculado en textos y pantallas, en Dance? también hay cuerpos: los hay de bailarines, como los de los intérpretes que duermen en las salas del CAAM, reposantes en la pieza Sleepers de Carole Douillard. Pero los hay sobre todo en la condición de objetos. Entre estos últimos tienen una presencia especial las sillas en las instalaciones Walk the bastards de La Ribot y Canon para 4 sillas, 1 mesa y un ventilador de Esther Ferrer. Frente a estas últimas, y antes de preguntarse si son danza, conviene formular la cuestión que Ramón Gómez de la Serna planteó a modo de kōan: «¿Las sillas están sentadas o de pie?». En fin, hay igualmente obras que combinan objetos y cuerpos humanos como Untitled de Xavier Le Roy, de la que solo les diré que estén atentos para cuando se active y que no se la pierdan. Por lo demás prefiero concluir no con otro interrogante, como el del título de la exposición, sino con signos de exclamación: ¡Viva el paréntesis!

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