Berna González Harbour es periodista desde hace tres décadas. En 2012 empezó una serie de novela negra que ya lleva cuatro obras y por la que recibió el premio Dashiell Hammett 2020. Su última novela es 'El pozo', un thriller centrado en la reportera de televisión Greta Cadaqués mientras cubre el caso de una niña desaparecida que, tras caer en una excavación, centra la atención de todo el país. La premisa le sirve a González para explorar el fenómeno del sensacionalismo y reflexionar acerca del periodismo.

Supongo que bebió del caso del niño Julen, muy parecido a los hechos que narra en la novela. ¿Hubo otros que la inspiraran?

En los últimos años se fueron sucediendo varios casos, y cuando llegó el caso Julen vivimos que la información se había convertido en un espectáculo casi de entretenimiento. Ahí me surgieron ganas de hacer una novela sobre periodismo. Hay autocrítica, y también un homenaje al periodismo de verdad. Ahora mismo vemos el caso de las niñas de Tenerife, en el que la información se convierte en entretenimiento y la gente se está entreteniendo con desgracias ajenas. Creo que es una perversión de la información.

¿No hubo siempre casos que se trataran así?

Efectivamente, siempre los ha habido, y cito al principio la película de 'El Gran Carnaval,' de Billy Wilder, que refleja un caso así hace muchas décadas [es de 1951]. En España estuvo el caso de las niñas de Alcasser, que parecía que nos había vacunado de los pasotes cometidos en la prensa. Entonces uno de los padres salía él mismo y todo gustoso en prensa y también, se exhibieron las familias, las sospechas. Pasamos unos años más tranquilos, pero en los últimos tiempos esto ha resurgido. ¿Más que antes? Creo que sí, por un fenómeno que antes no se daba tanto: la búsqueda feroz de audiencia. Ahora mismo hay una guerra por la audiencia en televisiones e Internet, que provoca que las cosas se quieran saber en tiempo real. Hay una ansiedad por la información en tiempo real que no existía hace años, porque las redes lo han exacerbado. Esto se une a la precariedad de los periodistas, que tampoco tienen armas para negarse a entrar en ese juego.

En el libro habla precisamente de entrevistas hechas por treinta euros, si se pagan, a medios digitales.

Ese es un factor clave. En el mundo informativo las patas esenciales son: el público, que está pidiendo carnaza; las empresas, que están luchando por la audiencia; la información; y el periodista, que tiene que aplicar las reglas éticas. Pero en la medida en que está sometido a la precariedad no tiene herramientas para oponerse a las exigencias. La responsabilidad final creo que es de las empresas, pues el periodista está muy debilitado como profesional. La clave es la independencia de los medios para negarse a esas cosas.

Por otra parte, también refleja en la novela la adrenalina que genera la profesión de periodista y la adicción a dar la última noticia.

Efectivamente, la adicción es un elemento clave del periodismo. Es un trabajo muy vocacional, que se basa en la adicción. Greta enumera una serie de reglas que va aprendiendo, pues está en sus inicios en la profesión, y la primera es: vales lo que vale tu última crónica, a la que hay que restar las crónicas de los demás y el tiempo transcurrido. Ese prurito de contarlo antes de los demás existe siempre, pero el trabajo del periodista siempre debe tener otros controles: los jefes, los compañeros. Es un trabajo muy de equipo, en el que necesitas someter a escrutinio la noticia para tener estos otros controles. Es fundamental el cruce de chequeos constantes para que algo llegue a buen puerto con la mesura correspondiente.

También describe la fauna que rodea a este tipo de sucesos. Gente que se pone en el foco por interés o afán de notoriedad, los expertos de tertulia, los opinadores.

En el caso Julen había expertos hasta en nutrición, opinando sobre cuánto puede sobrevivir un niño en el fondo de un pozo. Forma parte del circo mediático, y a veces los propios familiares se convierten en víctimas voluntarias. En el caso de Alcasser un padre se convirtió en protagonista, a veces son los padres los que divulgan las fotos de los niños. En mi libro hay un momento en que el tío de la niña atiende a los medios. Cuando vuelve a entrar en casa y se ve en televisión, se da cuenta de que sale más gordo, sudoroso y sin afeitar de lo que creía, y decide afeitarse. Y las vecinas le ven en la televisión y dicen pobrecito, pero están mirando al de la televisión, no lo están mirando a él, aunque lo tengan al lado. Intento poner el foco sobre ese circo y embeleso en el que cae mucha gente por estar enfocado por una cámara. Están sobrevaloradas las cámaras está sobrevalorado salir en televisión, y muchas veces las propias víctimas, ignorantes de los peligros que tiene eso, se prestan y las televisiones los utilizan.

¿Cree que la gente está ahora más dispuesta a consumir fake news, y de qué forma se le podría transmitir una información más reflexiva?

Sobre lo primero, en la medida en que las redes aumentan la oferta de carnaza, bulos y fake news, la gente los consume más. Son bajos instintos humanos, pero humanos al fin y al cabo. Sobre lo segundo, creo que la responsabilidad es de los medios, que somos los que sabemos hasta dónde podemos llegar dentro de los límites de la ética. Cuándo una noticia es de interés público y cuándo empieza a ser morbo, amarillismo, sospecha, rumor. Las empresas y periodistas debemos saberlo y aplicarlo perfectamente. La responsabilidad no es suya [del público], la responsabilidad es nuestra.

Decía que el libro no es un ataque al periodismo, sino un homenaje al periodismo de verdad. ¿Qué es lo que hay que reivindicar?

El buen periodismo, los buenos profesionales, los órganos de control. Es muy importante que tengamos fortaleza en los colegios y asociaciones de periodistas, en los órganos de control audiovisual. Todo lo que sea fortalecer la vigilancia de la calidad del periodismo lo hará mejor. Hay una ley que limita las intromisiones en la vida privada, pero son necesarios organismos dentro de cada periódico de autocontrol. Yo creo que todos sabemos lo que debemos hacer y lo que no, el problema es cuando miramos para otra parte y nos lo saltamos.

Usted ha escrito una serie de novela negra, en torno al personaje de la comisaria Ruiz. ¿Qué quería contar recurriendo a este género?

El género negro me sirve para contar la realidad. Es un género que está muy pegado a la denuncia. Al final plantea siempre un choque entre alguien que es abusado y alguien que abusa de él, sea por muerte, violación, robo o crimen, y por eso conecta muy bien con la realidad. Nos permite retratar los problemas que sufrimos y nos rodean. También evoluciona con el tiempo. No es lo mismo Sherlock Holmes, que miraba las huellas de barro en el camino, que la comisaria Ruiz, que tiene que mirar las cuentas de Twitter de los malvados, o el internet profundo.

En relación a convertir en espectáculo la información, ¿qué opina del caso Rocíito?

Confieso que no lo he seguido nada, pero todo lo que sea hacer espectáculo del drama me parece nocivo. Nocivo para la sociedad, y nocivo también para los protagonistas, aunque ellos mismos participen alegremente en el asunto.