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Admirable encuentro con Dudamel y su orquesta encontrada

Dudamel dirige la «Orquesta del Encuentro» en el Auditorio Alfredo Kraus. | | ELVIRA URQUIJO/EFE

Largas ovaciones del público en pie, dieron rúbrica al concierto inaugural del trigésimo séptimo FIMC. Auditorio a tope en las localidades permitidas. Y nuevo encuentro con el gran Gustavo Dudamel, esta vez al frente de la “Orquesta del Encuentro”: feliz nominación de un colectivo con más de medio centenar de jóvenes cuerdas de doce nacionalidades (España, Portugal y las Américas del Sur y del Norte) que no son conjunto estable y estrenaron en Canarias (además de reclutar instrumentistas isleños) su relación con el maestro venezolano, estrella internacional siempre generosa con la juventud, por convicción y por lealtad a su propio modelo. Una relación, por cierto, iniciada hace poco más de una semana. Antes, ni se conocían. Estas maravillosas ideas nacen necesariamente del carisma de los auténticos elegidos.

Abrió programa nada menos que “La noche transfigurada” op.4 de Schönberg, compleja, difícil, atormentada y jubilosa. Nacida como sexteto de cuerdas, fue ampliada a la totalidad de los arcos de una gran orquesta (incluidos los ocho contrabajos) y es, sin duda, una de las mejor acabadas en vísperas de la técnica serial. Conviven en ella la consonancia y la disonancia, el desarrollo temático, los motivos melódicos y la complejidad de un extremado contrapunto. Wagner y Richard Strauss conducen la mano de Schönberg en la ruta ético-literaria y la transición de la idea a la forma. Intensa, apasionada y bellísima en la lectura de Dudamel, sobrio en el gesto y preciso sin teatralidad, despertó el asombro del público por la extraordinaria respuesta de la orquesta y su compromiso con una compleja escritura del más puro decadentismo postromántico. Programática por definición, no describe en abstracto el proceso de la desesperación al optimismo, como dijo el maestro en unas muy afectuosas palabras, sino, siguiendo el poema de Dehmel en que se inspiró Schönberg, es el diálogo de un amante con una muchacha que lleva en su seno al hijo de otro. En la época de su composición (1899) se abre paso en el arte una moral no burguesa, basada en un Eros capaz de desterrar todas las convenciones. La angustia, los reproches y la condena moral hacen crisis en un momento grandioso de la pieza, y giran después hacia la superioridad del amor.

Formidable partitura en sus luces y sombras, admirablemente interpretada por los jóvenes artistas. No es fácil imaginar una versión más viva y sincera.

Las pequeñas pegas llegaron con la “Serenata para cuerdas” op. 48 de Tchaikovski. A pesar de su escritura convencional de romanticismo tardío, exige un virtuosismo objetivo desde el pomposo primer allegro hasta el abigarrado Finale, pasando por un amable Vals y una bien cuidada Elegía. Siempre brillante y mundana, los intérpretes tocaron muy bien en general, pero con pasajes confusos que, en honor a la maestría acreditada, pueden ser achacados al cansancio.

No hubo bises. Dudamel dedicó ese tiempo a saludar y felicitar uno a uno a todos los intérpretes. Lo merecían sin duda alguna, y él, admirable siempre, la satisfacción de una sala completamente entregada.

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