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Libros

George Gissing, un pionero de la emancipación femenina

‘Mujeres singulares' es una novela de finales del XIX que bien vale de manual feminista en el XXI

George Gissing, un pionero de la emancipación femenina

Es Mujeres singulares una novela que habla de feminismo cuando el movimiento —sin que incluso su propio nombre estuviera consolidado— apenas llevaba un siglo de andadura y lo singular era que hubiera mujeres conscientes de ser igual de capaces (o más) que los hombres para llevar las riendas de su propia vida y desempeñar cualquier profesión que les garantizase independencia económica.

The Odd Women (1893), el título original, fue traducido inicialmente como Mujeres sin pareja o Mujeres solas, aunque Alba Editorial ha afinado más en su reciente edición con el término «singulares». Porque las mujeres de las que habla George Gissing (Wakefield, Inglaterra, 1857-San Juan de Luz, Francia, 1903) son para su época singulares —«extrañas» si se recurre al traductor del Google—, porque aspiran a ser independientes, tener sus propios ingresos y desempeñar la profesión que les gusta y no la impuesta por condicionantes de clase social, procedencia y, mucho menos, de sexo. Además, se lo piensan bastante a la hora de comprometerse con un hombre y dar el paso del matrimonio. Esto podría, si no se aborda con suficiente sensatez y cabeza fría, restarles independencia, reflexionan ellas.

El mérito de las mujeres de Gissing y, por tanto, del escritor es haberlas retratado en el ocaso de la pacata Inglaterra victoriana. Sus personajes, tanto femeninos como masculinos, son además fácilmente identificables hoy día y el argumentario que utilizan unos y otros está completamente vigente, al igual que las cuestiones que aborda: no solo la emancipación de la mujer, sino también la violencia doméstica, un tema tabú hasta no hace mucho. No es extraño, por tanto, que Gissing haya pasado a la historia como precursor del ideario feminista —por su afán reformista se ganó el apodo del Zola inglés— y haya estado en la lista de favoritos de su compatriota Virginia Woolf, quien alabó su capacidad para hacer pensar a los personajes y remover conciencias.

«La mujer debe dedicarse al hogar, Mónica. Desgraciadamente, hay muchas chicas que tienen que salir a ganarse la vida, pero eso no es natural, no es más que una necesidad que la civilización avanzada terminará por abolir», dice el señor Widdowson a su joven esposa, quien se echa en sus brazos como mal menor para huir de la pobreza, consciente de caer en un «deshonor al que innumerables mujeres se sometían, glorificado por las normas sociales, reforzado por temibles castigos».

Frente a ambos personajes, a los que Gissing pone frente al espejo y obliga a asumir las consecuencias de sus actos, están las «singulares» Mary Barfoot y Rhoda Nunn, dos mujeres solteras, independientes, dedicadas en su academia del implacable Londres victoriano a ayudar a las que apuntan maneras a labrarse un futuro y convencerlas de que están llamadas a algo más que a cuidar de ese hogar del que habla Widdowson inspirado por las ideas del sociólogo y artista John Ruskin.

«Me siento feliz de poder enseñar a chicas a forjarse una carrera que mis oponentes consideran impropia de mujeres», clama la señorita Barfoot, que anima a buscar una profesión más allá de las «femeninas» de enfermera o institutriz, al tiempo que advierte de que ello les reportará críticas que hasta no hace mucho han estado vigentes: «Os dirán que al entrar en el mundo comercial no solo traicionáis a vuestro sexo, sino que causáis un perjuicio terrible a los hombres que luchan terriblemente por ganarse el pan (...) y por mantener a sus esposas».

Tiene además Mujeres singulares una trama que atrapa y que recuerda mucho a la de las novelas de Jane Austen, Elizabeth Gaskell, las Brönte o Frances Hodgson Burnett. Pero esta historia está escrita por un hombre y en su final se nota la diferencia. Y es que la valiente decisión de Rhoda Nunn solo podría salir de una pluma masculina en el siglo XIX.

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