Resulta incomprensible que una autora de la talla de Caroline Blackwood no sea más conocida. Tuvo su momento de gloria cuando publicó la novela que nos ocupa, La anciana señora Webster (Alba Editorial), en el año 1977. Con ella quedó finalista del prestigioso premio Booker y empezó a ser considerada en serio una escritora. De hecho, perfectamente podría haber ganado el galardón. Al parecer, lo impidió el miembro del jurado Philip Larkin, quien opinaba que un relato tan autobiográfico no podía calificarse como ficción. Ironías de la vida, hoy la autoficción es uno de los géneros más profusos y aplaudidos. Sin embargo, la fama de la autora no ha llegado hasta nuestros días de la manera en que sí lo ha hecho la de Irish Murdoch o Edna O’Brien. Una injusticia que trata de reparar Alba Editorial recuperando a la vez tres de sus obras: La anciana señora Webster, La hijastra y Últimas noticias de la duquesa.

Caroline Blackwood no escondió que La anciana señora Webster «era demasido verídica», como apunta Honor Moore en el prólogo. Lo extraño hubiese sido que, teniendo la vida que tuvo, la autora no hubiese echado mano de sus propias experiencias personales para escribir sus libros. Porque... ¡qué vida! De esas que dan sentido a la frase «cuando la realidad supera a la ficción». Blackwood nació en Londres en 1931, en el seno de la alta aristocracia angloirlandesa, de cuya decadencia sería testigo. Su padre, Basil Blackwood, fue marqués y su madre, Maureen Guinness, heredera de la famosa casa de cervezas Guinness. Él falleció en combate durante la Segunda Guerra Mundial cuando Caroline tenía trece años. Ella, una mujer temperamental y compleja, se desentendió casi por completo de sus hijos. Tras una infancia llena de infortunios, la joven Caroline Blackwood se lanza a una vida bohemia, llena de excesos y de relaciones intensas. Su belleza causa estragos, convirtiéndose en «una musa peligrosa», tal y como la bautizó su biógrafa, Nancy Schoenberger. Se casó con el pintor Lucien Freud, con el compositor Israel Citkowitz y con el poeta Robert Lowell, quien la animaría a cambiar el periodismo por la literatura. La muerte de una de sus hijas por sobredosis la acabó de sumir en un alcoholismo que ya arrastraba desde hacía años. Falleció en Nueva York con 64 años a causa de un cáncer.

Una nouvelle gótica y afilada

La anciana señora Webster abarca cuatro generaciones de una misma familia. Está narrada por una joven y perspicaz observadora, alter ego de la propia Caroline Blackwood. Como ella, el personaje también perdió a su padre, muerto en la guerra de Birmania. La novela arranca con la narradora yendo a pasar una temporada con su bisabuela Webster, una escocesa recluida en una mansión tétrica y gélida en compañía de una criada tuerta y jorobada llamada Richards. Austera, intransigente, seria, solitaria, ejemplo vivo de la rectitud más rancia, Webster únicamente abandonaba su rígida silla victoriana para dar un pequeño paseo en un Rolls-Royce de alquiler con chófer. Su odio al mundo en general, también alcanza al otro personaje de la novela: su propia hija. La abuela Dunmartin -como la de Blackwood- sufría una enfermedad mental e intentó matar a su nieto durante su bautizo. Dunmartin Hall, la mansión familiar se cae a pedazos, convirtiéndose en otro escenario de estilo gótico muy cercano a la propia autora: Clandeboye, donde creció Caroline, era pura decadencia.

El mejor personaje, sin embargo, probablemente sea la tía Lavinia. En el extremo opuesto de la bisabuela, Lavinia es una mujer frívola y hedonista, «toda una play-girl al estilo de los años veinte», famosa por sus piernas y por haber estado brevemente casada con tres millonarios. La sorpresa llega cuando llama a su sobrina para contarle que está recluida en un psiquiátrico tras haber intentado suicidarse. Su malogrado plan lo vive como una farsa y no como una tragedia: «Parecía que veía la muerte de modo muy semejante a como veía la vida: un juego emocionante pero sin importancia».