La Provincia - Diario de Las Palmas

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Gabriel Rodó Sellés, «sit tibi terra levis»

Me pide Marja Kamppari que avise a las personas que lo querían de este lado.

Cumplo con su petición y escribo estas líneas.

Sucede a veces que, al evocar a alguien querido en la memoria, brota junto a los objetos que le rodeaban mientras compartimos nuestro tiempo con ellos. Así, los buenos retratistas suelen tener el don de elegir con tino el objeto que ha de acompañar al retratado. El idioma ruso ha fijado en su gramática de esta observación, de manera que para decir que alguien tiene algo, se dice que al lado de él o de ella hay o había algo.

Pues bien: cerca de Gabriel Rodó Sellés había siempre cuadros, grabados y herramientas. Había, claro está, un violoncello. Siempre había algún libro sobre la guerra civil, porque la guerra y él compartían aniversario. Varias veces al día había una taza de café negro. Al lado de Gabriel había una mujer finlandesa que hablaba un correcto catalán. Y al lado de ella, un caballero catalán y que se hacía entender perfectamente en finlandés. Al lado de Gabriel y Anita siempre había amigos. Yo era uno de ellos. También fui su secretaria ocasional, pero esa es otra historia.

Si pienso en Gabi me aparecen claras dos imágenes.

La primera imagen es de 2013, en el Rectorado de la Universidad de Las Palmas, donde acababa de firmar la donación de sus cuadros y grabados. Se le notaba triste porque sabía que se iría quizás para siempre de su ciudad de adopción. Las Palmas para él era una cierta luz en la que había sido joven, en la que se había enamorado, en la que había sido feliz. Y al mismo tiempo, me imagino, aunque no me lo dijo, se sentía tranquilo de que su obra se quedara en buenas manos. Le hubiera gustado que en ese que (quizás lo presentiera) sería su último viaje, le acompañaran los serenos paisajes finlandeses que habían posado para él. Era difícil decidirse a ponerse por última vez en camino. No podía mirar atrás.

Sabía que él y su mujer, Anita Kamppari (a ella le gustaba añadir: «de Rodó») se marchaban con algunas de las cosas que les eran necesarias y queridas, dejando atrás muchas más. Durante décadas habían vivido como aves migratorias entre su casita de Ciudad Jardín y un bajo del viejo Helsinki, el número 5 de Pietarinkatu, la calle de Pedro. Allí ella, mirando hacia la ciudad de Pedro, vivía enamorada del ruso. El invierno aquí, el verano allá, y desde cada una de sus residencias oficiales volaban sin parar llamadas, postales y cartas para que los afectos de un lado y de otro, y del mundo entero, estuvieran enterados de sus andanzas. La Navidad siempre llegaba acompañada de un ángel grabado por Gabriel, casi siempre con una estrella y a veces con cara burlona.

La segunda imagen es del otoño de 2019. Su ángel finlandés, Marja Kamppari, había organizado la mudanza del viejo piso de Pietarinkatu a uno más pequeño, más seco y más soleado. En aquel pisito ya no estaba Anita, pero sí algunas de las cosas que habían presenciado tantas décadas de vida juntos.

Ahora que se ha puesto de moda ser minimalista, dejar en nuestras abarrotadas existencias solo lo esencial, una no puede dejar de preguntarse qué cosas, de todas las queridas, elegiría para esa última estancia. Gabriel, que nunca despertó de ser niño, había elegido un tren de cartón. Ese orgulloso tren le había acompañado en aquella infancia de niño triste y enfermo que crecía a duras penas en medio de una guerra. Con él se habría entretenido en aquellas largas horas de escuchar el mundo a través del cristal. Una infancia sin calle, entre el balcón y la galería.

Me escribe Marja Kamppari desde aquel verano del norte para decirme que el corazón de Gabriel ha dejado de latir. Me pide que avise a las personas que lo querían de este lado. Cumplo con su petición y escribo estas líneas.

Querido Gabriel, descansa en paz. Que la tierra te sea leve.

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