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Arte

Gabriel Ortuño y David Pantaleón: cruce de talentos

El arte de Gabriel Ortuño y la sensibilidad visual del cineasta David Pantaleón confluyen en una formidable experiencia creativa

El artista grancanario Gabriel Ortuño, de espaldas, en un fotograma de ‘Mundo líquido, mundo sólido’, de David Pantaleón. | | LP / DLP

Hay momentos en la vida de quienes nos hemos ocupado durante mucho tiempo al ejercicio de la crítica de cine y/o de la de arte en que descubrimos la asombrosa semejanza de criterios existente entre autores de disciplinas artísticas absolutamente opuestas.

El cineasta independiente David Pantaleón. | | LP / DLP

El ejemplo que intentamos reflejar en este artículo es, sin duda, uno de los más paradigmáticos con los que me he encontrado en mis más de 50 años de ejercicio del periodismo cultural, pues se trata de dos artistas pertenecientes a distintas generaciones y a ámbitos tan aparentemente disímiles como el arte plástico y el cinematográfico, pero que una eventual colaboración los ha situado recientemente en planos paralelos.

Fotograma de la obra ‘Dúplex’. | | LP / DLP

Este hecho, descubierto tras el éxito reciente que ambos han cosechado en una actividad conjunta a la que nos referiremos, no responde solo a una simple casualidad sino a las múltiples conexiones internas que aproximan, de una u otra manera, a las diferentes manifestaciones artísticas siempre que estas se realicen con el necesario rigor y sensibilidad.

Fotograma de la obra ‘Allegados’. | | LP / DLP

En el arte, como en tantos otros terrenos de la vida, el silencio y la soledad son dos estadios que nos permiten explorar a fondo aquellos aspectos de la realidad que las miradas convencionales nunca consiguen percibir porque, sencillamente, su ángulo de mira se halla seriamente restringido por su incapacidad manifiesta para alcanzar ámbitos de la estética mucho más complejos y sugestivos que los que ofrece una observación epidérmica del mundo o, dicho con otras palabras: una observación mimética, rutinaria y predecible de ese mundo en el que otros, en cambio, ahondan con resultados en no pocos casos absolutamente estimulantes.

Fotograma de la obra ‘El observador’. | | LP / DLP

Los artistas que se hallan instalados cómodamente en las zonas de confort -que son legión en nuestros días- solo alcanzan a visibilizar el lado más superficial de la realidad, el que menos nos concierne a quienes buscamos siempre la esencia de las cosas y de los sucesos que nos rodean e intentamos descifrar las incógnitas que nos proporciona diariamente nuestra existencia y, sobre todo, el papel que representamos en ella. Qué duda cabe que para alcanzar semejante perspectiva hay que tener voluntad de búsqueda y un riguroso sentido de la investigación, virtudes que adornan sobradamente la figura de las dos personalidades que hoy despiertan el interés de este comentarista y que han demostrado, de nuevo, su propósito de no desviarse un solo metro de la ruta que ambos se trazaron desde el inicio de sus respectivas trayectorias profesionales.

Por eso, creadores de la sutileza expresiva de Gabriel Ortuño (Las Palmas de Gran Canaria, 1961), poseedor de una de las trayectorias artísticas más originales del panorama insular de las dos últimas décadas, y David Pantaleón (Valleseco, Gran Canaria, 1978), uno de los mejores representantes de la última hornada de cineastas isleños, y ganador, a la sazón, de numerosos galardones en diversas citas cinematográficas nacionales e internacionales, han conseguido converger gracias a la exposición que, bajo el título Mundo líquido, mundo sólido, Ortuño inauguró hace unas semanas en La Lonja del Pescado de la ciudad de Alicante, espacio de referencia en la vida cultural de aquella ciudad, que permanecerá abierta hasta el próximo 19 de septiembre.

La muestra, integrada por 25 piezas de gran formato donde, una vez más, se pone de relieve la capacidad de este prestigioso pintor para sumergirnos en un universo estético sembrado de grandes interrogantes acerca de los retos que nos imponen las sociedades actuales ante sus continuos cambios de paradigma y compartiendo, además, discurso y pronóstico con el venerable sociólogo polaco Zygmunt Bauman en sus siempre pertinentes teorías acerca de lo sólido y de lo líquido en las sociedades contemporáneas, ha servido de punto de partida para la producción de un cortometraje de 20 minutos de duración, en el que Pantaleón afronta un reto inédito en su carrera como cineasta: plasmar el espíritu de una obra plástica de primer nivel, que especula abiertamente con conceptos difícilmente traducibles al lenguaje del cine si no se dispone de una sensibilidad visual tan manifiesta como la de este acreditado cineasta.

Y ahí fundamentalmente radica el mérito de esta sorprendente adaptación: en la fidelidad con la que Pantaleón traslada a la pantalla la potencia expresiva de la obra de Ortuño y el diálogo consiguiente que se establece entre ambos medios, respetando siempre la serenidad espiritual y el recogimiento cuasi monacal que emana de cada uno de los cuadros que conforman esta magnífica exposición.

El vídeo, dotado de una bien calculada sobriedad formal, tal y como viene siendo habitual en la densa filmografía de este joven director, tiene un único e impenitente objetivo: reinterpretar, desde la autoridad propia de la imagen cinematográfica, el sugestivo mundo poético de un artista bajo cuyo inimitable estilo se desprenden infinidad de sugerencias que el refinado olfato de Pantaleón capta primorosamente con su cámara en un intento por establecer un diálogo entre dos medios de expresión artística que confluyen en una misma idea: la exploración mediante la imagen -en movimiento, en el caso del realizador- de un mundo volátil donde los valores trasmutan a una velocidad vertiginosa y donde la fe ciega en las viejas convicciones se desvanece como el agua entre las manos para dar paso a una nueva moral, perfectamente retratada en esos escenarios distópicos que Ortuño construye meticulosamente en sus lienzos y que la cámara del cineasta refuerza mediante una suerte de composición formal que permite una interpretación nueva de ese universo, a ratos místico, a ratos surrealista, que nos propone este pintor en su última muestra.

No se trata, pues, de una simple filmación de un suceso cultural de incuestionable importancia para ser emitido en los informativos de las televisiones locales sino, por el contrario, de un sesudo trabajo de reinterpretación creativa, que no solo reivindica la enorme calidad del objeto filmado, sino que queda plenamente patente el propio esfuerzo desplegado por Pantaleón para que los cuadros y los manejos profesionales de Ortuño en sus dos atiborrados estudios del barrio de Pedro Hidalgo y de Quintanilla se conviertan asimismo en material para su propia inspiración como director.

Tanto, que hay momentos en la película en los que la poética de ambos creadores parece fundirse en una unidad indivisible, en un perfecto tándem, mientras ajustan cuentas con dos medios de expresión mucho más cercanos de lo que muchos podrían creer.

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