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Lorde tira el móvil al mar

La cantante neozelandesa ensalza los poderes de la madre naturaleza

en su purificador nuevo álbum, ‘Solar Power’, donde imprime un giro formal de tacto intimista y dominado por las guitarras acústicas

La cantante neozelandesa Lorde. La Provincia

Será la pandemia, o la angustia medioambiental, o acaso un cambio de fondo en la psique juvenil colectiva, el tiempo lo dirá, pero son días extraños para el «canon pop» y, en particular, en su ala femenina: Taylor Swift se abraza a la guitarra acústica, Lana del Rey profundiza en su catálogo de intimidades y Billie Eilish radicaliza un poco más su minimalismo. Y ahora es Lorde, la adorable valquiria electrónica de Melodrama (2017), la que baja el tono, arrincona los beats electrónicos y se entrega a los efectos benéficos de la madre naturaleza en Solar power.

Se trata de su tercer álbum y representa un giro formal con su predominio de las armonías y arpegios de guitarra (acústica, sobre todo), sus tempos hospitalarios o recogidos, y esos textos en los que parece liberarse del estrés, el materialismo y la presión de las expectativas ajenas.

En la canción de apertura, The path, la neozelandesa rehúsa el papel de «salvadora», se establece en su «isla azotada por el viento» y advierte de que no cogerá llamadas «ni de la discográfica ni de la radio». Acto seguido, en Solar power, acompañada de las voces de dos talentos de su misma generación, Clairo y Phoebe Bridgers, hace saber que ha tirado el móvil al mar y nos habla de «una nueva forma de brillo» que pueda regir nuestras vidas.

Tema de dinámica in crescendo, en el fondo heredera de un Green light (con menos épica), demasiado parecida a Loaded, de Primal Scream (un influjo «orgánico», ha justificado ella, con el visto bueno del grupo), todo ello para mayor gloria de ese «poder solar» que te hará «parpadear tres veces cuando lo sientas».

Contra el postureo ‘new age’

El álbum impone sus leyes a partir de la tercera pieza, California, donde manda el guitarreo folkie con vistas, también ella, al imaginario hippie de Laurel Canyon, camino de la mística de puesta de sol de Stoned at a nail salon y de los pliegues ensoñadores de Fallen fruit.

Ahí está una Lorde de verso confidente y preciosismo instrumental, dejándonos oír el roce de los dedos en el mástil de la guitarra y cómo se funde con capas de armonías vocales y minúsculos aditivos electrónicos: el bucle balsámico de The man with an axe (con sus pensamientos en voz alta: «creía que era un genio, pero ahora tengo 22 años»), el destello pop con deriva spoken word, voz de la conciencia encarnada por la sueca Robyn, de Secrets from a girl (who’s seen it all), y el estribillo sordo de Big star (aunque dedicarle una canción a tu perro muerto cruza algunas líneas rojas). De ahí a la engañosa amabilidad floral de Mood ring, donde se mofa del postureo new age de clase alta profesado por los hijos de la era de Acuario.

Solar power, coproducido con el omnipresente Jack Antonoff, el amigo de Taylor y de Lana (y también de St. Vincent), puede decepcionar a primera escucha si se espera una obra tan arrolladora como el disco Melodrama, con su aparato electrónico y sus hits impepinables. Pero es una obra que crece poco a poco, hasta el mirador último y familiar de Oceanic feeling, enredándote con su sensualidad y capturándote con un discreto poder telúrico.

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