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Joaquín Reyes Humorista y novelista

«Se puede hacer humor de todo, pero no con cualquier enfoque»

Joaquín Reyes. | |

Joaquín Reyes (Albacete, 1974) se estrena como novelista con Subidón (Blackie Books), un libro desternillante y trágico como las novelas rusas que han alimentado la vocación lectora de su autor en el que se relata una semana en la vida de un cómico que con la llegada del éxito pierde los papeles.

¿Qué son esos inquietantes ojos de la portada, que además están troquelados y se mueven?

El protagonista, Emilio, es un hombre confundido por las cosas que le pasan, que ha perdido la perspectiva, y estos ojos un poco locos reflejan su confusión.

De un humorista que publica una novela se espera que haya hecho una novela cómica, y esta sin duda lo es, pero es también muchas más cosas. ¿Le ha condicionado esa expectativa?

Bueno, es que para mí el humor no es un fin en sí mismo, sino un medio, el lenguaje que yo utilizo para explicar una serie de cosas. Esta novela no pretende ser una novela de humor, sino una novela en la que el humor, que es mi medio natural, está al servicio de una historia que sentía necesidad de contar. De hecho, ha habido un trabajo de rebajarle el tono humorístico al libro, de eliminar chistes para no perder de vista lo que quería narrar.

En la contraportada se habla de Dostoyevski y usted mismo ha citado a Gógol como referente. ¿Qué tiene en común Subidón con la novela decimonónica rusa?

Desde luego, no la extensión [Subidón tiene 159 páginas]. Pero sí me interesaba adaptar ese tipo de novelas en las que a un personaje que no acaba de enterarse muy bien de nada le van pasando una serie de cosas. El lector no va a relacionar Subidón con Almas muertas de Gógol, pero ha sido una influencia importante, con ese protagonista que se cree más listo de lo que en realidad es y que va viajando y le van pasando peripecias. Claro que eso está mezclado con otras cosas, como Jardiel Poncela o Gómez de la Serna… Al final todo se filtra.

El protagonista es un cómico manchego que hace monólogos. No se me ocurre de dónde puede haber sacado la inspiración.

Emilio Escribano no soy yo, pero elegirlo como protagonista me permite escribir sobre cosas que conozco bien. Claro que escribir sobre lo que conoces lo deben de hacer todos los escritores, salvo, quizá, los de ciencia ficción. Aunque no sé, porque hay muchas novelas de ciencia ficción sobre averías [ríe]…

A Emilio la fama lo convierte en un tipo bastante lamentable. ¿Cómo gestionó usted el asunto?

Yo también me he sentido un poco confundido cuando he llegado a un cierto nivel de éxito o de popularidad. A ver, que tampoco somos Lionel Messi, pero sí es verdad que uno puede caer en la tontería con bastante facilidad, aunque yo tengo una fama bastante llevadera. Lo peligroso no es el éxito en sí, sino lo que uno hace con el éxito. Emilio pierde los papeles y entra en un bucle de culpa y justificación y yo sí me identifico con eso porque en algunos momentos me he podido sentir así también. Luego adquieres perspectiva y ves que las cosas no son para tanto.

Emilio confunde a menudo hacer reír con ser querido. ¿Es ese un mal que se puede extender a la especie de los cómicos?

El cómico en general suele ser muy apreciado. Yo me siento así. Otra cosa es conseguir que te tomen en serio o que se entienda que no tienes que estar todo el tiempo en modo gracioso. La forma en que en el libro los fans de Emilio se relacionan con él sí está sacada de mi experiencia. Y ahí te encuentras de todo. Como esa gente que siente la necesidad de ser borde contigo, que supongo que lo hacen para bajarte los humos, así que casi hay que agradecérselo.

«Los humoristas deben envejecer con su público. Es muy difícil atraer a gente más joven»

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¿Viven los humoristas con miedo permanente a quedar desfasados y a ser superados por nuevas formas de hacer humor?

Sí, totalmente. Ese es un miedo que te acompaña siempre. Yo he llegado a la conclusión de que los humoristas deben envejecer con su público. Por lo general el humor funciona a partir de códigos compartidos y es muy difícil atraer a un público más joven a partir de ahí. Conseguir saltar una generación ya es un gran éxito. Y ojo, que algunos lo han conseguido hacer, como Faemino y Cansado, pero es algo muy raro. Son pocos los cómicos que tienen una carrera larga. Nosotros ya estamos durando mucho.

Existe ahora también un cuestionamiento no solo de las formas sino también de los temas sobre los que se hace humor.

Yo es que ese discurso de «ya no se puede hacer humor de nada» pues no lo acabo de ver. Hoy hay más humor que nunca: en la televisión, en el cine, en las redes sociales, y la gente lo consume y lo pide. El humor nos une, quizá más que ninguna otra cosa. Y el humor, cuando se comparte, es lo mejor que hay. Otra cosa es que no tienen por qué hacernos gracia las mismas cosas que hace 20 años. El mundo ha cambiado, la sociedad ha cambiado, y no me parece mal que el cómico tenga que replantearse cosas que hace un tiempo no se planteaba. Creo que eso dice algo bueno de nosotros como sociedad. Se puede hacer humor de todo, la cuestión es el enfoque. Yo hay chistes que ya no hago, cosas que hacía en el pasado y que ahora no las haría. Está bien que cada uno se responsabilice de las bromas que hace y de los chistes que cuenta.

En el libro incluye una serie de neologismos y expresiones idiosincráticas con su correspondiente explicación...

En realidad, he intentado no meter muchos modismos de La Mancha, porque eso ya está muy estudiado, y sí poner, en cambio, neologismos, expresiones inventadas que utilizamos entre amigos y que a mí me hacen mucha gracia.

Me fascina la definición de trofollata. «Cuando en un restaurante italiano se pide comida de más deliberadamente».

Lo de la trofollata viene de trofollo, que es una expresión que utilizaba Raúl Cimas y que quiere decir gordo, básicamente. Y Ernesto Sevilla, que es muy tragón, la sacó algún día que fuimos a un restaurante italiano: «¿Qué? ¿Hacemos una trofollata?». Y ahí se quedó.

Tiene sentido. Hasta suena como una palabra italiana.

Sí, eso lo hace más gracioso. Es que ese día estábamos en La Tagliatella y, claro, en La Tagliatella lo suyo es hacer una trofollata.

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