La Provincia - Diario de Las Palmas

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Clásico, pero no conservador

La banda encabezada por Adam Granduciel se crece en su quinto álbum de estudio con su épica serena y su rock a la americana

Adam Granduciel (a la izquierda) y la banda The War on Drugs.. |

Todavía es posible apelar a la épica en el rock sin caer en la parodia, y construir canciones ambiciosas, pero no pedantes: como las de Adam Granduciel, el tipo que maneja los hijos en The War on Drugs, una banda que trabaja para apoderarse del oyente con sus reflexiones existenciales maridadas con músicas de gran angular, narrativa de guitarras esbeltas en roce un tanto perverso con los sintetizadores. Ahí encontró su sitio este grupo de Filadelfia, que, en su quinto álbum, I don’t live here anymore, nos habla de cambios, maduraciones y renacimientos.

Envuelve a The War on Drugs una reputación de combo adulto y serio, con un pie bien asentado en el tradicionalismo narrativo del rock de autor (dejes vocales dylanianos, emotividad king size a lo The Waterboys o Springsteen), cortocircuitado con un gusto por el frugal arreglo electrónico. Erigido Granduciel en patrón incontestable (en sus inicios compartía liderazgo con Kurt Vile), tocó hueso con Lost in the dream (2014), disco en cuya estela se situó el también valioso Deeper understanding (2017). Altos precedentes ante los que Granduciel vuelve a crecerse como autor en un álbum en el que dice echar la mirada atrás tan solo para despedirse del paisaje.

Envuelve a The War on Drugs una reputación de combo adulto y serio, con un pie bien puesto en el tradicionalismo

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De eso va la canción más abrumadora del repertorio, la propia I don’t live here anymore, donde coquetea con la melancolía («Íbamos a ver a Bob Dylan / bailábamos Desolation row/ pero ya no vivo ahí / y no tengo donde ir») y presiente la necesidad de «una oportunidad para renacer». Tema de trayecto inusitado: arranca con notas de sintetizador parejas al Bette Davis eyes de Kim Carnes y te va metiendo en un bucle in crescendo, espoleado por los coros femeninos en el tramo final, a cuenta de un estribillo que se te lleva por delante invitándote a caminar «a través de la oscuridad», con la complicidad del grupo neoyorquino Lucius.

Granduciel aspira a canciones panorámicas que sacudan al oyente con pulso ilustrado, propósito consumado desde que Living proof abre el camino a cámara lenta y en dolida primera persona. Desarrolla a partir de ahí esa sonoridad tan suya, la de un heartland rock atemperado que asimila en el diván los reflejos de Kraftwerk: ahí están exponentes tan consistentes como Harmonia’s dream, I don’t wanna wait o Victim. Temas que avanzan entre la turbulencia y que, pese a las audacias, no dejan de sonar clásicos y que transmiten cierto perfeccionismo.

Granduciel observa a las plumas nobles del ramo, y solo hay que ver esa nota en la que precisa que el bajo de Old skin fue un día del señor Walter Becker, el fallecido colíder de Steely Dan. Altos referentes para un grupo que sigue haciendo del rock un vehículo despierto y receptivo a innovaciones y a acentos exclusivos.

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