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Jorge Oramas, ¿quién da más?

En 2003 pudo verse en el Reina Sofía y el CAAM la muestra comisariada por Juan Manuel Bonet

José Jorge Oramas, ‘Bodegón’, ‘circa’ 1930. |

En 2003 pudo verse, primero en el Centro de Arte Reina Sofía y después en el CAAM, la exposición José Jorge Oramas. Metafísico Solar, comisariada por Juan Manuel Bonet, quien, además, escribió el texto principal de su catálogo que se completa con otros de diferentes autorías como Fernando Gómez Aguilera, Enrique Andrés Ruíz, Josefa Alicia Jiménez Doreste o Nilo Palenzuela, entre otros. En los siguientes párrafos entresaco algunas palabras, frases, ideas... que han supuesto una especie de interruptores en esta metalectura personal que lleva a temas más o menos deshilvanados pero, creo, los tenía ahí, en espera.

En el tono y timbre del texto de Bonet se respira lo habitual en la literatura sobre el pintor grancanario: una sensación lastimera por su pronta muerte, por su orfandad, por su pobreza. Luis Palmero, en su texto Jorge Oramas: un encuentro entre pintores, en este mismo catálogo, lo define como «el pintor olvidado». No lo creo.

Murió hace 86 años y, como es sabido, su producción fue breve. Según la historiadora del arte Josefa Alicia Jiménez Doreste, autora de las dos primeras monografías sobre Oramas, son 66 los lienzos localizados del artista, aunque otras fuentes apuntan a algún puñado más. Desde su fallecimiento, su trabajo ha estado presente en exposiciones y referido en ensayos, enciclopedias, catálogos, artículos y otro tipo de libros y textos. Los ejemplos son tan numerosos que no procede nombrarlos todos en una contribución de esta naturaleza. Solo algunos. Las individuales postmorten: en 1937, exposición de Oramas en el Teatro Pérez Galdós; en 1956, la Escuela Lujan Pérez organizó una exposición con 59 cuadros de Oramas; en 1973, antológica en la Casa de Colón y, en 1987, Caja Canarias y el Centro de Arte La Regenta organizaron, también, una antológica del pintor comisariada por el poeta Lázaro Santana. Algunos más: en 2011, en la Fundación Cristino de Vera, se celebró la exposición Oramas, sembrador de luz, conmemorativa del centenario de su nacimiento; en 2016, el escritor Alexis Ravelo y el músico Carlos Oramas, crearon piezas inspiradas en el cuadro El Toril y que presentaron en el CAAM. Citaría, además, la colectiva Irradiaciones de Oramas, comisariada por Orlando Franco en el CICCA, en 2008. Su nombre se ha incluido en otros muchos eventos relacionados con la Escuela Luján Pérez, donde nunca se ha dejado de recordar a su ilustre alumno. Por nombrar algunos acontecimientos más recientes: el año pasado Santiago Gil fue galardonado con el Premio Internacional de Novela Benito Pérez Galdós por Mediodía eterno en el que novela, valga la redundancia, la vida de Oramas. Hace nada se exhibió en el CAAM En dialogo con José Martín, muestra en la que aparece alguno de sus trabajos.

En 2018, Andrés Sánchez Robayna declaraba en una entrevista con este periódico, a propósito de la aparición de su libro Jorge Oramas o el tiempo suspendido: «En la historia de las artes plásticas en España hay personalidades todavía poco estudiadas, cuya importancia se acepta generalmente por parte de especialistas y críticos, pero que por circunstancias diversas, resultan aún escasamente conocidas por el gran público, uno de estos casos es Jorge Oramas». Si por «gran público» Robayna se refiere a los paseantes de cualquier calle, doy por seguro que este no sabe quienes son, por ejemplo, Luis Gordillo o Isidoro Valcárcel Medina, quienes llevan décadas trabajando y han sido galardonados con lo más grande. Esas «circunstancias diversas» a las que alude Robayna son lo que, en realidad, me preocupa porque son resultado de un desinterés generalizado por cierto tipo de cultura y al que no le encuentro visos de recuperación. Quizás ya pasó su tiempo.

Falleció de tuberculosis pulmonar, en el Hospital de San Martín, muy joven aún el infeliz Jorge Oramas, alumno de la Escuela Luján Pérez, que hubiera llegado a ser un buen pintor, de no haberse truncado tan pronto su vida. A pesar de su temprana muerte, ha dejado una producción de unas cincuenta o sesenta obritas, la mayor parte paisajes de nuestra isla, encantadores por su ingenuidad y sorprendentes por su colorido. R.I.P.

El artista Luis Palmero lo define en el catálogo de la exposición como «el pintor olvidado». No lo creo

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Al párrafo anterior le falta un pequeñísimo pero esencial detalle, unas comillas al inicio y al final, puesto que se trata de una cita literal de las palabras pronunciadas por Domingo Doreste el 13 de septiembre de 1935, un día después de la muerte de Oramas. Está tomada de la tesis doctoral de María del Carmen García Martín Las ideas estéticas de Domingo Doreste (1868-1940), en su página 211. Quizás es una apreciación personal, pero en el tono de las palabras de Doreste hacia la figura de Jorge Oramas se intuye algo así como «qué pena lo de este chico que apuntaba maneras».

Es curioso que, como recuerda Juan Manuel Bonet en su texto para el catálogo de Metafísico solar, el mismo Domingo Doreste definió a Oramas, en 1937, como «el Bécquer de la pintura» en el contexto de la mencionada retrospectiva póstuma que se organizó en el Teatro Pérez Galdós en 1937. Comprobamos así que, en solo dos años, Oramas subió varios peldaños en la consideración de Doreste. Supongo que se debe a que al poco de su fallecimiento ya se había iniciado la leyenda, palabra que aparece en el primer párrafo del texto de Bonet y que, sin discutir la calidad de su obra, es lo que, opino, rodea a la figura de Oramas. Dicho en plata: hemos inventado una trayectoria de Oramas que nunca fue. Hemos alabado la grandeza de su obra que, suponemos, habría sido más grande sin su precoz defunción. Estamos, en definitiva, ante un caso de flagrante inferencia: podrían haber ocurrido mil contingencias que lo alejaran de esta ilusión nuestra.

Oramas no llegó, por poco, a formar parte del llamado Club de los 27, ese integrado por artistas que fallecieron a los 27 años —entre otros, pertenecen a tan desdichado grupo, pintores como Basquiat, Schiele y Macke así como un buen número de músicos y otro tipo de artistas de diferentes épocas—, edad que parece no tener explicación científica ni estadística pero sí, de nuevo, alimenta una leyenda. En muchos textos sobre Oramas, incluido el de Bonet, se destaca la enfermedad como causa de su muerte así como una vida marcada por la pobreza y la orfandad en un intento, parece, de no meterlo en el mismo saco que a los miembros de ese club maldito de muertos, muchos de ellos, víctimas de sus excesos. El texto del filósofo Vicente Marrero Semblanza y arte de Jorge Oramas (publicado en 1956 en la revista Punta Europa) constituye un ejemplo claro: «Siempre que se hable de Jorge Oramas, no hay más remedido que empezar hablando de su muerte» —y continúa— «pero no se crea que Oramas fue una víctima de sí mismo, de la orgía que tienta a los falsos artistas, del desenfreno de las ideas o de su ambición personal».

Volvamos al texto de Bonet, quien retrasa cuatro páginas la esperada frase «Pero vayamos a la pintura de Oramas». A partir de ese momento, el comisario escribe renglones en los que intercala datos biográficos del artista con citas de la literatura producida por diversos autores en torno a su figura, cosa natural al escribir un texto aunque, por un lado, resulta algo tedioso colocar en el cuerpo de trabajo la editorial, la página citada,… y, por otro, al caso de Agustín Espinosa, al que tengo en alta estima como literato, opino que se le dedica un desproporcionado espacio hablando de su trabajo alejándose del tema central. Quién sabe, quizás lo merezca. En palabras de José Miguel Pérez Corrales «Media hora jugando a los dados es –y creo que lo será hasta el fin de los tiempos– la conferencia más extraordinaria que se ha dado nunca en Canarias». Que no se ofenda nadie ante este otro caso de exceso encomiástico.

Al entrar, por fin, a tratar el trabajo del pintor, Bonet declara que «Oramas no está, cuando trabaja la figura, a la altura de sus paisajes, como tampoco lo está en sus tres trabajosos bodegones, probablemente tentativas escolares». Si a las decenas de lienzos del pintor descontamos estos trabajos de figura y los bodegones, ¿qué nos queda? Por ello, me choca un poco el calificativo de oramasiana al tratar la trayectoria del artista ya que, aún siendo un término correcto, porque se trata de la vida y obra de Oramas, hace pensar en fenómenos de mayor envergadura en cantidad y dimensiones espaciales y/o temporales.

En definitiva, sin dejar de agradecer las aportaciones de Juan Manuel Bonet en su texto para Jorge Oramas. Metafísico Solar, sobre todo acerca de lo escrito sobre Oramas, opino que necesitamos nuevos enfoques y aproximaciones a la obra del pintor. Ese es el reto. Acabo con las palabras con las que Cristina Maya finaliza su original e interesante texto Oramas: miradas oblicuas (en el catálogo de la exposición Cita a ciegas con la Escuela Luján Pérez, de 2020): «Me pregunto: ¿cuándo dejaron los riscos de producir extrañeza? No lo sé. ¿Y las plataformas petrolíferas? Tampoco lo sé».

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