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Entrevista

Philip Hoare, Durero, la ballena, la mortalidad y mucho más

El escritor británico vuelve a tejer cautivadoras conexiones entre el mar, la naturaleza, el arte y la historia en 'Alberto y la ballena', un nuevo e inclasificable ensayo literario plagado de experiencias, sensaciones y recuerdos vitales

Philip Hoare, en la playa de la Mar Bella de Barcelona, este octubre.

Cuando el británico Philip Hoare (Southampton, 1958), ataviado con su habitual camiseta de rayas rojinegras, a juego con los calcetines, visibles bajo sus bermudas, llega a la entrevista a media mañana lleva ya tres chapuzones a la espalda en las aguas de la playa de la Mar Bella de Barcelona. La primera vez, aún de noche. "Con la Luna y las estrellas, y luego mientras salía el sol. Es maravilloso e increíble que ocurra todos los días ¡El agua estaba fantástica! En Inglaterra está mucho más fría. Da igual a qué parte del mundo vayas, siempre hay una comunidad de gente que, como yo, adora el mar. El mar forma parte de ti". Y de sus sorprendentes, cautivadores e inclasificables ensayos, como el superventas 'Leviatán o la ballena' (2009), ‘El mar interior’, ‘El alma del mar’ y, ahora, de ‘Alberto y la ballena. Durero y cómo el arte imagina nuestro mundo’ (Ático de los Libros). 

De nuevo con su particular estilo, conectando y enlazando experiencias, notas de viaje, recuerdos y sensaciones con historia natural, del arte, ciencia y cultura, y reflexionando sobre la extinción, Hoare se acerca a Durero (1471-1528), el genial y moderno artista del Renacimiento alemán, para volver a nadar, literalmente junto a la ballena, como explica en un momento del libro. En él, describe una escena en el Índico: zambullido y rodeado de 150 cachalotes mientras son atacados por un grupo de orcas (entre las muchas imágenes que incluye el libro no faltan dos fotos del episodio). La cosa no acabó en drama, pero confiesa el singular escritor que sí se ha sentido en peligro en el mar. "Fue en Brighton, nadando en la costa sur de Inglaterra. Sentí que perdía el control, que el mar se me llevaba y no podría volver a la orilla. Se veía un letrero de una tienda de ‘fish and chips' y pensé en lo irónico que sería morir ahí. Soy consciente de mi mortalidad cuando entro en el mar, por eso lo hago. Me gusta que me recuerden mi mortalidad, aunque no soy estúpido ni me pongo en situaciones de peligro pero el mar es un elemento peligroso. Para mí nadar es mi arte, no es un deporte, tiene algo de meditación". 

El grabado de un rinoceronte de Durero, de 1515.

La muerte de la madre

Escuchándole se comprenden algunas de las páginas más sinceras que el lector encontrará en ‘Alberto y la ballena’, donde Hoare conecta el relato que hace Durero de la muerte de su madre en una inscripción en uno de sus autorretratos, con el de la suya, recordando cómo tuvo que pedir en el hospital que la desconectaran de la máquina. "Sentí una gran pena. Aún hoy no sé si hice lo correcto. Seguro que Durero sintió algo similar. Mi madre estuvo una semana inconsciente en el hospital y despertó para morir. Murió en mis brazos. Sentí entonces que se liberaba de un peso. Tras su muerte me fui al mar y nadé. Era un día de octubre soleado, con un cielo muy bonito, y me sentí liberado. Siempre había pensado qué sentiría al morir mi madre y cuando pasó sentí esa liberación. Me enseñó cómo es morir y me hizo consciente de que nos va a pasar a todos, me recordó que todos pasaremos por ello. Al experimentarlo reí y fui feliz".  

Melancolía I.

En el libro, Hoare es capaz de trazar lazos entre los cetáceos y Durero no solo con el imprescindible Herman Melville y su ‘Moby Dick’, sino también con Goethe, la poeta Marianne Moore, el Nobel Thomas Mann y sus hijos, Shakespeare, Lutero, el monje medieval Albertus Magnus (el primero que documentó ballenas) y hasta David Bowie, por citar solo algunos ilustres. 

La liebre de Durero, de 1502.

La ballena y la malaria

La conexión de Durero y el cetáceo se remonta a 1521, cuando el pintor abandonó su Núremberg natal para alejarse de la peste. Se dirigió hacia el mar, a los Países Bajos. Había muerto su mecenas, el emperador Maximiliano I, y sabía que allí viajaría su sucesor, Carlos, del que quizá podría obtener nuevos favores reales. Había oído que en la costa de Zelanda había los restos de una ballena y quiso verla para pintarla, como haría con sus naturalistas grabados y dibujos de un rinoceronte acorazado, una liebre o una morsa, alejados de las imágenes terroríficas que poblaban la Edad Media. Pero el barco en que viajaba estuvo a punto de naufragar y él cerca de morir. Al llegar, la tormenta había devuelto el cuerpo del cetáceo al mar. Fue allí donde probablemente contrajo malaria. Su salud nunca se recuperó, muriendo siete años después, a los 56.

"Ya en el 1500, con sus obras también nos habla de la extinción por el efecto que tiene el ser humano sobre la naturaleza"

Philip Hoare

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Durero sufrió pesadillas con la peste, los cometas y el diluvio -grandes trombas de agua que caían del cielo, lluvia roja como la sangre-. "Sí, tenía sueños y visiones. Y le preocupaba el futuro: la plaga, las inundaciones... cosas que también nos preocupan hoy, con tantas cosas apocalípticas. Y, a través del rinoceronte, la morsa, la liebre... también nos habla de la extinción por el efecto que tiene el ser humano sobre la naturaleza. En el año 1500, en el Antropoceno, es cuando el ser humano empezó a dejar su huella sobre la naturaleza y Durero ya era entonces consciente de nuestra acción depredadora. Pero también creía que el arte podía salvarnos y en sus obras se imagina el futuro de ese arte, aunque no sabe cómo será. Y plasma esas visiones donde entrelaza arte y ciencia. Observa la naturaleza, los animales y las plantas, y la representa. Y en sus obras detiene el tiempo y hace que nos enfrentemos a lo que los seres humanos le hacemos a la naturaleza, la estamos matando. La hierba de hace 500 años nos hace pensar en el clima de entonces y en el cambio climático de hoy. La liebre, en lo que le ha ocurrido a este animal. Los hace inmortales, hace que nos sobrevivan, pero la ironía es que muchos de los que dibujó no nos sobrevivirán porque se están extinguiendo, como el rinoceronte y la foca".  

'El caballero, la muerte y el diablo', de Durero.

Durero, que diseñó su propia tipografía, planeó ciudades, diseñó joyas, compuso música y escribió poesía, creó obras famosas como ‘Melancolía’, ‘Adán y Eva’ o ‘El Caballero, la Muerte y el Diablo’ y tuvo mucho de visionario. "Fue el primera artista que utiliza el grabado, sabedor de que serán imágenes poderosas que le sobrevivirían porque seguirían imprimiéndose tras su muerte y de que así su arte podría viajar por todo el mundo. Sus xilografías se vendieron por miles y fueron una revolución que cambió la concepción del arte en Occidente".

Autorretrato de Durero, de 1500.

En la mente dejan huella también sus autorretratos. Uno de ellos, de 1500, que muestra sus dedos contracturados, conecta directamente con Hoare, quien enseña sus propias manos, operadas, como deja constancia en el libro, de la enfermedad de Dupuytren. "Durero también la sufría. Sus manos son un componente esencial que te dicen ‘no soy un artesano ni un trabajador sino un artista. Con las manos hago arte, soy Dios’. Las manos están al servicio de su imaginación". 

'Alberto y la ballena'

Philip Hoare  

 Ático de los Libros

 357 pág. 21,50 €


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