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Recreación de raíz americana

El excantante de Led Zeppelin y la artista country entregan una notable continuación del alabado ‘Raising sand’ tras 14 años de espera

Robert Plant y Alison Krauss, en una imagen promocional. | | LUDVIG ANDERRSON

Podemos entender que Robert Plant dijera que nanay, en 2007, a dedicar un año de su vida a girar con Led Zeppelin tras el visto y no visto del O2 Arena: después de casi tres décadas de carrera en solitario nunca del todo consolidada (el punto más bajo fue verlo teloneando a Lenny Kravitz en 1993), el cantante disfrutaba entonces, por fin, del aplauso consensuado a un álbum pos-Zeppelin, Raising sand, que facturó en tándem con la cantante-violonista neo-country Alison Krauss. Era previsible un segundo capítulo de la alianza, pero para que viera la luz han tenido que pasar 14 años. Y bien, Raise the roof retoma las cosas allá donde la pareja las dejó, en la reinterpretación, sobria pero con inventiva, de un cancionero de propiedades seminales, de ascendiente Americana, con terminales que van hacia Nashville y Nueva Orleans. Movimiento natural para Krauss, crecida en el bluegrass, y lleno de significado para Plant, que en su juventud abrevó, cómo no, en los pioneros del blues. También en el folk británico, que se cuela aquí (novedad respecto a Raising sand) en un par de citas: Go your way, tema de la oscura trovadora Anne Briggs, e If don’t bother me, de Bert Jansch, el que fuera miembro de Pentangle. Ambas piezas lucen ahora más corpulentas y viscosas, con aparato eléctrico y sintonía transatlántica. Al igual que el primer volumen, este presenta un cancionero ajeno con la excepción de High and lonesome, entente de Plant y T Bone Burnett (productor de ambos álbumes) de tiros largos, con ciertas cenefas exóticas de regusto zeppeliniano.

Retoma la cosas allá donde la pareja la dejó, en la reinterpretación, sobria, pero con inventiva

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Pero, de nuevo, Plant toma distancias con su antigua banda y lo que representó. Si en otros discos de su edad adulta todavía se le escapaban aullidos de la vieja escuela, aquí consolida un canto expresivo pero templado desde la primera canción, la contemporánea y paciente Quattro (world drifts in), de Calexico, que entre insinuaciones fronterizas nos dice que lo que importa es «the run but not the race» (algo así como «el recorrido, no la competición»).

A ello se consagran ambos adentrándose en The price of love, tema de The Everly Brothers deconstruido entre la niebla con vistas a los Apalaches, y en el terreno pantanoso suministrado por Allen Toussaint y en Can’t let go, tema de Randy Weeks que un día hizo suyo Lucinda Williams. Sabia alternancia de voces y lucimiento de Krauss en las baladas country con las firmas de Merle Haggard y Hank Williams. Tejidos instrumentales de alta cuna: guitarras reverberadas, banjos y dobros manejados por Marc Ribot, David Hidalgo o Bill Frisell, asentando el álbum en un lugar con raíces profundas y cierta resonancia mística. Con todo ello, Plant y Krauss logran construir una obra con entidad que lleva a otro estadio los materiales nobles de la era anterior al rock.

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