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Traducir el silencio

Reyes Mate plantea en ‘Pensar en español’ cómo superar la marginalidad de la filosofía

Reyes Mate. La Provincia

¿Por qué el pensamiento en español ocupa una posición marginal en la historia de la filosofía? Reyes Mate responde en Pensar en español (CSIC, 2021) con lucidez que descolocará a tirios y troyanos. Digamos de entrada que rastrea dos tipos de razones: externas e internas. Las primeras remiten a la entronización del pensamiento norteuropeo, sobre todo el alemán. La superioridad del idioma de Lutero no es una ocurrencia de Heidegger, sino un lugar común de larga tradición. El sistema de Hegel, donde se creyó que la filosofía llegaba con majestuosidad de águila a su culmen, había certificado el ADN germánico y protestante de la razón. Sumemos el mito de que el capitalismo, también euro-protestante, conduce a la más alta civilización, y tendremos el cuadro completo. Vale que los latinos atesoren una literatura fantástica, pero llevar razón, lo que se dice razón, implica elevarse sobre las sensibles culturas exóticas y posarse en la cúspide, allá arriba en el Norte.

La causas internas provienen de asumir el dictamen, pero sacando pecho. Así Unamuno juzga meritorio que nuestra filosofía esté en las grandes obras de la literatura española. Difícil negar en Cervantes o Juan de la Cruz virtualidades que podrían renovar la filosofía. Pero la explicación no basta para comprender lo que ha sucedido o, más bien, lo que no ha sucedido a la filosofía en español. En realidad, la carencia obedece a la historia. El trauma que da la pauta es la expulsión de los judíos en 1492. Lo desveló Américo Castro, un exiliado, y Reyes Mate ha extraído las consecuencias filosóficas de ese descubrimiento.

Demos un momento la voz a alguien que probablemente no leyó a Castro, pero llegó por su cuenta a conclusiones similares. Tras su experiencia en las Brigadas Internacionales, el protagonista de la novela El testamento de un poeta judío asesinado de Elie Wiesel concluye: «Si los españoles se mataron entre ellos, si pasaron por las armas a su propio país, es porque en 1492, habían quemado y expulsado a los judíos. Parece idiota, pero yo lo creo: su crueldad hacia nosotros se volvió contra ellos. Se empieza por odiar y perseguir al otro; se acaba por odiarse y aniquilarse a sí mismo. Las hogueras de la Inquisición llevaron a la explosión y destrucción de España en la era franquista». La Inquisición española fue un caso aparte, pues no persiguió herejías, sino la impureza de sangre. Esa persecución volvió sinónimos español y cristiano. Por supuesto, se trataba de un cristianismo aguado en señas de identidad, pues más que principios teológicos, para el Tribunal del Santo Oficio contaba si el acusado comía cerdo. Quien se entregaba a cavilar, leer y escribir atraía sobre sí la sospecha de ser judeoconverso, como sucedió a tantos erasmistas y a aquel lector consecuente, Alonso Quijano. El resultado fue un daño profundo infligido a la libertad de pensar. Y eso ha modelado las mentalidades hasta el punto de que, incluso después de abolida, la Inquisición perduró en las cabezas, ya que «el torquemada, el malsín […] se habían infiltrado insidiosamente en la mente de todos», según escribió Juan Goytisolo. Aunque suene extraño, también el anticlericalismo ibérico es una manifestación de esa insidia en la conciencia, del furor religioso en el odio a la Iglesia, como explicó José Jiménez Lozano en Meditación española sobre la libertad religiosa (de 1966, pero reeditado oportunamente en 2021 por Ediciones Encuentro).

Este es el diagnóstico, pero no el destino. Para un nuevo itinerario posible, Reyes Mate ofrece un programa filosófico en cuatro tesis. La primera invita a superar el vicio de desvivirse por las novedades y desmerecer a los de casa, haberse atiborrado de Byung-Chul Han, por ejemplo, pero no haber leído una línea de Joaquín Xirau o Luis Villoro. Es ciertamente la otra cara de la moneda: encastillarse en filosofías nacionales y poner medallas al del barrio.

La segunda consiste en hacerse cargo de que el español ha sido una lengua imperial, es decir, su universalidad se sostiene sobre la aniquilación del árabe y las lenguas autóctonas americanas. Hay que tomar en cuenta que la condena de otros idiomas hunde sus raíces en la relación que mantenemos con el nuestro. En ese sentido Jacques Derrida describe dos formas de hablar una lengua: como propietario y como huésped. Si la primera predispone a la prohibición de otras lenguas, la segunda las acoge. A fin de cuentas, la lengua «propia», como el nombre «propio», son en realidad lo menos nuestro que hay. Ahora bien, ¿cómo restaurar la dignidad de lenguas acalladas por los españoles? ¿Hablando en nombre de las víctimas? ¿En qué lengua? ¿En la de los vencedores? No, sino traduciendo el silencio a una nueva forma de pensar, actuar y construir la historia. La escucha de la realidad silenciada es condición necesaria para no repetir la violencia inscrita en las palabras.

El tercer principio anima a practicar una filosofía que prime la interpelación sobre la deliberación. Se dice rápido, pero detrás hay un largo esfuerzo crítico que Reyes Mate expuso en Tratado de la injusticia (Anthropos, 2011), un libro fundamental para la filosofía política. En él desmontaba el idealismo de las éticas de Rawls y Habermas. El pluralismo de valores, característico de la modernidad, ha limitado la justicia a unos mínimos organizativos que garanticen el carácter aceptable de la forma en que tomamos decisiones. La palabra mágica aquí es «consenso», concebir la verdad como fruto de un acuerdo. El meollo reside en que el procedimentalismo hace abstracción de la historia de violencia que ha conformado el orden vigente. Trasladado a la vocación de pensar en español, esto significa no olvidar, en el análisis del presente, el acontecimiento que Leopoldo Zea y Enrique Dussel llamaron «el encubrimiento del otro», también conocido como «Conquista de América».

Y cuarta tesis: la prioridad de la realidad frente a la idea, reivindicación no ajena a las «culturas del Sur», de donde procede el «rebelde» de Albert Camus. La desconfianza frente al poder sagrado de las «grandes ideas» se refleja, por ejemplo, en la diferencia que describe el mismo Camus entre nacionalismo y amor al lugar de la infancia. Aquel legitima la expulsión del forastero. Este conlleva haber sido acogido y, por tanto, entender la cultura como hospitalidad. Al fin y al cabo, ¿no es la vocación última de un cultura ayudarnos a ir más allá de ella, conocer los lenguajes de otros mundos?

El tercer capítulo revisa la preocupación de los filósofos latinoamericanos contemporáneos por la consistencia y originalidad de su tradición. Primero intentaron articular desde sus coordenadas el perspectivismo de Ortega; después asumieron la crítica posmoderna a los grandes relatos eurocéntricos para reivindicar la diferencia cultural de la periferia. Su vocación ante todo política acabó tomando cuerpo en una filosofía de la liberación. Con todo, no cortaron el cordón umbilical del viejo continente, como muestra el itinerario de Dussel en relación con Marx, Benjamin y Levinas. El énfasis en la originalidad de la tradición latinoamericana viene probablemente de un forcejeo con el peso de la inferiorización cultural sufrida. Por eso Arturo Andrés Roig consideraba un requisito para filosofar desde Latinoamérica percibirse a sí mismo como valioso. Pero puede ser que, a la larga, esta preocupación se haya escorado demasiado a obtener el pedigrí que concede el club filosófico universal. Frente a esto afirma Reyes Mate que «no se trata de hacer un sitio al pensamiento iberoamericano, sino de articular desde la experiencia iberoamericana un pensar filosófico no ya posmoderno o posoccidental, sino sencillamente filosófico. Se trata de pensar libremente teniendo en cuenta los condicionantes de la lengua y la historia» (p. 78). Pensar pasa entonces por escuchar el acontecimiento y dejarse transformar por los silencios que pesan en la lengua.

Ahora bien, pensar en español no será posible sin el diálogo en el seno de una comunidad filosófica. Según Luis Villoro, esta comunidad, todavía por venir, tendría la misión de «crear en su propia lengua un nuevo género de discurso; elevar el español a una forma de lenguaje capaz de responder, sin perder su riqueza expresiva, a las demandas de un análisis conceptual preciso». De ahí que en el capítulo conclusivo Reyes Mate haga balance de dos proyectos que han querido contribuir a formar esa comunidad por llegar: la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, publicada entre 1987 y 2017, y el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado en 1985.

El libro incluye como colofón una conferencia del autor, La memoria, tribunal de la historia, impartida precisamente en el V Congreso Iberoamericano de Filosofía, celebrado en México en 2019. Se trata de una síntesis esclarecedora de algunos motivos centrales de su pensamiento, desplegado en libros como La razón de los vencidos (1991), Memoria de Occidente (1996), Medianoche en la historia (2006) o El tiempo, tribunal de la historia (2018). El deber de memoria como nuevo imperativo categórico después de Auschwitz es puesto aquí en relación con la vocación del pensar en español, a la postre una filosofía sin más, que no podrá prescindir de la palabra y la capacidad de escucha de Reyes Mate.

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