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Neil Young: Bastión generacional con ‘Barn’

El cantautor se reafirma como uno de los supervivientes de su quinta con un álbum en el que se decanta por los ‘tempos’ pausados sin renunciar a los arrebatos de furia

09/12/2021 Cultura Neil Young disc gran demà La Provincia

Mientras sus colegas de generación van espaciando los lanzamientos, retirándose o, directamente, apeándose de este mundo, Neil Young sigue ejerciendo de alto bastión generacional, alimentando con cada nuevo álbum una idea de fiabilidad. Ahí, Barn, como su anterior entrega, Colorado (2019), da lo que secularmente esperamos de él: un vivaz encuentro de esencias campestres y rugosidad eléctrica, ahora sutilmente decantado hacia el medio tiempo y el recogimiento, equilibrando la furia y la celebración con puntos de fuga melancólicos.

Young repite alianza con Crazy Horse, seguramente la compañía de su vida, si bien la guitarra de Frank Poncho Sampedro quedó atrás y sigue en su puesto Nils Lofgren, liberado (entendemos que temporalmente) de la E Street Band. Este no es solo un guitarrista más técnico y sutil, sino que, como ya se vio en el pasado (Tonight’s the night, 1975), puede aportar sustanciosos matices con el piano o con ese acordeón que asoma en la envolvente pieza de apertura, Song of the season. Cautivado por la madre tierra, Neil Young observa ahí el lago a través de la ventana y alcanza la (discutible) conclusión de que «la naturaleza no comete errores».

Barn, álbum grabado en las Montañas Rocosas, alude desde su mismo título (granero) a la América rural, un escenario que nos habla de pureza y nos aleja de toda noción de cinismo. Ahí está asentado Young, con sus declaraciones de amor a corazón abierto: Tumblin’ thru the years, apuntalada en el piano, o las simpáticas Shape of you y Don’t forget love. ¿Young inofensivo? Young enamorado de su mujer (Daryl Hannah), sin miedo a sonar incluso un poco cursi y negándose a claudicar («ahora soy más viejo / pero sigo soñando»).

Y siguiendo ese hilo, aplicando su concepto de nobleza de espíritu a temáticas más globales: la airada Human race, que hereda el tacto granulado proto-grunge y donde se pregunta «¿quién va a decirles / a los niños del destino / que no tratamos de salvar el mundo para ellos?». La pista ecológica está ahí en el honky tonk humeante de Change ain’t never gonna, que clama por los valientes que tratan de «salvar el planeta» (de nuevo ese verbo) «de la multitud que quema combustibles».

El Neil Young de Barn encuentra en el cruce temperado de la dulzura y el vigor un carril para expresarse con credibilidad a los 76, sin forzar su personaje. Y aunque en ciertos momentos resulte algo simplón (el cántico a favor de la era pos-Trump llamado Canerican), sigue habiendo algo mágico e intangible en sus mejores momentos, como en ese Welcome back ensoñador, un poco barbitúrico. Recordamos ahí que Neil Young ha sido siempre uno de los creadores más dotados para construir una canción de ocho minutos y medio en la que, de lejos, puede parecer que no pasa nada.

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