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La gran pareja del cine francés

Simone Signoret e Yves Montand: arte y compromiso en tiempos perturbadores

Se conmemora este año el centenario de dos de las estrellas más respetadas de la historia grande del cine francés

La mítica Simone Signoret en una de sus interpretaciones cinematográficas.

Simone Signoret e Yves Montand constituyen el paradigma más elocuente de una carrera artística presidida por el rigor y la autoexigencia

Visto con la perspectiva del tiempo era realmente inevitable que el destino los uniera para siempre. Simone Signoret, de apellido Kaminker, que cambió por el de su madre, nacida en Wiesbaden (Suroeste de Alemania), de padre judío, que hubo de huir de su país natal escapando de la persecución de los nazis, mientras ella se instalaba junto a su madre en el sur de Francia.

Yves Montand vio la luz en Monsumano (en la Toscana) de nombre Ivo Livi, que cambió por el que se le reconocería el resto de sus días, recalando en Marsella, ciudad donde se instaló a los dos años debido a que sus padres intentaban huir del avance imparable del fascismo.

El destino de sus padres influyó claramente en sus respectivos acercamientos a las tesis de la izquierda en la Francia ocupada militando en el PCF (Partido Comunista Francés) con el que simpatizaron inmediatamente e incluso llegaron a militar durante años. El PCF era la formación dominante en todo el arco de la izquierda durante la postguerra. Su participación en manifestaciones, protestas y escritos les convirtió en toda una referencia política y social. No obstante, el idilio de la pareja con el partido de Thorez y Marchais se fracturó definitivamente en 1968 a consecuencia de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia.

En 1951 contraen matrimonio, unión que se mantuvo firme hasta el fin de sus días. Treinta y cuatro años más tarde, a los 64, fallece Simone Signoret (Auteil), tras una larga enfermedad. Pese a esta triste circunstancia el público pudo ser testigo de su deterioro físico, pues, su heroísmo escénico no permitió que le impidiera trabajar en el oficio que amó siempre durante toda su vida. Por su parte, Yves Montand muere de una ataque de corazón cinco años después, en 1990, a los 70 años, justo tras finalizar el rodaje de Netchaiev está de vuelta, de Jacques Deray (Netchaïev est de retour, 1990), basada en la novela homónima del escritor, guionista y exministro español de cultura Jorge Semprún. Por derecho propio, Montand integró esa gran saga de galanes sobrios y excepcionalmente eficaces que le habían aportado un sello muy particular al cine francés (Jean Gabin, Gerard Philippe, Jean Marais, Jean Servais, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Maurice Ronet, Jean Louis Tirintignant , Sammy Frei…) desde la década de los años treinta.

Su llegada a Paris fue fruto de un fuerte impulso al ganar un concurso de canto y actuaciones en varios teatros de Marsella. Una vez instalado en la capital gala mantuvo contacto con la gran Edith Piaf, que le apoyó de forma contundente en los inicios de su largo recorrido musical. Pronto empezó a destacar entre los que rodeaban al Ruiseñor de París. Una canción lo lanzó rápidamente a la popularidad: Las hojas muertas, que afianzó su carrera en solitario alcanzando un lugar de honor en los escenarios musicales del país. En su época mantuvo una dura competencia con otros cantantes tan excepcionales como George Brassens, Jacques Brel, Serge Reggiani, que estaban muy alejados de su estilo, mucho más cercano al music hall americano (aunque con frecuencia desplegó en su repertorio la inclusión de Les chants des partisants, el himno de la resistencia). Siempre alternó su carrera cinematográfica con la musical y con un férreo compromiso con sus ideas políticas. No conviene olvidar que los inicios de esta trayectoria fueron particularmente duros pues el país vivía ya en aquel entonces bajo el dominio del Tercer Reich.

Desde el traslado de su madre a Francia Signoret residió en Neully, muy cerca de París. Estudia arte dramático y estrena algunas obras que le dieron a conocer por sus notorias dotes interpretativas. El teatro fue su otra pasión, que siempre compaginó con su actividad en la pantalla. En el cine comienza como extra y figurante y más tarde en papeles secundarios en varias películas que se estrenaban normalmente durante la ocupación alemana. Su lanzamiento definitivo en la industria cinematográfica fue con Dedée de Amberes, de Ives Allegret (Dedée D´Anvers,1947). Su rubia belleza, que no ocultaba su origen germánico, con una voz grave y profunda junto a una presencia física plena de fuerza dramática llamó la atención de destacados realizadores franceses que contaron con ella como actriz principal durante la década de los años cincuenta. Fue el caso de La ronda, de Max Ophuls (La ronde, 1950); París bajos fondos, de Jacques Becker (Casque d´or, 1952); Teresa Raquin , de Marcel Carné (Thérèse Raquin, 1953).

Montand rueda su primera película, Estrella sin luces, de Marcel Blisténe (Étoile sans lumière, 1945). En su segundo trabajo, ya de protagonista, con Las puertas de la noche, de Marcel Carné (Les portes de la nuit,1946), una de las figuras más prestigiosos del cine francés de la postguerra, aunque muy criticado por los jóvenes cineastas de la nouvelle vague. Después de varias películas modestas rueda El salario del miedo, de Henry G. Clouzot (Le salaire de la peur, 1953) que lo lanzó definitivamente al estrellato. Se trata de la historia de cuatro hombres que tienen que llevar un cargamento de nitroglicerina por una carretera sembrada de obstáculos. Yves Montand, como protagonista, en la plenitud de su vigor físico, interpreta magistralmente un personaje codicioso, mal encarado, cínico, contradiciendo su imagen posterior por la que le conocimos. Clouzot fue también el director de Las diabólicas (Les diaboliques, 1955) una realización con mecanismos de suspense y terror de mucho impacto entre el público con un sorprendente final (anticipándose quizás a la mítica Psicosis de Hitchock). Simone Signoret personifica a la amante de la víctima que organiza su falsa muerte y que la consagró como una actriz capaz de interpretar a personajes de los perfiles más variopintos.

Yves Montand, protagonista de ‘Guerra infinita’ y ‘Estado de sitio,’ durante una entrevista

Montand, por su parte, prosigue su carrera con otros prestigiosos realizadores, como Giuseppe de Santis, Gillo Pontecorvo, Jules Dassin, antes de dar su salto a Hollywood donde protagoniza El multimillonario a las órdenes de George Cukor (Let’s Make Love, 1960) junto a Marilyn Monroe, con un celebrado romance con la mítica actriz que casi le cuesta su matrimonio; Réquiem por una mujer, de Tony Richardson (Sanctuary, 1961); No me digas adiós, de Anatole Litvak (Goodbye Again, 1961), inspirada en la novela de Francoise Sagan Aimez vous Brahms, junto a Ingrid Bergman y Mi dulce Geisha, de Jack Cardiff (My Geisha, 1961). Desencantado de su experiencia americana se retira, provisionalmente, del cine dedicándose con redoblado dedicación a su faceta de cantante.

Al igual que su marido, Simone Signoret persigue paralelamente su discurso fílmico en el extranjero, con filmes como La muerte en este jardín, de Luis Buñuel (Le mort en ce jardin, 1956) y sobre todo con Un lugar en la cumbre, de Jack Clayton (Room at the Top, 1958), película referencial del free cinema británico, gracias a la cual obtuvo el Oscar a la mejor actriz. Su intensa mirada entre dulce y amarga, rabiosamente enamorada de Laurence Harvey, coprotagonista a la sazón, marca todas las secuencias en las que interviene. Harvey, en su obsesión por el ascenso social, acaba abandonándola. El abandono de su amante y la desamparada soledad la conduce inevitablemente a la muerte. Una interpretación inolvidable y un merecido Oscar. En su sendero internacional hace escalas en otras películas, Escándalo en las aulas, de Peter Glenville (Term of Trial, 1961); El barco de los locos, de Stanley Kramer (Ship of Fools,1965); Llamada para un muerto, de Sidney Lumet (The Deadly Affair, 1967), entre otras. A semejanza de su marido también renuncia a esta etapa de su vida, consagrándose totalmente a producciones de corte nacional.

Sus filmografías se cruzaron en cinco rodajes -Signoret rodó alrededor de 60 películas y Montand sobre 50-. La primera fue Los raíles del tren, del grecofrancés Costa Gavras (Compartiment tueurs, 1965) con la que este cineasta debuta en la dirección, tras su exilio en Francia por la persecución de la que es víctima en la dictadura de los coroneles. Un buen policíaco donde Signoret es la víctima y objetivo oculto del asesino. El acto criminal se efectúa en un compartimento de tren. Yves Montand es el inspector que desentraña la complicada madeja de tan enigmático crimen; ¿Arde París?, de René Clement (Paris brûle-t-il? , 1965) con papeles episódicos; él como un sargento que participa en la entrada de las tropas de liberación en París y ella como la dueña de un pequeño café. Mr. Freedom, de William Klein (Mr. Freedom, 1968), una comedia absolutamente delirante. La confesión, también de Gavras (L’a aveu, 1970) donde se narra con singular dureza las purgas estalinistas, acompañadas de torturas en la Checolosvaquia del 52, en la que ambos interpretan la denuncia sobre la tiranía del régimen político controlado por la Unión Soviética. Esta película ya pondría de manifiesto la ruptura definitiva de la pareja con el PCF.

El actor se llegó a convertir en todo un emblema del cine polar -como se definía en Francia el cine negro- con las más diversas interpretaciones bajo la dirección de especialistas del género como Jean Pierre Melville. También destacó en la comedia junto a batutas tan acreditadas como Claude Sautet, Claude Lelouch y Jacques Demy; directores de reconocimiento internacional como Jean Luc Goddard, Vincente Minnelli, Joseph Losey contaron asimismo con su colaboración. Pero por encima de todo Montand fue el intérprete más representativo de la izquierda con las películas de Costa Gavras, Z ( Z, 1969), a través de una decidida actuación de un juez expone la estrategia del golpe de los coroneles; Estado de sitio (L'etat de siege, 1970) denuncia de la participación de la CIA en el derrocamiento de la democracia en Urugay- más adelante el propio Gavras dirigiría un relato similar con Missing sobre la caída de Allende-. Gran amigo de Semprún fue elegido por Alain Resnais para La guerra ha terminado (La guerre est finie, 1966), donde el actor personifica a un agente antifranquista, que significó para muchos un faro en la lucha contra la dictadura española. Vista hoy, sin embargo, se cae a pedazos, resulta algo vieja y desfasada.

Simone Signoret castigada por su enfermedad se retira de la profesión. Con la ayuda de su marido, que sufre día a día cómo se le escapa la vida, se pudo lanzar al ruedo de la literatura con un libro autobiográfico, La nostalgia no es lo que era, de escasos resultados comerciales, y una novela de gran éxito y muy aplaudida por la crítica titulada Adiós Volodia (Seix Barral 1985) editada meses antes de fallecer, y que evoca con gran sentido de la realidad las peripecias trágicas de refugiados nativos de países del Este europeo que en el periodo de entre guerras padecen continuas persecuciones y sufrimientos. Se trata de una novela luminosa, pese a su tema, que celebra la aparición de una narradora capaz de dominar el complejo arte de la escritura.

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