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Sorrentino viaja al centro de sí mismo

Ganadora del Gran Premio del Jurado en la pasada Mostra de Venecia y candidata italiana al Oscar ‘Fue la mano de Dios’ viaja a la Nápoles de 1984

Paolo Sorrentino, en la Mostra de Venecia, donde estrenó el filme.

Al cumplir 50 años, Paolo Sorrentino sintió que estaba listo para enfrentarse a la mayor tragedia de su vida. Había sucedido en abril de 1987. Entonces un joven de 17 años, él tenía previsto pasar el fin de semana con sus padres en la casa de campo familiar, pero en cambio ellos le dieron permiso para ir al fútbol a ver a su amado equipo, el Nápoles. Y mientras el chaval vibraba contemplando en el campo a su idolatrado Diego Armando Maradona, sus padres fallecían envenenados a causa de los vapores de monóxido de carbono emanados por un calentador defectuoso. «Siempre pensé que no podría hacer esta película hasta que el dolor causado por aquel trauma se hubiera calmado», explica Sorrentino acerca del largometraje que ayer estrenó en España, Fue la mano de Dios. «Pero lo cierto es que no lo ha hecho. Sigo traumatizado, y pensé que convertir esa experiencia en una ficción quizá me ayudaría a superar una pena que lleva 35 años conmigo», confiesa.

Evadir la realidad

Ganadora del Gran Premio del Jurado en la pasada Mostra de Venecia y candidata italiana al Oscar, Fue la mano de Dios en todo caso no se centra exclusivamente en aquel acontecimiento siniestro. En lugar de eso, viaja a la Nápoles de 1984 para contemplar la pérdida de la inocencia de un muchacho, Fabietto (Filippo Scotti), que no es sino la versión ficticia del propio Sorrentino; lo vemos lidiando con angustias típicamente adolescentes, cargando con la molesta virginidad, tratando de pasar desapercibido entre los miembros de su extensa y excéntrica familia, olvidando sus frustraciones a través de su pasión por el fútbol. Y entonces interviene la muerte, y con ella aflora una vocación. «Existe una conexión clara entre la muerte de mis padres y mi decisión de convertirme en cineasta», recuerda el director. «Porque lo único que se me ocurrió para soportar lo sucedido fue crear realidades paralelas que me permitieran evadir la realidad».

Filippo Scotti, Teresa Saponangelo y Tony Servillo, en un fotograma de ‘Fue la mano de Dios’, de Paolo Sorrentino. Gianni Fiorito

Y, pese a estar tan íntimamente ligada a su vida y su identidad artística, Fue la mano de Dios puede considerarse un desvío en la trayectoria creativa del director. Quienes conozcan títulos como Il Divo (2008) y La gran belleza –que le proporcionó su primer Oscar– ya sabrán que Sorrentino se ha especializado en crear ficciones visualmente opulentas que son sofisticadas y vulgares, frívolas y profundas y sensuales e irónicas; aunque también intensamente estilizada, la nueva película es de largo la más sencilla a niveles formal y conceptual de su carrera. «He optado por una estética algo más austera, porque me pareció que se adecuaba a las necesidades de la historia», asegura el italiano. «Cuando te ocupas demasiado en perfeccionar tu propio estilo corres el riesgo de volverte un poco superficial». Y también los niveles de intimismo y emotividad que Fue la mano de Dios exhibe la convierten en una obra excepcional en la carrera de su autor. «Probablemente no volveré a usar el cine para adentrarme en territorios tan personales», reconoce Sorrentino; según reconoce pasó llorando buena parte del proceso de escritura del guion. «En cualquier caso, es la película más importante que he hecho nunca», sostiene.

Diego, un artista visual

Si de algo se arrepiente Sorrentino acerca de Fue la mano de Dios’, eso sí, es que el propio Maradona muriera antes de poder verla. Después de todo, el astro argentino no solo le salvó la vida sin saberlo, sino que también fue clave en ayudarle a encontrar su voz como cineasta. «Cuando yo era niño mi familia nunca me llevó al cine ni a un museo, así que mi primer contacto con el arte me lo proporcionó Maradona, que era un artista visual. Eso explica que una de las razones por las que hice la película fuera dejar clara la importancia que él tuvo tanto en mi vida como en la de tantos napolitanos». Y en el proceso, Fue la mano de Dios funciona también como evocación de la más singular de las ciudades italianas, homenaje a un padre y una madre, remembranza de una forma de vida perdida y celebración del cine como escudo protector y vía de escape.

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