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Complicidades

Ensayo de una bienvenida

Ensayo de una bienvenida

Los lectores somos organismos sensibles a las circunstancias lectoras. No leemos de la misma manera un original que un libro ya editado. Por no se sabe qué, las mismas palabras ya no son las mismas. No parecen iguales los poemas publicados con elegancia y sabiduría impresoras que los poemas impresos sin gusto. Los lectores de poesía somos criaturas atmosféricas.

Digo todo esto en relación con el hecho de que el último poemario de Francisco Brines, Donde muere la muerte (Barcelona, Tusquets Editores, 2021), es un libro póstumo. Y esa condición otorga a los poemas un clima diferente, algunas características a las que como lectores no podemos sustraernos.

Aunque todos los poetas son, en cierto modo, póstumos en sus libros —porque intentan extraerle a la vida un secreto que, tal vez, si existe, solo se les revelará después de haber vivido—, los libros póstumos de los poetas tienen algo de mensaje desde el otro mundo. Se diría que han sido corregidos con un poco más de conocimiento final.

Si el conjunto de la poesía de Francisco Brines se llamaba Ensayo de una despedida, Donde muere la muerte ha dejado de ser un ensayo: es la despedida rotunda del mundo. Creo que Paco no quiso publicar en vida estos poemas (que estaban escritos desde hacía mucho), precisamente por esa razón: para que cobrara sentido el lema de su obra, para que su poesía, cristalizada años atrás, llegase a su destino. Esta es la despedida que había estado ensayando durante toda su obra.

Paradójicamente, tengo la certeza de que este poemario puede ser una forma inmejorable de dar la bienvenida a quienes lean por primera vez a Francisco Brines, un buen resumen —una «selección propia», como diría él— para adentrarse en su universo. Aquí están todas las claves de su poesía.

Nos encontramos al Brines metafísico, con su habitual sequedad conceptista, aquel que contempla el paréntesis de la existencia como un sueño excepcional entre dos nadas. Y al Brines cantor, en el recuerdo, de la intensidad del placer físico, de la belleza corporal. Y al Brines entusiasta de la naturaleza mediterránea, que escucha en su jardín de Elca el canto de los pájaros, rodeado de naranjos y cipreses. Y el Brines, enamorado de sus padres, y que pretende resucitarlos en la ceremonia del poema.

Con la misma capacidad reflexiva de siempre, pero con un punto más de desnudez. Con la misma intensidad emocional a la que nos tiene acostumbrados, pero con una brizna más de melancolía, Francisco Brines ha cerrado su obra como un maestro. El círculo se ha cerrado y él se ha despedido del mundo, para dar, ahora sí, la bienvenida a todos sus lectores.

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