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Transtopía

Con una ambición de mensaje, ‘Ancho de ánimas’ se abre

a la lectura, pero sobre todo a la acción redentora

Transtopía

Los ranchos de ánimas son una llamativa tradición de culto a los muertos, conservada en algunas zonas rurales de Canarias y cuyo origen parece remontar a los antiguos isleños, anteriores a la conquista castellana. Sobre este motivo, y a la vez como contrapunto, un siglo después de su escritura, a la Oda al Atlántico del poeta modernista canario Tomás Morales, se construye Ancho de ánimas, poemario de José Miguel Perera (Arucas, 1978), recién publicado por la editorial El Sastre de Apollinaire. Desde su primer libro, Trenístenla es venida (2003), la poesía de Perera se caracteriza por una personalísima dicción que no teme a neologismos ni innovaciones, no para llamar la atención, sino para significar con más precisión, como sabía el peruano César Vallejo.

En este último poemario, los sentimientos individuales dan paso a una solidaridad colectiva, pues el texto, en todas sus partes, ha de leerse como un diálogo, de ultratumba y ultravida, entre los extintos guanches, los emigrantes canarios (pues las llamadas Islas Afortunadas, hasta la llegada del turismo –y aún así siguen teniendo unos índices de paro y pobreza preocupantes– eran tierra de emigración) y los nuevos emigrantes africanos que llegan a la desesperada, en sus cayucos o barcazas. Y así, este ancho de ánimas convoca a los vivos y los muertos, lo que explica en parte ese lenguaje intermedio y mixto, pues frente a una previsible poesía social hecha de eslóganes y que cree que para comunicar hay que simplificar, Perera sabe que la poesía bebe de la profecía y que los grandes místicos, desde Silesius a san Juan de la Cruz, fueron poetas que quisieron tocar los dedos de lo indecible y llegaron al silencio o al balbuceo.

La compasión por los extranjeros, llegados, tras incontables “desmares”, a ese puerto de “arguineguíN” que los niega como personas (y los convierte en “expersonas”) con sus recuerdos y sueños para ser reducidos a un número que mantener, implica un acercamiento y un ponernos nosotros en la piel del emigrante, como al fin y al cabo lo fueron tantos de nuestros ancestros, y por ello, José Miguel Perera, que además de su labor poética ha llevado una notable labor de crítica filológica de autores insulares, quiere creer en una “ética inclinación de isla canaria” frente a los que dan pruebas, en su instrumentalización del sufrimiento, de “encorvamiento moral”.

El caso de este poeta, que ha vivido toda su vida en la isla de Gran Canaria, demuestra que desde el arraigo también puede llegarse a una lengua de alcance universal y de solidaridad con los desarraigados. Si la rusa Marina Tsvietáieva dijo, en célebre frase que retomaría Paul Celan, que “todos los poetas son judíos”, Perera considera que “escribir poesía es extranjerizar la lengua”, una verdad olvidada en estos tiempos en los que tanto versificador impenitente cree que cualquier efusión del yo es lírica, y olvida que la resistencia del material lingüístico, la lucha con el ángel del lenguaje, distingue a la obra que añade algo.

Lejos de academicismos esterilizadores, Perera convierte el pronombre popular canario “losotros” (o “losotroS”) en la posibilidad de un “nosotros” que incluya a los diferentes, como también habla de “los luestros”, en un pronombre que evoca una convivencia en una “transtopía” que, aunque difícil, sería criminal no tener como horizonte ético. Más allá de categorías excluyentes, de las falsas esencias, Perera nos hace pensar en las “usencias”, término enigmático que evoca usos que, aunque aún ausentes, podrían aportarnos modos de (con)vivir mejor. Con una ambición, lingüística y de mensaje, asombrosa en estos tiempos de pequeños narcisismos, Ancho de ánimas se abre a la lectura y a la interpretación inagotables, pero sobre todo a la acción redentora.

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