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Amalgama

Cyber-insectos

Juan Ezequiel Morales

Hace apenas unos días falleció Edward O. Wilson, entomólogo, biólogo, sociobiólogo y pensador. De los grandes del siglo XX y XXI. He utilizado innumerables veces su obra, la antigua y la más moderna, para justificar ontológicamente que los seres humanos son una población pastueña, seres de enjambre, seres eusociales en la terminología de Wilson, de forma que, por ejemplo, podemos afirmar que la ética no existe, en tanto comportamiento humano y originado en el individuo, sino que es la forma de sentir individualmente una pulsión mental dirigida desde arriba, a lo que llamamos dios o ius naturale, según nos plazca, pero que viene a ser la voz interna que refleja las órdenes del ser superior al que pertenecemos sociobiológicamente. Pues precisamente, una de las grietas que hay que discernir y delimitar en esta concepción del mundo dado, es la de si las cosas que ocurren dimanan del ser superior de forma material o inmaterial.

Cyber-insectos

La forma inmaterial sería la de las “funciones de estatus” en sentido del filósofo John Searle, como si habláramos del software cuando analizamos el comportamiento de los ordenadores como unidades funcionales que actúan en el mundo. La forma material la podemos adverar en el vuelo del enjambre, las bandadas de estorninos, los rebaños de ovejas, los cardúmenes de peces o… las formaciones de los aviones cazabombarderos de los humanos. Son todos los mismos efectos sociobiológicos y se localizan a simple vista.

El hecho de que se les clasifique luego como originados por la inteligencia colectiva o por la instintiva es un espejismo. Se trata de la misma inteligencia, lo que ocurre es que con distinta complejidad. Y aquí vamos a lo que queremos comentar. Con el avance de la neurofisiología animal, y la precisión del cableado electrónico que provoca la reacción estimulante de ciertos movimientos, en varias universidades se llevan a cabo investigaciones encaminadas a hacerse con la voluntad de los insectos y, por tanto, utilizar su inmensa energía y complejidad. Se trata de generar robots-insectos o cyber-insectos, aprovechando sus millones de años de evolución exitosa. Los cyber-insectos tienen una desventaja, la cual es su vida limitada, ya que están vivos y cuando dejan de estarlo dejan de moverse, pero mientras están vivitos son como plataformas previas sobre las que se colocan mandos electrónicos, y son aprovechados incluso en su capacidad energética propia, que se transfiere ingenierilmente a la necesidad de energía biológica en vuelo. Sus sistemas circulatorios hacen que se recuperen con gran rapidez tras una cirugía.

Hay programas ya desarrollados en Singapur que implantan microchips, entrelazando nervios y músculos, y que ya consiguen dirigir el vuelo de los escarabajos, hacia la derecha o la izquierda, o bien les hacen mover las patas delanteras o traseras a voluntad del conductor humano, que decide la velocidad y el sentido del caminar del escarabajo. Se puede ver espeluznantemente en youtube (por ejemplo, véase https://youtu.be/Mpou9zG5vic). Esto se ha logrado en estadios iniciales con seis electrodos conectados a los lóbulos ópticos y a los músculos de vuelo.

La fuente de energía proviene del propio cuerpo biológico del escarabajo, y se reconvierte en energía molecular. También se utilizan las cucarachas, insectos de enorme capacidad de supervivencia en medios hostiles, con la intención, por ejemplo, de introducirlas en un inmueble colapsado, equipadas de mochilas provistas de radiofrecuencia y sensores infrarrojos para detectar calor corporal. En el caso de las cucarachas se ha estudiado en la Universidad Case Western Reserve, que las enzimas que descomponen el azúcar producen electrones, y esos electrones son cosechados para obtener flujos de electricidad para sus mochilas electrónicas. El neurocientífico Gero Miesenbock, Profesor Waynflete de Fisiología y Director del Centro de Circuitos Neuronales y Comportamiento, en la Universidad de Oxford, usa ingeniería genética, química y láseres para influir en el cerebro de las moscas de la fruta, las famosas “Drosophila melanogaster”, una vez ha diseccionado las partes del cerebro de este insecto responsables de comportamientos como saltar y volar, y las preparó para que estas células cerebrales fueran sensibles a la luz, de forma que al apuntarlas con un láser provoca que salten o vuelen a voluntad del experimentador. De hecho, se considera al profesor Miesenbock fundador de la optogenética y experto en el campo de las relaciones de la luz y las células.

Los investigadores de las distintas universidades tienen la disculpa técnica del uso de estos cyber-insectos para rescatar personas atrapadas, para clonar los hallazgos de movimientos provocados externamente en personas con alzheimer o parkinson, para vigilar a mafiosos, etcétera. Siempre la misma verborrea que oculta intencionalmente el uso militar y policial para el espionaje o la bioguerra que va a darse a estos insectos híbridos, convertidos en millones de bio-drones preparados para vigilar, controlar y, si es necesario, exterminar o matar. Y aquí es donde llega, de nuevo, el ser superior y su conformación vigilante. La teoría del ser superior indica que toda esta ingeniería no depende de que los humanos que la inventan y expanden tengan esa curiosidad o manía, sino que la explosión misma de la razón es autónoma y se comporta como un fluido dirigido por ese ser superior, así como el cuerpo de un animal hace que las células que lo conforman le obedezcan, englobando una conciencia única, unificada y unificante. Y eso es lo que se está desarrollando velozmente, como se desarrolla la explosión hormonal en un adolescente, pues ya el ser superior, el humanero, con casi ocho mil millones de humanos, ha llegado a su adolescencia. Por eso huele tan mal.

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