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El desafío social y paisajístico de La Palma

La fuerza de la naturaleza, capaz de crear un nuevo paisaje, exige reflexión y excelencia para la reconstrucción de la isla

Una imagen del programa europeo Copernicus del paisaje de La Palma afectado por el volcán Cumbre Vieja. | La Provincia

Ahora que parece que el volcán se va calmando y las temperaturas de la tierra van bajando, tenemos ante nosotros un desafío, un reto, muy difícil, pero también muy interesante: cómo conjugar las necesidades sociales de los que lo han perdido todo, menos la vida, con la reconstrucción y el respeto al nuevo paisaje que el volcán nos ha dejado.

Un desafío así requiere pensar en profundidad sobre todos los aspectos: urbanismo, arquitectura, agricultura, medioambiente, accesibilidad, paisaje. Normalmente soy de esas personas que piensan que «país lento, país muerto», pero en este caso creo que no vale la pena correr, porque si se corre no se piensa, y esto que ha pasado no es lo habitual, ha sucedido algo extraordinario que ha borrado un paisaje para crear otro nuevo, y eso tan brutal, esa naturaleza que nos dominó y recordó quienes somos, requiere reflexionar muy profundamente sobre qué es lo mejor para esa zona de la Palma.

Probablemente ante un desafío así, para salir del mismo con un sobresaliente y no un simple aprobado, requeriría tener mentes expertas, que busquen la excelencia pensando en la isla. Por ejemplo, si aún viviera, una mente a la que yo pondría a darle vueltas a la problemática sería la de César Manrique. Pero César ya no está y tampoco está el político que le dejó pensar y actuar, Pepín Rodríguez.

Ese es el mayor problema, con estos mimbres que tenemos, la clase política actual (en general, salvo excepciones), no se puede esperar la excelencia, mucho tendrían que cambiar para que no fuera así, que ojalá. Es imposible una solución sobresaliente si no se incluyen en la ecuación todas las mentes parecidas a la de César Manrique y su comprensión del paisaje y a otros profesionales de diversas disciplinas dispuestos a respetar y adaptarse a esa comprensión del nuevo paisaje que nos ha dejado el volcán.

Al menos, podríamos comenzar a mirar hacia otros lugares donde han pasado por situaciones similares, ver qué han hecho y qué no. Un año después del tsunami de Fukushima (2011), no era solo Japón quien se preocupaba por cerrar las cicatrices de ese desastre natural que dejó más de 18.000 muertos, sino que desde Londres, el RIBA (Royal Institute of British Architects) organizaba un simposio Hacia una nueva reconstrucción después del tsunami 311 en el noreste de Japón donde presentaron la culminación de más de un año de trabajo de arquitectos japoneses trabajando en estrecha colaboración con las comunidades locales en las áreas más afectadas por el desastre. Se compartieron ideas y propuestas para construir un futuro seguro y sostenible.

Parte del nuevo paisaje volcánico de La Palma La Provincia

En este caso de Fukushima en el que la ola gigantesca arrasó kilómetros y kilómetros de costa y borró literalmente del mapa decenas de localidades, cientos de miles de personas tuvieron que ser reubicadas. En aquellos días, el Banco Mundial estimó el costo de la reconstrucción en unos 280.000 millones de euros.

En el caso de Sumatra, Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, Maldivas, etc., con otro tsunami (2004), también se acudió a un equipo de especialistas no solo de los países afectados sino de la FAO (expertos en pesca, producción agrícola, sistemas agrícolas y ordenación del suelo, en paisaje, en agua e infraestructuras). En el norte de Sumatra, el lugar más cercano al epicentro del sismo, la devastación fue mucho más grave e hizo falta un exhaustivo plan estratégico de reconstrucción, en el que se incluyeron programas para restablecer y mejorar los medios de subsistencia de las comunidades rurales y de pescadores, supervisar los riesgos potenciales para la salud y de contaminación, se sanearon los agroecosistemas costeros y restablecieron los mercados locales.

El restablecimiento de la agricultura será en La Palma una tarea descomunal, que no estaría mal se orientara a la innovación y no a la repetición de un modelo que ya sabíamos que tenía problemas y necesitaba de la continua subvención para subsistir.

Lo que quiero decir, es que al margen del hecho natural que hemos sufrido, que es el que es y no se puede cambiar, la recuperación de La Palma es un desafío al que tenemos dos formas de enfrentarnos: queriendo estar a la altura (mundial) de los acontecimientos que nos han llevado a ser protagonistas durante meses, o simplemente quedarnos en la mediocridad.

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