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El arte de crear escuela

El arte de crear escuela La Provincia

Es un privilegio y una fortuna haber compartido las aulas y pasillos de la Facultad de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria con un «Maestro» como Eugenio Padorno. Lo digo ahora, pero sé que más adelante estas palabras tendrán más alcance y sentiré mi suerte aun más amplia. Como los licores buenos, el magisterio de Eugenio se va decantando y apreciando a medida que el tiempo separa el grano de la paja y depura lo esencial del ruido.

Cuando Eugenio se incorporó a la Facultad ya era un escritor y un ensayista reconocido y quienes sabíamos de su calidad y su talento entendimos al instante la ganancia que su llegada suponía para la institución y el altísimo nivel con que su enseñanza conduciría a los estudiantes. Ya sea como profesor de Teoría de la Literatura y muy especialmente de la asignatura de Literatura Canaria, a la que dotó de dignidad espiritual y vuelo académico, su amor por las buenas letras, su conocimiento de la filosofía y del pensamiento de excelencia y su investigación, tan personal y meditada, de la tradición literaria insular, no tardarían en sembrar y cosechar adherencias intelectuales, admiración, afectos y sincero entusiasmo, una palabra que en sí misma es un milagro cuando resulta de un magisterio honrado, que no cede a las pulsiones más superficiales del momento, ni al deseo de agradar y entretener al auditorio. Al contrario, Eugenio se mantuvo firme en las cotas elevadas de la formación universitaria y en la cuerda floja del academicismo, indagando con la hondura y la excelencia que lo caracterizan como poeta y ensayista para repartir en el aula la palabra de Heidegger o María Zambrano y enseñar a los jóvenes cibernautas, seducidos por el pulso audiovisual de su tiempo, la preciosa relación entre la palabra y el mundo, entre la poesía y la filosofía, o entre las representaciones de lo insular y su vínculo con el territorio que habitamos.

No es la primera vez que manifiesto públicamente mi admiración por el Eugenio profesor y por un logro que en estos tiempos se me antoja milagroso, reservado a muy pocos: crear escuela, esa expresión tan universitaria que usamos para señalar a quien ha calado entre sus estudiantes al modo de los grandes pedagogos de la antigua Grecia, convirtiendo alumnos en seguidores que imitan y se suman a su visión del mundo y la propagan, la amplifican, la defienden. Hablamos de una huella intelectual y espiritual, de una impregnación que empapa con autoridad (auctoritas) la mente fértil de los jóvenes y que en nada se parece a las livianas simulaciones entre followers e influencers en que se ha convertido una parte de la enseñanza contemporánea, más preocupada en agradar que en educar. Crear escuela desde el relato exigente, desde la altura ilustrada, desde un acervo cultivado y docto es lo que prestigia y legitima la labor de Eugenio en el aula universitaria, y así lo atestiguan los discípulos y discípulas a los que alumbró su visión del mundo y en los que fundó una nueva perspectiva, incluso anticipándose muchos años de forma intuitiva a corrientes de pensamiento que, como la teoría decolonial, ocupan hoy un espacio central en los estudios culturales y humanísticos. Gaudeamus igitur de haberlo tenido en la ULPGC, donde su pensamiento sigue alimentándonos.

Alicia Llarena es escritora y catedrática de Literatura en la ULPGC

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