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Distancias

Distancias La Provincia

Como los lugares, hay personas que siempre se llevan puestas. Podría mencionar varios nombres que me conducen de inmediato a Canarias, pero el de Eugenio Padorno es mucho más. Eugenio me enseñó a ver el horizonte, a mí, que soy de isla y crecí frente al mar.

Mucho se ha hablado —él mismo lo ha hecho continuamente— sobre el proceso de creación, sobre la entrega en ese moldear la palabra de ritmo y silencio, pero antes de ponerse en faena, en el poeta ha de producirse un querer decir. Este querer decir es una voluntad. Cierto que a veces Eugenio menciona también un acatamiento, una respuesta laboriosa a una exigencia de la que no puede —o no quiere— escapar, pero esto vendrá después. Antes, es necesario haber aprendido a mirar.

La mirada, que comparte etimología con «milagro» y «maravilla», nace de un asombro. No nos referimos exclusivamente a ese asombro antropogénico —en palabras de Agamben— ni de esa conmoción que da paso al dasein —en terminología de Heidegger— y que origina el pensarse el hombre como hombre, aunque en algo, inevitablemente, sí participa, puesto que este asombro, esta maravilla de ser, nos vuelve a atrapar de tanto en tanto. Momentos propicios para que ello ocurra son el aburrimiento profundo y la experiencia estética y, para que se produzca, ambos exigen un salir de sí. En el aburrimiento profundo, hemos perdido los estímulos y todo cuanto nos rodea nos es indiferente, se suspende el estar-aquí. Igual ocurre en la experiencia de lo bello. En ella, uno sale de sí y se produce una ligera conmoción ante algo con lo que no se está entretejido: esta distancia estética es determinante. Nos hallamos entonces en el claro del bosque, abandonamos momentáneamente la foresta aunque estemos rodeados de ella. No se trata de algo espacial, ni siquiera de una insensibilidad —porque algo nos conmociona—, sino de un vaciamiento. Este vacío, que es un vacío de pensamiento, supone un explayarse, un ir más allá. Es entonces cuando el horizonte del mundo como tal mundo se hace patente y, con él, se vislumbra un más allá del horizonte. Ese más allá, en el fondo lo sabemos, es una remoción interior. Ese transcender conlleva un asombro, un vértigo, una inestabilidad, una pérdida de certezas, algo propio.

Igual ocurre en el sentir poético: Ha sido necesario este traslado (mudanza); aventura ha sido traspasar la delicada línea del abismo, interrogante. A Eugenio, como su Juanismael, le hemos oído decir que aprendió a ver Canarias desde la lejanía. Septenario, escrito en sus años parisinos, da constancia de ello, donde la distancia no es sólo espacial, sino también temporal, pues se observa a sí mismo durante la adolescencia. Esta mirada nace en ejercicios de vislumbramiento, de pensamiento sin letra, al igual que después observará su sombra interior en lo hondo y lo oscuro del mar de Las Canteras. Ese observarse desde afuera es lo que ha hecho posible que el poeta canario tome conciencia como canario. No se trata de una identidad forjada en la narración, sino de la búsqueda de lo originario que subyace en el ritmo telúrico y —en ese espejo de mente exfoliada— el mar.

Helena Tur Planells es escritora y filóloga

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