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Crítica

Herreweghe, Isserlis y la Philharmonia, desde la cima

El concierto inaugural del 38º Festival de Música de Canarias. | | Tino Armas

¡Qué nivel en el comienzo del Festival trigesimoctavo! Con el Auditorio Alfredo Kraus prácticamente abarrotado, el éxito fue de los que hacen historia. No parece sensato esperar un progreso cualitativo cuando el punto de salida ya es la cumbre, pero el hecho mismo ratifica el respeto exterior a un Festival participado ya por tres generaciones de canarios.

El maestro belga Philippe Herreweghe es uno de los mitos europeos en la direcclón de la estética barroca y clásica, pero también de un repertorio mucho más extenso. Su saber se asienta en una profunda capacidad de análisis y en esa cultura total del fenómeno interpretativo que hace sonar la música de la manera más deseable: la que nos deja imaginar que así la quisieron sus creadores.

Sin un solo gesto de más, siempre humilde con la partitura en el atril, leyendo exactamente lo que quiere transmitir al colectivo instrumental, y por su medio a la audiencia, esa manera hace inseparables el saber y la belleza. Tocar Bach, Haydn y Mozart con tanta perfección en un solo programa es un desafío que pocos afrontan, y muchos menos los que alcanzan tan formidable comunicatividad.

Por su parte, el violoncelista británico Steven Isserlis, muy grande en el escalafón internacional, desplegó una tesis personalísima en la lectura del Concierto en do mayor, primero de los de Haydn. Su sonoridad moderada, sin ataques fuera de estilo, fue una habilísima propuesta del romanticismo latente en un compositor escolásticamente clásico.

Los muy bellos temas melódicos en un instrumento que es pura miel acústica y las variaciones y cadencias de bravura, apasionadas en el ataque hipervirtuoso, dieron prueba de que el concierto romántico, que llegaría al siglo XX, desarrolló fielmente el modelo acuñado en el XVIII por los maestros clásicos. Inmenso solista Isserlis, con un cantábile nobilísimo y un virtuosismo arrollador, además de una simpática presencia escénica. Correspondió a las ovaciones con una breve pieza sin arco, armada en pizzicatti, rasgueos y percusiones manuales de gran efecto.

Y Mozart, finalmente, con su Sinfonía num.39, antesala de la divinidad desde un planteamiento de pompa palaciega hasta los muy humanos allegretto ternario y final binario, repletos de gracia, agilidad, y refinamiento. Muy difícil sería igualar su espíritu y su vuelo mundano.

Maravillosa en toda la velada la Orquesta Philharmonia de Londres, una de las grandes de Europa. Cambiando las plantillas, camerística la de Bach, más nutrida la de Haydn y sinfónica la de Mozart, la unidad, equilibrio y empaste, siempre modélicos, proyectaron admirablente las masas sonoras, las transparencias cromáticas, la unidad y el empaste esculpidos por profesionales de primer nivel, en la lectura fervorosa del concepto de un extraordinario director.

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