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Historia

El cólera y el coronavirus, un prisma común para luchar contra la enfermedad en Gran Canaria

El Museo Canario expone una cronología de la infección que conllevó la muerte de alrededor de un 10% de la población a mediados del siglo XIX, provocando una crisis social, económica y política

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Exposición 'Memorias del cólera. Historia de una epidemia' en el Museo Canario Juan Castro

Aviso del 5 de junio de 1851: la Junta de Sanidad del distrito de Las Palmas de Gran Canaria declara oficialmente la epidemia de cólera de la isla. Stop. Anuncio del 14 de marzo de 2020: el Gobierno de España decreta el estado de alarma a consecuencia de la expansión de coronavirus Covid-19. Dos fechas y dos siglos que enfrentaron a la población canaria a unas cifras de mortandad altísimas y a unas duras restricciones de movilidad donde el desconocimiento y el pavor hacían mella. Viajando al pasado, pero con una invitación a los paralelismos, se abre al público la nueva exposición temporal Memorias del cólera. Historia de una epidemia de El Museo Canario

En el centro de la sala descansa un pergamino amarillento cuyo título reza Memorias del Cólera. Esta una de las piezas centrales de la muestra, la cual rastrea en 55 documentos las penurias, aciertos y desasosiegos de la alerta, que ha sido examinada durante la investigación Cuerpos, objetos y espacios. Muertes convergentes, muertes divergentes. Los responsables, Teresa Delgado y Fernando Betancor, conservadora y archivero de la entidad, contextualizan los hallazgos arqueológicos del siglo XIX gracias al ingente patrimonio archivístico que alberga la Sociedad Científica. 

Al margen de los avances en materia de salud pública, las medidas aplicadas al inicio de la epidemia fueron heredadas de la medicina higienista del siglo XVIII y siguen siendo efectivas en la actualidad: «La incomunicación, la cuarentena y los cordones sanitarios, además de la limitación de la movilidad para no propagar la enfermedad de un municipio a otro, se aplicaron desde junio de ese año; además, se hizo uso de los salvoconductos emitidos por la autoridad competente, por lo que las herramientas aplicadas ahora han sido prácticamente las mismas que entonces», puntualiza Betancor.  

Reducrecimiento del pleito insular

Los barcos se quedaron sin timones al mismo tiempo que la alerta recorría el Archipiélago para hacer efectivo el aislamiento de Gran Canaria. Las personas censadas en aquel momento a 58.943, de las cuales murieron 5593 a causa de la infección, es decir, un 9,5% del total mientras que en la capital se acumulaba el 20%, relatan los pliegos que se muestran en las vitrinas. Seis meses para sembrar el caos. 

El itinerario ahonda en las secuelas sociales, económicas y, sobre todo, políticas, que devinieron de aquellos sucesos. Con una población presa de las hambrunas derivadas de las sequías y hacinada a raíz del crecimiento de la urbe, el estado general de salud era crítico antes del cólera. Por ello, la bacteria Vibrio cholerae, cuya transmisión se produce por el consumo de agua o alimentos contaminados, diezmaba a los habitantes con tanta rapidez puesto que «las aguas circulaban a través de canalizaciones al aire libre y se contaminaban tanto por el lavado de ropa sucia como por los vertidos fecales que había en ella», explica Teresa Delgado. Los paisanos, aterrorizados, intentaban huir y escapar de la ciudad marítima, inconscientes del esparcimiento del patógeno, obligando a los ayuntamientos a prohibir el tránsito libre.       

A pesar de que el último caso fue registrado en Valsequillo el 18 de septiembre, Gran Canaria permanecería inaccesible hasta el 3 de diciembre de 1851, un hecho que ahondó las diferencias instauradas entre las islas capitalinas. La sociedad sufría «una enorme depresión económica», recalca la conservadora, por lo que el recrudecimiento del pleito insular era inevitable. «A partir de agosto de 1851, el enfrentamiento entre Gran Canaria y Tenerife fue evidente a partir de un escrito del político Antonio López Botas cuando criticó la falta de ayuda y las desproporcionadas medidas de comunicación que habían sido impuestas», comenta Betancor. Las réplicas no tardaron en llegar y Tenerife acusó a los gobernantes vecinos de no avisar con suficiente antelación de la catástrofe, un motivo más que acuciaría la división de las provincias.

La historia «ayuda a entender mucho mejor la situación actual»

Sin abastecimiento, la ciudadanía vivía aislada y sin perspectivas. No obstante, esta no era la primera vez que una epidemia asolaba a los pobladores. Al contrario, la peste, la viruela o la fiebre amarilla hicieron estragos en Canarias anteriormente, como indica el médico Conrado Rodríguez-Maffiotte en Episodios insulares. Desde que los conquistadores propagaran nuevas enfermedades a los aborígenes, el tráfico marítimo había sido el principal vector de contagio de distintas dolencias que la geografía periférica había alejado. 

La irrupción del cólera también era visible en el paisaje. De repente, las cruces aparecían fuera de los muros. «Las prácticas funerarias tienen unos principios estrictos y normalizados en las sociedades, por lo que las sepulturas de periodo histórico, que no aborigen, fuera de los cementerios eclesiásticos o civiles reflejan circunstancias concretas del momento», destaca la experta Teresa Delgado. A comienzos del siglo XXI, distintas obras públicas descubrieron tanto en La Cruz de Bachicao, en Tenoya, como en Los Hoyos, restos mortales enterrados de hombres y mujeres vinculados a los episodios de 1851 a través de sus objetos personales y las crónicas de la prensa que narraba aquellas desgracias. 

La exposición, abierta hasta el 28 de febrero en el horario habitual, sirve para reconstruir una historia epidémica que «ayuda a entender mucho mejor la situación actual», argumenta Fernando Betancor. La memoria insular bebe del pasado para enfrentar con audacia y prudencia su futuro. 

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